domingo, 31 de julio de 2011

Como el Arca de Noé

El director ruso Sergei M. Eisenstein tuvo alguna vez la idea de adaptar el contenido de El Capital de Karl Marx al lenguaje cinematográfico. Eisenstein no llegó a concretar el proyecto, pero el impulso, la curiosidad o, simplemente, la fantasía, alcanzaron como disparadores para concebir la película Noticias de la antigüedad ideológica: Marx, Eisenstein, El capital, un trabajo de nueve horas de duración a cargo del realizador alemán Alexander Kluge. Desde el sábado 30 de julio y durante todos los sábados de agosto en la Fundación PROA (Av. Pedro de Mendoza 1929) se exhibirá esta película en su versión completa y también en su versión reducida de 84 minutos. En la web de la Fundación encontrarán los detalles de la programación.

Lo que sigue es un fragmento de una excelente entrevista que Patricia Kolesnicov le hizo a Kluge. *

- ¿Qué quería Eisenstein de lo que sería su película?
- Esto es un trabajo de Marx, la base de un país comunista, se suponía que sería el fundamento de la utopía. Pensaba que era necesario que la gente no aprendiera el vocabulario de la revolución de memoria, sino que combinara las palabras de Marx con su experiencia.

- ¿Quería enseñar?
- Quería combinar experiencias sociales y personales, con las palabras abstractas de la economía. Decía que la economía era un tema de imágenes, de experiencia, algo práctico. Quería llevar el subtexto de Marx a la vida.

- ¿Quería ayudar a la revolución?
- Sí, pero creía que la revolución estaba en la cabeza de la gente. Tenés que tener imágenes en la cabeza para entender qué es la revolución; si no, repetís las frases.

- ¿Y qué quería usted con esta película?
- Más o menos lo mismo que él. Pero yo no puedo decir dónde hay una revolución. Tenemos que apegarnos a estos pensadores, a Marx, a Benjamin, a Adorno, y poner sus análisis en imágenes.

- ¿Para qué?
- ¿Para qué? ¿Por qué esos hombres sabios de la antigüedad construyeron el Arca de Noé? Tenés que tener esos botes, tenés que construirlos.

- ¿Para salvarnos?
- Para salvar lo que vale la pena entregarle a la próxima generación.

* Fragmento de un artículo publicado en el diario Clarín (31/07/11). Ir al texto completo.

sábado, 30 de julio de 2011

Aguas turbulentas, de Erik Poppe

He aquí lo difícil:
caminar por las calles
y señalar el cielo o la tierra.

Alejandra Pizarnik

En el centro del film hay un joven que no puede olvidar un hecho que hace quince años lo llevó a la cárcel. Jan Thomas ya cumplió su condena, pero íntimamente lo acosa un pasado que el espectador infiere a partir de desperdigados flash-backs. Un niño murió. Lo que en principio parecía un crimen tal vez haya sido un accidente, pero la cuestión es que el protagonista no termina de aceptar -o verbalizar- su responsabilidad. Dado que toca muy bien el órgano, Jan consigue trabajo en una iglesia y, de a poco, cautelosamente, comienza a adaptarse a la "libertad". La acción transcurre en algún lugar de Oslo, un paisaje bañado en tonos anaranjados y amarillos, fotografía candorosa y suave que contrasta con la oscuridad del conflicto.

Jan no confía en las bondades de Dios. Sin embargo, en la iglesia él encuentra a un cura amable que le evita los sermones y sólo intenta darle otra oportunidad. También conoce a una bella sacerdotisa con quien dialoga sobre el perdón y la existencia del mal sin la pretensión de arribar a iluminaciones definitivas. Es interesante este personaje femenino, que asegura amar a Dios pero tampoco se expone como una fanática de visión limitada. Ella más bien parece asumir que la religión es una ficción como cualquier otra que el ser humano necesita construirse para enfrentar la indolencia de lo real. A través de estos matices terrenales Jan va tanteando la posibilidad de la fe, y la iglesia se convierte en el lugar de conexión consigo mismo, aunque tan sólo sea mediante el éxtasis que le provoca la música. Para él es suficiente. Y de repente se produce un giro, un cambio en el punto de vista, tanto a nivel narrativo como predicativo. El director Erik Poppe abandona el equilibrio y comienza a pontificar. El discurso cobra gravedad y cálculo. Porque resulta que la madre de la víctima habita la misma ciudad que el victimario. Arreados por el guión, el muchacho y la madre están destinados a enfrentarse. La película eleva así su mirada buscando algo más allá, que no es el cielo sino un cierto ideal de qualité europea.

Aguas turbulentas (DeUsynlige) se consagra, entonces, como una clásica fábula de expiación con moraleja ad hoc. Pasado y presente tejidos en espejo. Relato bifurcado que al plegarse ahoga su latir auténtico para invocar una innecesaria respiración artificial. El pulso delicado que en la primera parte acompaña la dolorosa reconciliación del protagonista con la vida, en la segunda mitad se vuelca al servicio de la revancha y la redención, dos cuerdas dramáticas legítimas en sí mismas pero que aquí sólo están moldeadas en función del espectáculo altisonante. Y no conforme con la muerte inicial de un niño, el film entregará a otro niño como botín del suspenso. Y algo perderá consistencia en medio de esta espuma tan prefabricada: nuestras ganas de creer.    

viernes, 29 de julio de 2011

Rejas


Del otro lado de la reja está la realidad, de
este lado de la reja también está
la realidad; la única irreal
es la reja; la libertad es real aunque no se sabe bien
si pertenece al mundo de los vivos, al
mundo de los muertos, al mundo de las
fantasías o al mundo de la vigilia, al de la explotación o
de la producción.

Paco Urondo
(Fragmento del poema “La verdad es la única realidad”)

La imagen pertenece al notable film Un prophète, dirigido por Jacques Audiard.  

jueves, 28 de julio de 2011

Mil veces


"Los amantes no pueden encontrar nada que decirse uno a otro que no se haya dicho y callado mil veces. Los besos se inventaron para traducir en heridas esas nadas."

Lawrence Durrell ("Mountolive")

La fotografía pertenece a Henri Cartier-Bresson.

martes, 26 de julio de 2011

Karen llora en un bus, de Gabriel Rojas Vera


"¿Me pasas el saco?"

No deja de sorprenderme la fuerza inquebrantable que en el cine puede tener una brevísima línea de diálogo colocada en el momento justo. Un sólido remate verbal muchas veces puede salvar y justificar la visión de una película fallida, siempre y cuando esa frase suene natural y fluya sobriamente dentro de la escena que se está desarrollando. No me refiero aquí a las declaraciones ampulosas que suele prodigar el cine “con mensaje”, en donde generalmente el clímax se concentra en un largo parlamento pronunciado con gran virtuosismo actoral, como el operístico speech de Al Pacino en el final de Perfume de mujer. Tampoco me refiero a las frases emblemáticas recordadas por su inteligencia y porque son capaces de resumir en un enunciado todo el sentido dramático de una película, como el "Are you talking to me?" de Travis Brickle, o el "You can't handle de truth!" del Coronel Jessep. Todas estas son películas de alto perfil en donde la palabra ya viene resguardada por el eco mítico que representa la voz de la estrella. Es la magia que rodea a las palabras en el cine. Pero la vida es otra cosa.

En la vida, probablemente, la frase más importante no es la que más impacta sino la que más se repite. Para bien o para mal. Sobre esta idea el realizador colombiano Gabriel Rojas Vera construyó la estructura de su opera prima, Karen llora en un bus. Por suerte, el andamiaje del guión logra hacerse lo suficientemente invisible como para dejar que el relato discurra con gracia y afabilidad. El film narra la historia de una mujer (la excelente Ángela Carrizosa) que abandona a su marido y se empeña en forjarse una vida por sus propios medios, aunque esto implique lidiar con la indigencia, la vergüenza y la soledad. Rápidamente me encontré sumergida en el mundo de Karen y me aboqué a espiarla con absoluta transparencia y respeto, gracias a un realismo discreto que acompaña al personaje sin recurrir al miserabilismo, esa tentación efectista en la que suelen caer este tipo de ficciones, sobre todo cuando el autor se siente obligado a “sacudir” al espectador e imponer una denuncia social. No es el caso de esta película, que ante todo busca explorar la situación de la mujer en un sistema en donde sigue imperando el machismo, y sabemos que esto va mucho más allá de Colombia y de la modernidad.

La debilidad del film reside en algunos personajes secundarios (el esposo, especialmente) que se quedan en el estereotipo ya que parecen diseñados tan solo para ser funcionales a la evolución de la protagonista, y en este aspecto la película termina rozando algunos lugares comunes. Pero el riesgo del trazo grueso se debe a que el guión ha decidido retacear toda la información posible sobre la biografía de Karen, por lo cual ella es una suerte de página en blanco en donde todos los sucesos rebotan generando contrastes difíciles de prever: así como ciertas soluciones resultan facilistas, hay otras que consiguen reforzar la incógnita. No sabemos de dónde viene la protagonista hasta que el relato, de manera muy dosificada, ofrece algún dato a través de flash-backs. En todo esto se percibe la intención de universalizar el conflicto. Y dado que en la película abundan los silencios, las palabras cobran otro espesor, otra carga, ya sea porque se pronuncian con resignado automatismo (al pedir limosna, al vender servicios casa por casa), o porque representan ese castigo cotidiano que ya no se puede soportar. "¿Me pasas el saco?" Justamente allí, en esa fotografía en apariencia tan trivial y tan cliché, es donde se inmiscuye el potencial del cine, el perfecto contrapunto entre palabra e imagen: para revelar la necesidad de la diferencia ante la repetición que esclaviza.




Karen llora en un bus (Colombia, 2011)
Director: Gabriel Rojas Vera
Con Ángela Carrizosa, Juan Manuel Díaz, María Angélica Sánchez.
Film inédito en Argentina.

domingo, 24 de julio de 2011

Volver al VHS

Desde el último viernes, cuando leí la estupenda nota de Andrés en su blog Cinematófilos (previamente publicada en Clarín), me hallo sumida en la nostalgia cinéfila y no dejo de pensar en todos los grandes momentos vividos junto a la videocasetera, yendo del videoclub a casa y viceversa. Como todo afecto pasado que queda en el corazón muy asociado a una época, el VHS no sólo marcó mi relación con el cine durante mi infancia y mi adolescencia, sino que además hoy sigue siendo para mí un instrumento de trabajo que me niego a abandonar. Necesitaba rendirle a este formato un pequeño homenaje y pensé en muchas películas que quería recordar. Hasta que me decidí por las tres que siguen, muy especiales para mí:

Novia se alquila (EE.UU., 1987)
Título original: Can’t buy me love
Dirección: Steve Rash
Con Patrick Dempsey, Amanda Peterson, Seth Green, Courtney Gains.

Aunque tiene todos los condimentos de las comedias juveniles en la línea de John Hughes, Novia se alquila parte de una premisa que no por realista deja de infundir tristeza: para sentirse querido y ganar popularidad en el colegio, el protagonista tiene que comprar -literalmente- a la chica deseada por todos. Ronald (un jovencísimo Patrick Dempsey) integra la tribu de los nerds pero sueña con ser parte de los populares. De origen humilde, el joven trabaja como jardinero en la casa de Cindy (Amanda Peterson, una belleza que pronto dejaría la actuación), la chica más linda y chic de la “preparatoria”.

Un día Cindy se pone un vestido carísimo de su mamá y por accidente lo estropea, hecho que es salvado por una propuesta de Ronnie: él le presta a Cindy el dinero para que compre un nuevo vestido, y a cambio ella tiene que simular ser su novia por un tiempo. A pesar del snobismo de ella y de las torpezas de él, de los opuestos surgirá una amistad interesante que terminará con final feliz. Antes de llegar ahí, sin embargo, las peripecias del protagonista deparan momentos de amargura y patetismo, sobre todo cuando Ronnie llega al extremo de burlarse de quienes fueron sus amigos de toda la vida simplemente porque ahora se cree parte del otro bando. Un gran (auto)engaño del que los personajes deberán aprender para crecer. Las distancias de clase tienen repercusiones profundas y en la escuela se hacen sentir con particular dolor. Novia se alquila es una película sobre las diferencias y sobre la ridícula empresa de pretender ser lo que no somos.


IT (EE. UU., 1990)
Dirección: Tommy Lee Wallace
Con Annette O’Toole, Harry Anderson, John Ritter, Richard Thomas

Todavía recuerdo el preciso instante en que, en medio de una charla sobre cine de terror, mi primo Hernán nos dijo: “Tienen que ver IT”. Con mis hermanas corrimos al videoclub y así descubrí una de las películas más aterradoras de mi historia cinéfila. Hoy es una obra de culto, pero en aquel entonces estas películas editadas directo a video no llegaban con la garantía de una campaña publicitaria, y uno reparaba en ellas gracias al boca en boca o a la sugerencia atinada del videoclubista. Basada en una novela de Stephen King, la versión cinematográfica de IT fue producida para la televisión como miniserie de dos capítulos de dos horas cada uno. Si bien el DVD de IT que hoy circula incluye la versión completa, la película en VHS de los ’90 sólo duraba tres horas.

En la ficción los personajes denominan “It” a un monstruo que cobra diversas formas, aunque principalmente se encarna en el payaso Pennywise (Tim Curry, inigualable). Los protagonistas son un grupo de amigos que se reúnen luego de 30 años para volver a enfrentar a este monstruo que los acosó cuando ellos eran chicos y vivían en el pueblo de Derry, en el estado de Maine (escenario habitual en las historias de King). Los segmentos que narran la infancia de los protagonistas son los más sólidos, ya que allí el payaso muta y viste diferentes trajes en función de los miedos más íntimos de cada personaje. Con una impronta que remite a los climas de Cuenta conmigo, en este primer tramo se construye la amistad que llevará a los siete héroes a cumplir -o no- su promesa de reencuentro en caso de una resurrección del horror. La resolución del film está muy lejos de las expectativas, como suele ocurrir en las ficciones de King, pero esto no empaña la categoría de clásico absoluto del VHS que IT se ha ganado con los años.


El Cuentacuentos (Reino Unido, 1988)
Título original: The Storyteller (Primera temporada/ 9 episodios).
Producción: Jim Henson
Dirección: Jim Henson, Steve Barron.
Con John Hurt, Michael Gambon, Brian Henson, Alistair Fullarton, David Greenaway, Miranda Richardson, Jonathan Pryce.

Luego de veinte años sin regresar a estas hipnóticas imágenes, acabo de reencontrarme con El Cuentacuentos en YouTube para confirmar que el hechizo permanece intacto, y en esto tiene mucho que ver el relato oral. John Hurt interpreta a un anciano con orejas de duende que narra cada fábula al lado de una chimenea mientras dialoga con su perro parlanchín (y ahora, mirando los gestos de Hurt, uno no puede evitar la comparación con las narraciones televisivas de Alberto Laiseca).

Editada en VHS en tres volúmenes, esta serie británica se compone de nueve episodios y no hay que confundirla con otra más prolífica llamada Cuentos asombrosos (Amazing Stories), producida en Estados Unidos por Steven Spielberg. En The Storyteller todos los relatos tienen ambientación medieval y están inspirados principalmente en cuentos populares alemanes y rusos. El creador de la serie no es otro que Jim Henson, el director de Laberinto, un verdadero mago a la hora de diseñar mundos fantásticos tan fascinantes como peligrosos. Hay muchos príncipes y princesas, ambiciones, brujas, conjuros, luchas, condenas, metamorfosis y, sobre todo, lecciones de vida, como sucede en la tradición de los cuentos de hadas, aunque con una aproximación más matizada, más adulta. Ignoro el impacto que estas producciones podrían tener hoy, en la era post Harry Potter, pero lo cierto es mis hermanas y yo adorábamos cada episodio de esta serie y los mirábamos una y otra vez. Por suerte El Cuentacuentos se consigue en Internet, y en YouTube están colgados todos los capítulos, incluyendo la versión doblada al español (la que yo conocí). Si tienen ganas de asomarse, les recomiendo empezar por uno de mis episodios preferidos: Los tres cuervos, protagonizado por Miranda Richardson y Jonathan Pryce.

viernes, 22 de julio de 2011

Animal Kingdom, de David Michôd

El comienzo de Animal Kingdom probablemente sea uno de los mejores del año. Un adolescente mira absorto la televisión mientras una mujer yace a su lado en el sillón, tal vez dormida, tal vez no. De repente entran dos hombres a la casa y tratan de reanimar a la mujer. Los enfermeros hacen los últimos esfuerzos mientras el muchacho observa, sin desviar los ojos del programa de concursos que chilla desde la pantalla. La mujer ya no recupera el pulso, aunque lo más duro es comprobar que para su hijo no parece haber diferencia entre una madre viva y una madre muerta. Es una imagen helada, cruel, quizás demasiado morbosa, pero cae como yunque y resume a la perfección el estado mental del personaje, un ejemplo nítido de la denominada “desafectivización” adolescente. Sobre este personaje, Joshua “J” Cody (James Frecheville), se erige toda la película. Y entonces el problema afectivo lo tenemos nosotros.

La historia transcurre en Melbourne, Australia. Al quedarse solo, Joshua debe mudarse con su abuela y sus tíos, una familia que básicamente vive del delito. Con la misma economía narrativa de la escena inicial, la secuencia de créditos compagina imágenes fijas tomadas por cámaras de seguridad, indicando así que los Cody y compañía se dedican a robar comercios. No los veremos en acción, sino en el backstage: cuando cuentan y reparten el dinero, cuando se drogan, cuando negocian con policías cómplices. Joshua sentía cierto temor por esta familia, de la cual su propia madre buscó escapar. Lo dice la propia voz narradora del chico y esto implica que él no es tan inconsciente ni está tan alienado como al principio creíamos. Sin embargo, Joshua no sólo se suma rápidamente al clan sino que además -y acá se advierten los hilos- presenta e integra a su novia, a quien no le esperan momentos gratos.  

Hay una tensión entre lo cool y lo siniestro que el director David Michôd logra instalar en la primera parte del relato. Pero en vez de organizarse a partir de la interioridad de Joshua, como se insinuaba al comienzo, la narración se va dispersando para seguir a cada uno de los personajes sin demasiada justificación. De acuerdo, la idea es mostrar que cada miembro del grupo está rozando su límite personal y eso pone en riesgo el orden que la madre-leona siempre supo mantener (Jackie Weaver, nominada al Oscar por este rol, inquieta de verdad cuando estira su sonrisa de Guasón). Lo que enmaraña el drama es la figura del hermano mayor (Ben Mendelsohn), que viene con diploma de psicópata y, por ende, tiene carta blanca para dar volantazos de guión. Si algo me irrita en el thriller es justamente esta clase de atajos patológicos que irrumpen con un giro inesperado, un impacto cómodo que no se percibe como consecuencia natural de lo que se venía construyendo como conflicto central.

Animal Kingdom delata entonces su voluntad demostrativa: se trata de confirmar que el joven protagonista está condenado a la tragedia, de subrayar su fatalidad como si él no tuviera responsabilidad alguna frente a los hechos. Y aquí reside el problema, en el personaje de Joshua, un joven que no nos despierta simpatía alguna pero que el relato quiere salvar a toda costa, potenciando hacia el final el perfil demoníaco de la abuela para remarcar aún más la victimización del chico. Las estrategias no funcionan. Y más allá de los aciertos de Michôd celebrados al principio de esta reseña, Animal Kingdom repiquetea en la memoria como una película confusa y manipuladora.


Animal Kingdom (Australia, 2010)
Estrenada en DVD con el título Reino Animal
Dirección y guión: David Michôd
Intérpretes: James Frecheville, Jackie Weaver, Ben Mendelsohn, Luke Ford, Guy Pearce.
Editado por Sony Pictures.

jueves, 21 de julio de 2011

Sinécdoque


"Una ciudad se convierte en un mundo
cuando se ama a uno de sus habitantes."

Lawrence Durrell ("Clea")

La fotografía es de Horacio Coppola.


Post dedicado a vos.

lunes, 18 de julio de 2011

Ondas


“Para el artista, pienso, o para el público, no existe esa cosa que se llama arte. Solamente existe para los críticos y los que viven en el precerebro. Artista y público no hacen más que registrar, como un sismógrafo, una carga electromagnética que no puede racionalizarse. Uno sólo sabe que se produce una transmisión de algo, verdadera o falsa, con buen o mal éxito, según el azar. Pero querer analizar, descomponer los elementos y pasarles por encima la nariz… no se llega a ninguna parte.”

Lawrence Durrell (“Mountolive”)

La pintura pertenece a Vincent Van Gogh.

sábado, 16 de julio de 2011

Un bote salvavidas


“¿Qué es un acto humano sino una ilusión cuando dos interpretaciones distintas son igualmente válidas? Una ilusión, sí, un gesto insinuado contra la pantalla nebulosa de una realidad que solo la naturaleza ilusoria de la división torna palpable. ¿Acaso algún otro novelista había planteado este problema antes que Pursewarden? No lo creo.

Y mientras pensaba en aquellas cartas terribles, tropecé de pronto con el verdadero sentido de mi relación con Pursewarden y con todos los escritores. Comprendí que nosotros, los artistas, formamos una de esas patéticas cadenas humanas que los hombres organizan para pasarse baldes de agua durante un incendio, o para llevar hasta la playa un bote salvavidas. Una ininterrumpida cadena de humanidades para explorar los tesoros ocultos de la vida solitaria, y ofrecerlos a una comunidad indiferente, incapaz de perdonar; unidos todos, maniatados por la gracia.”

Lawrence Durrell (Fragmento de su novela “Clea”)

En la imagen: El sol del membrillo, film dirigido por Víctor Erice.

martes, 12 de julio de 2011

El gato desaparece, de Carlos Sorín


El más reciente film de Carlos Sorín comienza allí donde terminaba Psicosis: con un pormenorizado diagnóstico sobre el estado mental del protagonista. Hete aquí que Luis (Luis Luque), profesor universitario de literatura, tuvo un rapto de violencia con un colega y fue internado en un neuropsiquiátrico. Ahora el hombre está mejor, listo para regresar a casa, según afirman los especialistas que lo trataron. En una introducción tan extraña como plomiza, un señor lee un largo informe frente a otro que se aburre y hace dibujitos en su libreta. Y luego resulta que el aburrido es el juez que debe autorizar la externación. El dato no es menor.

Luis ya tiene su alta, aunque deberá seguir tomando su dosis de pastillas, por supuesto. Pero antes de conocerlo a él, el relato nos presenta a su esposa, Beatriz (Beatriz Spelzini), quien se convertirá en el vórtice emocional de la película. Ella va a buscar a su marido a la clínica y allí conversa con un médico sonriente de hablar sereno, tan lánguido que parecería estar más sedado que cien pacientes juntos. En este poco acogedor ambiente científico, Betty observa la imagen de un electroencefalograma de Luis y todo lo que ve es un aterrador cuadro surrealista pintado con colores fluo y curvas peligrosas. Betty no podrá quitar de su cabeza esa imagen indescifrable. En ese instante, sí, hay mucho cine.

El cine -la vibración de la puesta en escena- también se hace sentir en la forma por la cual el realizador filma el amplio chalet del matrimonio, un espacio cuyos tonos verdes, rojos y amarronados recuerdan el hogar de los Rabbits de David Lynch. Sorín y el notable director de fotografía Julián Azpeteguía (Carancho) exprimen al máximo las delicias del Cinemascope y logran que el penumbroso espacio se estire, se achique, se encorve, se vuelva laberinto. El conflicto es ínfimo. Casi nula es la información que tenemos sobre el personaje femenino, si bien sospechamos que ella podría estar incubando brotes similares a los de su marido. Lo que aquí importa es la atmósfera de incertidumbre que crece sigilosamente sin apelar a las trampas o las explicaciones psicologistas. Podría decir que El gato desaparece es una buena película de suspenso. Sin embargo, para ser precisa, debo decir que se trata sólo de una película de buenos momentos. Falta algo en la narración. Tal vez la seguridad de una soga.

Sorín es un cineasta del camino. Por lo general en su obra no necesitó atarse a un centro porque la propia naturaleza de sus narrativas buscaba la dispersión, la gracia latente en cada estación, la autonomía de los momentos privilegiados. Con su penúltimo trabajo, La ventana, el director intentó concentrar el sentido en un único espacio-tiempo, pero la consecuencia fue un film desparejo en donde los detalles aislados eran más relevantes que el efecto del conjunto. Lo mismo ocurre en El gato desaparece, una película con una propuesta enunciativa interesante que sin embargo no consigue tensionar sólidamente su arco dramático. Por ejemplo, aquellas críticas a la justicia y al sistema de salud que se filtraban en las primeras secuencias nunca llegan a repercutir en la trama. Por otro lado, el film no nos deja especular con posibles hipótesis sobre la relación entre Luque y el docente amigo que disparó la psicosis, más allá de que el problema de fondo sea evidente. Como espectador uno se siente afuera de ciertos nudos esenciales en la cadena de afectos y responsabilidades. La fábula es demasiado escueta y no cede las fichas suficientes para que uno también pueda jugar.  


El gato desaparece (Argentina, 2011)
Dirección: Carlos Sorín
Intérpretes: Luis Luque, Beatriz Spelzini, María Abadi, Norma Argentina.
DVD editado por el sello Disney.

lunes, 11 de julio de 2011

La imagen fija


“El valor de un obra original queda ratificado a través de la copia. Las copias están mucho más expuestas a las miradas, así que sirven para dar a conocer el original a mucha más gente. Y créame que cuando alguien contempla la reproducción de La Gioconda por primera vez, la imagen que se fija en su cabeza no es la de una copia, sino la de La Gioconda original.”

Abbas Kiarostami

domingo, 3 de julio de 2011

La canción y el poema


Hoy que el tiempo ya pasó,
hoy que ya pasó la vida,
hoy que me río si pienso,
hoy que olvidé aquellos días,
no sé por qué me despierto
algunas noches vacías
oyendo una voz que canta
y que, tal vez, es la mía.

Idea Vilariño
(Fragmento)

En la imagen: "Morning", de Edvard Munch.