miércoles, 31 de diciembre de 2008

El día que la Tierra se detuvo, de Scott Derrickson

Dada la inoperancia generalizada de esta remake de El día que paralizaron la tierra (The day the earth stood still), es tentador compararla con la versión dirigida por Robert Wise a principios de los '50, film que en su austeridad resulta mucho más coherente que este bodoque protagonizado por Keanu Reeves.

El argumento es simple: Klaatu (Reeves) es un emisario del espacio exterior que llega con su nave a Estados Unidos para advertir que la raza humana será exterminada porque está asesinando a un planeta tan fértil como la Tierra, y ese es un crimen que los habitantes de otras galaxias no pueden permitir. Su intención es hacer el anuncio en una asamblea frente a los jefes de estado de todo el mundo.



La película de 1951 no es una obra maestra, pero conserva el encanto -hoy casi artesanal- de muchos productos de ciencia-ficción de la época, empezando por el simpático plato volador de lata que aterriza sobre Washington. Precisamente porque en aquellos tiempos los efectos especiales eran precarios y acotados, no existía el riesgo de la dispersión que hoy genera el diseño por computadora (CGI), en donde parece no haber límites para la creación mientras los chiches aporten glamour a la pantalla. En este error cae la versión 2008: el despliegue de efectos luce desarticulado (como si un racimo de ideas visuales disímiles estuviera compactado en una misma bolsa), así como es arbitraria la aplicación dramática de ciertos “poderes” de los extraterrestres (que son útiles en algunas escenas y en otras, no).

El personaje femenino, por otro lado, tiene un rol totalmente diferente en el film de Scott Derrickson: se trata de una bióloga (Jennifer Connelly, siempre preciosa y glacial) a quien el Gobierno recluta junto a otros expertos cuando se avecina la invasión. El relato presenta a estos personajes y enseguida los olvida, desperdiciando los diálogos especulativos que podrían haber entablado entre ellos (es otro de los tantos cabos sueltos del guión de David Scarpa). El lazo entre Connelly y Reeves, entonces, está forzado por el interés profesional (la química entre los actores es nula), mientras que en la película de Wise la relación es más ambigua. La mujer es una secretaria que Klaatu (interpretado originalmente por Michael Rennie) conoce de casualidad, y es la curiosidad y la atracción física lo que la acerca al extraterrestre. El alien de Rennie se mueve con mayor libertad por la ciudad y no debe lidiar con toda la parafernalia científico-militar que satura cada secuencia de la nueva versión, en donde una vez más queda comprobado que la norma que regula al ejército norteamericano es la idiotez.

De todas maneras, el punto más llamativo radica en la diferencia entre los dos diagnósticos: el Klaatu de la Guerra Fría se reconoce asustado por el aumento de la violencia, el uso de la energía atómica y el peligro que esto implica para la seguridad de otros planetas. Los visitantes lanzan un ultimátum: si los humanos no detienen la agresión, serán eliminados de la Tierra. Es una advertencia que incluye una propuesta de paz, porque en su mensaje Klaatu-Rennie deja un margen para la elección.

Otro es el cuadro que plantea el Klaatu del siglo XXI: la humanidad ya no tiene vuelta atrás, ni hay esperanza alguna de que pueda cambiar. Esto se lo confirma otro agente extraterrestre (James Hong) que lleva años viviendo entre nosotros. “La tragedia es que ellos saben cómo van a acabar. Lo intuyen -dice el alien de look oriental al referirse a los terrícolas-. Pero no parece que hagan nada al respecto”. Aun así, este agente -más fogueado con nuestras miserias- no quiere dejar este mundo: “La vida humana es muy difícil. Pero a medida que llega a su fin, me considero afortunado de haberla vivido” (le faltó decir: “es lo que hay”).

Reeves decide entonces iniciar el proceso de exterminio. “Si muere la Tierra, mueren ustedes. Si mueren ustedes, la Tierra se salva”, le explica a Connelly, con un sermón lavado que apela más a la conciencia ecológica que a la reflexión política (la política se torna inconducente si el hombre es en esencia malo y destructivo). “¡Podemos cambiar, podemos cambiar!”, clama la científica en su desesperación, sin creer una palabra de lo que dice. Y si el alien termina frenando la nube negra aniquiladora es porque de repente se enternece con las lágrimas de un niño, pero no porque apueste a la evolución pacifista de la especie. En el fondo, todo el discurso de El día que la Tierra se detuvo está construido para convencernos de que el cambio es imposible. Digamos que el ser humano debería morirse ya mismo: sólo seguimos vivos por la piedad de ciertos dioses cósmicos. Nada puede extraerse de una película que desde su misma premisa nos anula como sujetos.

lunes, 29 de diciembre de 2008


"La guerra es una masacre entre personas que no se conocen, para provecho de personas que sí se conocen pero que no se masacran”.


Paul Valéry

Un clásico del gran Julio


Me caigo y me levanto

Nadie puede dudar de que las cosas recaen. Un señor se enferma y de golpe, un miércoles recae. Un lápiz en la mesa recae seguido. Las mujeres, cómo recaen. Teóricamente a nada o a nadie se le ocurriría recaer pero lo mismo está sujeto, sobre todo porque recae sin conciencia, recae como si nunca antes. Un jazmín, para dar un ejemplo perfumado. A esa blancura, ¿de dónde le viene su penosa amistad con el amarillo? El mero permanecer ya es recaída: el jazmín, entonces. Y no hablemos de las palabras, esas recayentes deplorables, ni de los buñuelos fríos, que son la recaída clavada. Contra lo que pasa se impone pacientemente la rehabilitación. En lo mas recaído hay siempre algo que pugna por rehabilitarse, en el hongo pisoteado, en el reloj sin cuerda, en los poemas de Pérez, en Pérez. Todo recayente tiene ya en sí a un rehabilitante pero el problema, para nosotros los que pensamos nuestra vida, es confuso y casi infinito. Un caracol segrega y una nube aspira; seguramente recaerán, pero una compensación ajena a ellos los rehabilita, los hace treparse poco a poco a lo mejor de sí mismos antes de la recaída inevitable. Pero nosotros, tía, ¿cómo haremos? ¿Cómo nos daremos cuenta de que hemos recaído si por la mañana estamos tan bien, tan café con leche, y no podemos medir hasta donde hemos recaído en el sueño o en la ducha? Y si sospechamos lo recayente de nuestro estado, ¿Cómo nos rehabilitaremos? Hay quienes recaen al llegar a la cima de una montaña, al terminar su obra maestra, al afeitarse sin un solo tajito; no toda recaída va de arriba abajo, porque arriba y abajo no quieren decir gran cosa cuando ya no se sabe donde se está. Probablemente Icaro creía tocar el cielo cuando se hundió en el Mar Epónimo, y Dios te libre de una zambullida tan mal preparada. Tía, ¿cómo nos rehabilitaremos?

Hay quien ha sostenido que la rehabilitación sólo es posible alterándose, pero olvido que toda recaída es una desalteración, una vuelta al barro de la culpa. Somos lo más que somos porque nos alteramos, porque salimos del barro en busca de la felicidad y la conciencia y los pies limpios. Un recayente es entonces un desalterante, de donde se sigue que nadie se rehabilita sin alterarse. Pero pretender la rehabilitación alterándose es una triste redundancia: nuestra condición es la recaída y la desalteración y a mí me parece que un recayente debería rehabilitarse de otra manera, que por lo demás ignoro. No solamente ignoro eso sino que jamás he sabido en qué momento mi tía o yo recaemos. ¿Cómo rehabilitarnos, entonces, si a lo mejor no hemos recaído todavía y la rehabilitación nos encuentra ya rehabilitados? Tía, ¿no será esa la respuesta, ahora que lo pienso? Hagamos una cosa: usted se rehabilita y yo la observo. Varios días seguidos, digamos una rehabilitación continua, usted está todo el tiempo rehabilitándose y yo la observo. O al revés, si prefiere, pero a mí me gustaría que empezara usted, porque soy modesto y buen observador. De esa manera, si yo recaigo en los intervalos de mi rehabilitación, mientras que usted no le da tiempo a la recaída y se rehabilita como en un cine continuado, al cabo de poco nuestra diferencia será enorme, usted estará tan por encima que dará gusto. Entonces yo sabré que el sistema ha funcionado y empezaré a rehabilitarme furiosamente, pondré el despertador a las tres de la mañana, suspenderé mi vida conyugal y las demás recaídas que conozco para que sólo queden las que no conozco y a lo mejor poco a poco un día estaremos otra vez juntos, tía, y será tan hermoso decir: Ahora nos vamos al centro y nos compramos un helado, el mío todo de frutilla y el de usted con chocolate y un bizcochito.

Julio Cortázar

sábado, 27 de diciembre de 2008

Cine 2008 - TOP 15

Durante 2008 se estrenaron muy buenas películas. No pude elegir solo diez títulos, por eso armé un top 15, aunque fácilmente podría llegar a nombrar 30 películas que me gustaron mucho. Y eso que me restringí a los estrenos comerciales en salas, sin incluir otros grandes films vistos en festivales, en DVD y en otros formatos (o sea: bajados de Internet). Quiero recalcar que fue un año bueno para el cine, sobre todo para la producción argentina, para rebatir esa frase que muchos espectadores aficionados suelen proferir con automatismo: “No hay nada bueno para ver, ¿no?” No es cierto. Siempre hay películas excelentes para descubrir y disfrutar. Solo hay que tener ganas. El arte todavía es capaz de reconfortar la mente y el alma. (Deberíamos quejarnos menos… y hacer más).
1 - Sin lugar para los débiles, de Ethan y Joel Coen (EE.UU., 2007) 

2 - Historias extraordinarias, de Mariano Llinás (Argentina, 2008) 

3 - La soledad, de Jaime Rosales (España, 2008) 

4 - Petróleo sangriento, de Paul Thomas Anderson (EE.UU., 2007)

5 - Batman, el caballero de la noche, de Christopher Nolan (EE.UU., 2008)

6 - La cuestión humana, de Nicolas Klotz (Francia, 2007) 

7 - La mujer sin cabeza, de Lucrecia Martel (Argentina, 2008) 

8 - Shara, de Naomi Kawase (Japón, 2004) 

9 - Che, el argentino, de Steven Soderbergh (España/Francia, 2008) 

10 - La escafandra y la mariposa, de Julian Schnabel (Francia/EE.UU, 2007)

11 - Wall - E, de Andrew Stanton (EE.UU, 2008) 

12 - Naturaleza muerta, de Jia Zhang Ke (China, 2006) 

13 - La comedia de la vida, de Roy Andersson (Suecia, 2007) 


15 - Paranoid Park, de Gus Van Sant (EE.UU., 2007)

jueves, 25 de diciembre de 2008



"For all those born beneath an angry star
Lest we forget how fragile we are".

Sting

miércoles, 24 de diciembre de 2008

Con la excusa de Historias Extraordinarias...

“La relación mano-lápiz-papel, todavía parece vincularnos al ciclo de la naturaleza: en cambio, el aislamiento que produce la tecla es muy duro”.

Rafael Argullol

La frondosa película de Mariano Llinás es aquí apenas una excusa. No voy a comentarla como se merece, ni siquiera fantaseo con tal imposible empresa; más bien terminaré tomando cualquier atajo para hablar de otras cosas, de esas que me importan solo a mí. Demasiado vasta y demasiado atípica, Historias Extraordinarias amerita otros visionados, otros desgloses, otros análisis. Es un paisaje inabarcable y esquivo, que incita a recorrerlo una y otra vez, y al que seguiremos visitando aunque más no sea para emborracharnos de aventuras de terceros. (Demasiado cobarde es el “sujeto posmoderno” -esto es: nosotros- para elegir una aventura propia, genuina, peligrosa).

Así que aquí solo voy a detenerme en un aspecto que me dejó particularmente fascinada y que hace referencia al mundo analógico que habitan los personajes. Un mundo en donde no existen los celulares, ni las computadoras, ni las agendas electrónicas. Aunque el tiempo de la ficción parece ser el presente (este histérico 2008), el espacio de la trama anula cualquier referencia a los artificios digitales. Ignoro si eso es mejor o peor que lo que nos tocó en suerte en nuestra -aparentemente- inapelable actualidad tecnológica. Lo único que sé es que Historias Extraordinarias logra una fotogenia en muchas de sus escenas capitales que jamás podría haber conseguido si el espacio-tiempo de su argumento requiriera de un andamiaje cibernético.

Me explico: no hay Google en este universo. Si un personaje necesita investigar, debe contentarse con los vericuetos de décadas pasadas: viejos archivos, estantes, cajones, polvo, recortes de diarios pegados con plasticola, carpetas desordenadas, hojas rebeldes, fotos amarillentas, mapas ajados pero precisos. Tal vez una noticia oída al pasar en una radio de provincia, con esos locutores engolados que nos resultan ajenos y que, sin embargo, pueden aniquilarnos instantáneamente al presentar una canción de Reo Speedwagon. I can’t fight this feeling any longer. And yet I’m still afraid to let it go.

Quien se lanza al desierto verde es un héroe aburrido, deseoso de protagonizar una acción cualquiera (porque, recordemos: la acción es lo que nos hace personas). Y entonces es inevitable pensar en Ricardo Darín en El Aura y todo lo que ha heredado Llinás del gran Fabián Bielinsky (te extrañamos, maestro).

Héroe que avanza con un bote sordo y un remo como escudo, sin brújula ni radar. Héroe con ojos que se relamen al leer una vieja carta con la tinta corrida (¿cayeron gotas de mate o de sal?). Héroe con manos que se erotizan al palpar un documento que encierra alguna suerte de intriga, tan cinematográfica como incomprensible. Héroe de carne y hueso, impertérrito ante ese último software que -se supone- debería ahorrarnos tiempo, cuando a la larga solo sirve para congelar la emoción. Héroe que se hace querer al volverse tan pampeano y húmedo, aunque provenga de otros pagos y prefiera coronar sus peripecias con los colores de una avenida africana.

El papel deja rastros (al fin y al cabo, es madera), así como quedan las huellas en la tela de los pintores más vehementes: observen el afiche de la película, que claramente remite a la estética de Vincent Van Gogh. Un pincel que toca la tela, trazo aguerrido que se torna indicio, que se apega con orgullo a la materia para imprimir su corporeidad.


Pero volviendo al planeta real, el hoy, ¿qué es lo que hacemos con nuestro intercambio de mails? ¿Acaso los guardamos? ¿Los imprimimos? ¿Los mojamos si lloramos? ¿Acaso nos reímos? (¿Vos recordás algunos de los míos? ¿Imaginás hasta qué punto yo cuidaba cada oración para que la idea te llegara sin malentendidos?) ¿No es más cómodo deletearlos si nos generan dolor? A lo sumo, intuimos que quedan en la bandeja de enviados, o en el buzón, o escondidos entre el spam, los compromisos laborales y tantas cadenas absurdas. Y ni hablemos del chat o los mensajes de texto en el celular, que ya ni conservan ética ni historial. Ellos ni siquiera califican a la hora de narrar (y sin embargo, cuánta angustia o alegría nos generan en su brutal fugacidad).

Hemos olvidado el placer de desgarrar con los dedos una carta, presas del odio y del amor y de los celos. Evitamos la catarsis refrescante de tirarla al tacho o quemarla de a poquito con una vela o un encendedor. Antes las palabras sabían lucirse y crepitar. Hoy han perdido la fuerza, el peso, el sentido. Por eso Llinás, a través de esa voz narradora inteligente y sofisticada, se dedica a reivindicar la palabra. Y yo lo aplaudo por su soberbia, una vez más.

Llamame retrógrada, nostálgica, necia. No me interesa anestesiarme con el mp3, ni trasnochar en el chat creyendo que así atempero soledades, ni me conformo con enviarte un mensajito para saber que cumplí con un saludo formal (no me gusta usar celular: el que tengo me lo regalaron y solo lo aplico para lo elemental). Al mismo tiempo, creo que Internet es una herramienta revolucionaria que apenas está aprovechada. Y vaya contradicción la mía: sin la posibilidad del blog este texto sería poco factible y todo lo que escribo quedaría guardado en alguna carpeta de mi PC. (Sincerémonos: en el fondo, nunca lo escribiría).

Y sin embargo…

No hay como esa tarjeta de tu puño y letra que aún guardo en algún libro
(y eso que hablo de breves tarjetas y no de cartas de papel… se escaparon a mi época).
Sigo eligiendo sentir el humo de tu cigarrillo en mi cara.

Disfrutar con las mil y un flexiones de tu boca. Y enfrentarme a todo lo que calla tu mirada.
Atesoro las fotos de revelado antiguo, y hay un álbum que quiero por sobre todos los demás. Puedo deslizarme en esas fotos infinitas veces, con seguridad, sin el riesgo de perderlo todo si un día al disco rígido se le ocurre estallar.
Recuerdo de memoria día y hora del encuentro -de todos los encuentros- sin tener que apelar al lápiz láser para agendarlo en algún lugar.
Me lastima la confusa literalidad del chat.
Y antes del batifondo urbano del celular, prefiero escuchar tu voz limpia y reposada en mi teléfono de línea.
Y que me cuentes cómo estás.
Añoro tu sudor, tu aliento, tu presencia física.
Me abisma la red de bits, me licúo en las pantallas frías.

Me aburre soberanamente tanto protocolo textual.

Dame un poco de agua, de tierra, de aire y de fuego
(elementos primordiales en estas historias extraordinarias).

Dame los trozos más simples de lo mundano.
Con ellos construiré mi aventura.
No necesito nada más.

martes, 23 de diciembre de 2008

Separate Lives

You called me from the room
in your hotel
All full of romance
for someone that you met
And telling me
how sorry you were,
leaving so soon
And that you miss me sometimes
when you're alone in your room
Do I feel lonely too?

You have no right to ask me how I feel
You have no right to speak to me so kind
We can't go on just holding on to time
Now that were living
Separate lives

Well I held on to let you go
And if you lost your love for me,
well you never let it show
There was no way to compromise
So now were living
Separate lives

Ooh, it's so typical,
love leads to isolation
So you build that wall
Yes, you build that wall
And you make it stronger

Well you have no right to ask me how I feel
You have no right to speak to me so kind
Some day I might
find myself looking in your eyes
But for now, we'll go on living
Separate lives

Phil Collins

lunes, 22 de diciembre de 2008


"Lo que se considera ceguera del destino es en realidad propia miopía".


William Faulkner

domingo, 21 de diciembre de 2008

El bosque estaba oscuro. Por eso las hojas suspendidas de las ramas amenazaban con un color negro, no verde. "Es mentira todo", pensé, "hasta lo que me decían del color de las hojas". Tenía tanto miedo que no sabía si avanzaba o retrocedía.

Alejandra Pizarnik
La pintura es de Franklin Álvarez Tunqui ("Orilla del bosque").

sábado, 20 de diciembre de 2008

Dani, un tipo de suerte, de Peter Hedges

Dani, un tipo de suerte
(Dan in real life - EE.UU, 2008)
Dirección: Peter Hedges
DVD editado por Gativideo

Dulce como el dulce de leche, redondita y etérea como una pompa de jabón, esta comedia romántica puede disfrutarse en su decurso sin mayores pretensiones, si bien los minutos finales imponen una resolución que, de tan banal, empalaga. Dan (Steve Carell) es un periodista viudo que asiste con sus tres hijas a la casa de sus padres para celebrar la reunión anual de toda la familia, en donde hermanos, cuñados y sobrinos contribuyen al intimidatorio jolgorio que dura un largo fin de semana.

Carell es ideal para encarnar al típico cuarentón apesadumbrado que puede ser encantador y sexy si se lo propone. Los ojitos tristones de Dani se iluminan cuando una tarde conoce a Marie (Juliette Binoche) en una librería (bello lugar para un flechazo, ¿no?). No imaginan todavía el escándalo que se avecina, porque el problema es que Marie está comprometida con el hermano menor de Dani.

La forma en que está filmado ese primer encuentro fortuito -perfecta puesta en escena del enamoramiento instantáneo- demuestra que Peter Hedges (el director de Pieces of April, aquella fresca fábula con Katie Holmes) tiene un trazo visual interesante que acaba esfumándose cuando el relato allana el camino hacia las convenciones.

Una vez que estalla el conflicto, lo que irrita un poco es que los juicios y las acciones de la parentela del protagonista sean tan permeables a la comodidad del guión, con lo cual los obstáculos dramáticos jamás llegan a ser tales. Pero lo bueno es que en el centro de esta historia está Carell, ese tipo al que todos quisiéramos tener como amigo, y eso hace que Dani nos vaya conquistando casi imperceptiblemente.
Cerrado por derribo

Este bálsamo no cura cicatrices,
esta rumbita no sabe enamorar,
este rosario de cuentas infelices
calla más de lo que dice
pero dice la verdad.

Este almacén de sábanas que no arden,
este teléfono sin contestador,
la llamaré mañana, hoy se me hizo tarde,
esta forma tan cobarde
de no decirnos que no.

Este contigo, este sin ti tan amargo,
este reloj de arena del arenal,
esta huelga de besos, este letargo,
estos pantalones largos
para el viejo Peter Pan.

Esta cómoda sin braguitas de Zara,
el tour del Soho desde un rojo autobús,
estos ojos que no miden ni comparan
ni se olvidan de tu cara
ni se acuerdan de tu cruz.

No abuses de mi inspiración,
no acuses a mi corazón
tan maltrecho y ajado
que está cerrado por derribo.
Por las arrugas de mi voz
se filtra la desolación
de saber que estos son
los últimos versos que te escribo,
para decir "condios" a los dos
nos sobran los motivos.

Esta paya tan lejos de su gitano,
este penal del Puerto sin vis-a-vis,
esta guerra civil, este mano a mano,
estos moros y cristianos,
este muro de Berlín.

Este virus que no muere ni nos mata,
esta amnesia en el cielo del paladar,
la limusina del polvo por Manhattan,
el invierno en Mar del Plata,
los versos del Capitán.

Este hacerse mayor sin delicadeza,
esta espalda mojada de moscatel,
este valle de fábricas de tristeza,
esta espuma de certeza,
esta colmena sin miel.

Este borrón de sangre y de tinta china,
este baño sin rimmel ni nembutal,
estos huesos que vuelven de la oficina,
dentro de una gabardina
con manchas de soledad.

Joaquín Sabina

viernes, 19 de diciembre de 2008

Camino a la redención, de Terry George

Camino a la rendención
(Reservation Road - EE.UU, 2008)
Dirección: Terry George
Estreno directo a DVD
Editado por Transeuropa

Felices luego de un paseo familiar, el matrimonio de Ethan y Emma (Joaquin Phoenix y Jennifer Connelly) circula con sus dos hijos pequeños por una ruta (la Reservation road del título original) cuando se detienen en una estación de servicio para hacer unas compras en el almacén. Simultáneamente, Dwight (Mark Ruffalo) transita por la misma ruta con su hijo y, en una fracción de segundo, pierde el control de su camioneta y atropella al hijo mayor de la otra pareja. El chico muere en el acto y el culpable huye. Todo esto sucede en los primeros minutos del film.

Es difícil que un drama de este calibre genere indiferencia, ya que al inconsolable dolor de los padres que sigue a la tragedia, se suma el dilema de Dwight, que intenta borrar las huellas de su responsabilidad y, al mismo tiempo, sufre un cargo de conciencia que termina destruyendo todo su ser. Mientras se explora el tema de la justicia por mano propia, en el film se advierte la necesidad de cuestionar el estado de paranoia generalizada que anida en la sociedad norteamericana, para remarcar que los resabios psicológicos del 11 de septiembre aún vibran a flor de piel, pero esta veta política está apenas esbozada.

Con una narración clásica y discreta, el director Terry George se destaca especialmente al transmitir ese palpable pavor que envuelve al personaje de Ruffalo, actor que brinda aquí una de las interpretaciones más ricas de su carrera (recordemos: lo hemos visto en Mi vida sin mí, Adulterio, Zodíaco y Ceguera, entre otros títulos).

Entonces ocurre que, como todos los personajes de la ficción viven en la misma ciudad, en el estado de Connecticut, el azar hace que se crucen los destinos de los padres afectados y del pobre victimario. Es verdad que cada día, en lo cotidiano, uno comprueba con cierta maravilla -y con estupor, también- el viejo dicho de que "el mundo es un pañuelo", solo que en el film resultan demasiado forzadas las artimañas del guión para explotar el suspenso derivado de las casualidades.


Es una pena, porque Reservation Road tenía en su haber un plantel de estupendas figuras para ser una gran película (no olvidemos que además de Ruffalo está Joaquin Phoenix, uno de los actores más intensos de su generación). Pero cuando el cálculo engulle la naturalidad, es el espectador quien empieza a dudar y acaba, muy a su pesar, distanciado de la historia.

jueves, 18 de diciembre de 2008

Comiendo pan

Como pan

recuerdo que un día

fuiste a buscarlo

reías.

Con los ojos blancos

mojo mi dedo en la leche

evaporándose en la noche.

No estás.

Miguel Ángel Bustos


miércoles, 17 de diciembre de 2008

Al muchacho codignola

Querido muchacho,
sí, claro, encontrémonos,
pero no esperes nada
de este encuentro.
Si acaso, una nueva desilusión,
un nuevo vacío:
de aquellos que hacen bien
a la dignidad narcisista,
como un dolor.
A los cuarenta años
yo estoy como a los diecisiete.
Frustrados, el de cuarenta y el de diecisiete
pueden, claro, encontrarse, balbuceando
ideas convergentes, sobre problemas
entre los que se abren dos décadas, toda una vida,
y que, sin embargo, aparentemente son los mismos.
Hasta que una palabra, salida de las gargantas inseguras,
aridecida de llanto y deseo de estar solos,
revela su irremediable diferencia.
Y, además, tendré que hacer de poeta
padre, y entonces me replegaré sobre la ironía,
que te incomodará: al ser el de cuarenta
más alegre y joven que el de diecisiete,
él, ya dueño de la vida.
Más allá de esta apariencia, de este aspecto,
no tengo nada que decirte.
Soy avaro, lo poco que poseo
me lo guardo apretado en el corazón diabólico.
Y los dos palmos de piel entre pómulo y mentón,
bajo la boca torcida a furia de sonrisas
de timidez, y los ojos que han perdido
su dulzura, como un higo agrio,
te parecerían el retrato
precisamente de esa madurez que te hace daño,
madurez no fraterna. ¿De qué puede servirte
un coetáneo, simplemente entristecido
en la delgadez que le devora la carne?
Cuanto ha dado ya lo ha dado, el resto
es árida piedad.

Pier Paolo Pasolini

Versión de Carlos Vitale
De Poesía en forma de rosa, 1964

lunes, 15 de diciembre de 2008

Todos contra Juan

 
Sí, lo sé, recién ahora te lo vengo a decir, por eso te pido disculpas. Si nunca viste Todos contra Juan, quizás lo mejor ya haya pasado. Pero nunca es demasiado tarde. Como se convirtió en un programa de culto que muchos están descubriendo a destiempo, es más que probable que América TV vuelva a ponerlo en pantalla muy pronto; por otro lado, todos los capítulos están disponibles en Internet. El extraño mundo de Juan está ahí, cerquita, al alcance de la mano, y es tan adictivo como el ingenio de Capusotto en You Tube.

Para quienes no lo conocen: Juan Perugia (Gastón Pauls) es un actor frustrado obsesionado con recuperar la fama que tuvo fugazmente en 1993, cuando trabajó como galancito en una telenovela juvenil llamada “La vida es un juego”. Pasaron quince años y Juan nunca volvió a tener visibilidad, aunque por supuesto él insiste en negar su fracaso y cree que todos se acuerdan de “Paco”, el personaje que interpretaba en esa serie que, curiosamente, compartía a muchos de los protagonistas de "Clave de Sol" y "Montaña Rusa".

El prejuicio hacía temer que todo el drama se redujera al guiño autobiográfico (Pauls empezó su carrera como galán para adolescentes), con un esquema en donde siempre se repetiría la misma situación: Juan va en busca de quienes solían ser sus colegas y lo único que recibe a cambio es indiferencia o burlas. Todos contra Juan demostró enseguida que podía trascender ese único chiste, y que es precisamente el origen entre real y ficticio de Juan lo que revitaliza en cada episodio el espíritu paródico. Pero más allá de las ironías sobre el ambiente del cine y la televisión (y sus caretas), lo interesante es que la historia intenta rebatir la etiqueta del “perdedor” recordando que los únicos éxitos que valen son aquellos que dan sentido a nuestro ser cotidiano.

Con corazón, con timing justo, con diálogos excelentes y situaciones divertidísimas, Todos contra Juan luce como un producto artesanal labrado entre amigos dispuestos a reírse de su propia frivolidad. Los creadores -con Pauls a la cabeza, primer impulsor del proyecto- disparan contra el paisaje que los vio nacer y, al tiempo que lo cuestionan con acidez, lo asumen como parte inevitable del universo massmediático que todos habitamos y alentamos, un espectáculo disparatado en donde el Facha Martel puede jactarse de tener algo en común con Marlon Brando: ambos testearon la hipótesis warholiana.


Juan es tan patético, tan torpe, tan desafortunado el pobre, pero tan voluntarioso y testarudo, que termina seduciéndonos con su ingenua persistencia. Es un hombre-niño que parece suspendido en el tiempo, con su infatigable bufanda y su eterna camisa leñadora, refugiado en ese bar en donde flotan en el aire las canciones de Foreigner y Rick Astley. Quizás porque se quedó en los ‘80 Juan no llegó a aprender que el talento es lo de menos, dato que la cultura cínica de los ‘90 aclaró definitivamente. Vale más la estafa, la doble cara. Y a la larga, Juan no puede sostener la doble cara, aunque lo intente. Por eso se inventa una burbuja y en ella se autoconvence. En el fondo, Juan es un buen tipo y eso hoy está pasado de moda.

Los detractores del programa se han quejado por ciertos “hurtos” de ideas a algunas series extranjeras, especialmente a la británica "Extras", en donde el gran Ricky Gervais encarna a un actor de décima línea que hace lo imposible por expandirse. Es cierto, pueden percibirse diversas influencias, pero si hay algo que imprime argentinidad a muchos de los personajes de Juan es -mal que nos pese- su carácter de chantas, una broma a la que se prestaron muchos de los artistas o figuras de la farándula que se interpretaron a sí mismos, como Emilio Disi, Gustavo Garzón, Guillermo Guido, Fabián Mazzei, "Cacho" Rubio, Esteban Prol y Pablo Rago. Y si no son chantas cabales es porque la fama les antepuso algún delirio, por eso Mirtha Busnelli fue cleptómana, Luis Luque fue sexópata y Antonio Grimau fue… ¡pirómano!


Dentro de un elenco estupendo (Henny Trayles, Oscar Nuñez, Ezequiel Campa, Alfredo Castellani), resulta muy simpático el personaje de Tony (Sebastián De Caro), mano derecha de Juan en todo momento. Dueño de un local de comics y merchandising bizarro, Tony se toma cada uno de los desafíos de Juan como si fuera un conflicto cinematográfico guionado con solemnidad: él lo desmenuza, investiga la situación y, si es necesario, rastrea las herramientas míticas que podrían ayudar a Juan. Tony es otro grandulón que no se atreve a madurar y tiene serios problemas para relacionarse con las mujeres. Muy lejos de Perón y del Che Guevara, la generación de Juan y Tony tiene como guía al maestro Yoda.


Para el final dejamos a Luz (Mercedes Oviedo), personaje que permite a la serie explotar su costado romántico. Juan está enamorado de ella pero no lo confiesa porque es su mejor amiga. Sin embargo, la mirada de Luz resulta fundamental para evaluar en su justa dimensión cada una de las acciones del protagonista. Ella es quien marca la diferencia, quien sonríe con cariño porque puede ver al verdadero Juan, mientras los demás se dedican a mofarse. Cada capítulo cierra con una reflexión en donde Juan indirectamente admite la intrascendencia de todos los desaires que vive día a día en su recorrido mediático, porque está claro que lo único que nos salva es que ese otro ser, al que uno quiere, esté allí para devolvernos la mirada. En esos minutos finales de abierto mensaje ideológico, en esas palabras pronunciadas por un Gastón Pauls que aquí brilla como nunca, Todos contra Juan desborda ternura y da vuelta el tablero: perdedor es aquel que jamás vio unos ojos colmados de afecto sincero.



Todos contra Juan
Martes, 22:15 - América TV
Dirección integral: Gastón Pauls Dirección y guión: Gabriel Nesci

sábado, 13 de diciembre de 2008

Diálogo con Marc Augé

“Hoy tenemos dificultades para pensar nuestro mundo”.

Fragmentos de una entrevista al antropólogo francés.

Por Silvina Friera

Lo anticipó en 1992, cuando publicó en Francia los ensayos que integran Los no lugares, espacios del anonimato: La historia se acelera, apenas tenemos tiempo de envejecer un poco que ya nuestro pasado se vuelve historia, que nuestra historia individual pasa a pertenecer a la historia. Y los recientes sixties, los seventies y muy pronto los eighties –por qué no añadir los nineties–, se vuelven historia tan pronto como hicieron su aparición en el escenario del mundo. “La historia nos pisa los talones”, sintetiza Augé, y la multiplicación de acontecimientos no previstos sacude la modorra de economistas, historiadores, sociólogos y antropólogos.

¿Qué consecuencias tiene esta aceleración en las sociedades contemporáneas?

–Sabemos muy bien que hay muchos eventos en todas partes del mundo, que la sobremodernidad, la aceleración de todos los factores constitutivos de la modernidad, del siglo XVIII y XIX, propicia el exceso, de tal manera que finalmente todo pasa como si no hubiera historia. Estamos viviendo dentro de una ideología del presente, con acontecimientos que no resignifican la relación con el pasado ni con la imaginación del futuro. Visto así, no existe más la historia, la visitamos como turistas, pero no tenemos el sentido de la relación entre el pasado y el presente ni la finalidad de una idea del futuro que anime el presente. Claro que en el fondo hay una historia, pero la consecuencia es que no pensamos la historia; es el triunfo de la ideología de la sociedad de consumo que define nuevos modos de individualidad. Y como estamos inmersos en esta sociedad es muy complejo analizar esta ideología, que se podría sintetizar con el lema de que portarse bien es consumir mucho. Sin embargo, una de las consecuencias es la ausencia de referencias, una vida sin perspectiva y una incapacidad de pensar el tiempo.

No se puede pensar el tiempo, pero estamos inmersos aunque más no sea en este presente.

–Sí, es decir que tenemos una dificultad para pensar nuestro mundo que es un aspecto importante de nuestra manera de vivir. Se dice de vez en cuando que no podemos pensar la muerte, a pesar de que las pantallas de la televisión nos ofrecen millones de cadáveres. Pero la muerte no es un objeto de pensamiento porque una de las características del consumo es la instantaneidad. Después del consumo no hay nada sin otro consumo, es la repetición de nuestra forma de vida. Habría que aclarar el contraste de esta ideología con lo que se pensaba en los años ’60 y ’70, cuando había que pensar el futuro para cambiar la sociedad. Ya no pensamos en cambiar la sociedad, pero cuando era joven decir que había que cambiar la sociedad era un lugar común. Ahora, si se habla de cambiar el mundo, de imaginar la utopía, se lo califica de arcaísmo.

¿El individuo no intenta cambiar la sociedad porque sería un consumidor satisfecho?

–Mucha gente no tiene acceso al consumo, y la posibilidad de tener un consumo mejor es una perspectiva para ellos. Hay una cierta homogeneización de la imaginación, tanto de parte de los que tienen acceso al consumo como de parte de los que aspiran a volverse consumidores. Pero el riesgo que enfrentamos no es el del consumidor satisfecho, sino que el mundo se transforme en una pequeña minoría que detenta el saber y el poder frente a la gran mayoría de consumidores y de pobres.

En uno de los ensayos que integra Los no lugares, espacios del anonimato, señala que “si la experiencia lejana nos ha enseñado a descentralizar nuestra mirada, debemos sacar provecho de esta experiencia”. ¿Cómo aprovechar esta experiencia?

– El problema del espacio, el problema de la relación social, es el mismo problema. La dificultad es pensar la relación con los otros porque el tejido social cambia muy rápido. En los años ’60, después de las independencias, había discusiones para imaginar cómo sería posible el desarrollo en los países subdesarrollados, entre las opciones más liberales y más colectivistas, pero se preservaba una imaginación del futuro a través de una relación entre los países ex colonialistas y los ex colonizados. A fines de los años ’70, principio de los ’80, se discutió la idea de la caridad, la Madre Teresa, tal como en el siglo XIX las relaciones entre los ricos y los pobres. Pero no hay más relación sino una coexistencia, en una sociedad de individuos consumidores con espacios donde no existen relaciones simbolizadas, relaciones sociales en el sentido fuerte de la palabra. No son espacios donde se puedan elaborar nuevas relaciones. Por otra parte no estamos viviendo en un mundo de libertad sino de senectud de esa libertad. La política tendrá que tener en cuenta todo esto para no olvidar que tenemos que vivir a la vez individual y colectivamente.

Artículo publicado en el diario Página/12 (11-04-07)
"La vida es eso: un rodeo, un rodeo obstinado, por sí mismo transitorio, caduco y desprovisto de significación. ¿Por qué razón en ese punto de sus manifestaciones llamado hombre, algo se produce que insiste a través de esa vida y que se llama sentido? Nosotros le decimos humano, pero, ¿es esto tan seguro? ¿Es tan humano el sentido? Un sentido es un orden, es decir, un surgimiento. Un sentido es un orden que surge. En él una vida insiste en entrar, pero él expresa quizás algo que está totalmente más allá de ella, pues cuando vamos a la raíz de esa vida y detrás del drama del paso a la existencia, sólo encontramos la vida unida a la muerte".

Jacques Lacan

viernes, 12 de diciembre de 2008

"El caso es que todavía es posible imaginar un mundo de campesinos sin señores. Jamás, sin embargo, fue posible imaginar un mundo de señores sin campesinos. Desde siempre se sabe, pues, quien sobra".

Miquel Barceló

jueves, 11 de diciembre de 2008


"Años de soledad le habían enseñado que los días, en la memoria, tienden a ser iguales, pero que no hay un día, ni siquiera de cárcel o de hospital, que no traiga sorpresas, que no sea al trasluz una red de mínimas sorpresas".

Jorge Luis Borges ("La espera")



La pintura es de Salvador Dalí (Muchacha con rizos)

martes, 9 de diciembre de 2008

Al otro lado del río...

Clavo mi remo en el agua
Llevo tu remo en el mío
Creo que he visto una luz
al otro lado del río

El día le irá pudiendo
poco a poco al frío
Creo que he visto una luz
al otro lado del río

Sobre todo creo que
no todo está perdido
Tanta lágrima, tanta lágrima
y yo, soy un vaso vacío

Oigo una voz que me llama
casi un suspiro
Rema, rema... rema!
Rema, rema... rema!

En esta orilla del mundo
lo que no es presa es baldío
Creo que he visto una luz
al otro lado del río

Yo muy serio voy remando
muy adentro, sonrío
Creo que he visto una luz
al otro lado del río

Jorge Drexler

lunes, 8 de diciembre de 2008

Rojo como el cielo, de Cristiano Bortone

Corren los años ’70. La primera imagen muestra a un grupo de niños jugando en un paisaje inconfundible: la Toscana italiana. Entre ellos está Mirco (un luminoso Luca Capriotti), un chico de diez años que vive junto a sus padres, en condiciones humildes, cerca de la ciudad de Pisa. Un día, un accidente hogareño cambia para siempre la vida de Mirco: ha quedado prácticamente ciego y deberá dejar a su familia para instalarse en una escuela para niños en su misma situación.

Aunque la premisa reúna muchos elementos infaltables en cualquier melodrama lacrimógeno en la línea “menores combatiendo el cruel destino”, Rojo como el cielo (Rosso come il cielo) no se ampara en la conmiseración ni en el patetismo para contar la tragedia del personaje. El director Cristiano Bortone sabe que no es necesario espesar la atmósfera cuando el espectador es conciente todo el tiempo de que se trata de una historia tristísima. Desde ese ángulo, entonces, el relato se concentra en la subjetividad del protagonista y su adaptación a la nueva realidad.

Mirco encuentra un día una vieja grabadora y con ella empieza a registrar sonidos del entorno. Investiga, experimenta, corta y pega fragmentos de cinta, se obsesiona con todo lo que escucha, y así descubre que con el oído, la técnica y la imaginación también se puede crear. El relato cuenta todo esto con sencillez y ternura, logrando sus mejores momentos al capturar las alegrías y pequeñas rebeldías perpetradas por Mirco, su “amigovia” Francesca (Francesca Maturanza) y los compañeros del colegio. Entre las travesuras hay una escapada de los chicos al cine del barrio para ver una comedia. No importa cuántas películas hayan mostrado la felicidad de los niños frente a una pantalla: esa escena de Rojo como el cielo conmueve como si fuera la primera vez.


Pero llega un momento en donde uno se pregunta por qué los realizadores no llevaron su idea al extremo: el film podría haber aprovechado el abanico de variables dramáticas que suponía privilegiar lo acústico sobre lo visual. Por ejemplo, en una secuencia clave se escucha la curiosa sinfonía de sonidos que el protagonista consiguió grabar. ¿Por qué no dejarla fluir en su pureza? ¿Por qué aplastarla con los previsibles violines de la música incidental?

De esta manera el guión delata su desconfianza, por no decir que está diseñado para que los resortes de la recepción no desacomoden los carriles tradicionales. Atascada en una hechura clásica y comercial, la película pierde efecto cuando abandona la bella anarquía de los chicos y se detiene en los diálogos -demasiado explicativos- entre el retrógrado director de la escuela y un maestro protector que intenta fomentar el talento de los alumnos. De modo lateral, el film también muestra las manifestaciones políticas que poblaron la Italia de los ’70, y para ello incluye al personaje de un joven militante ciego que parece simpático aunque no alcanza ningún desarrollo en la trama.

La historia está inspirada en la figura de Mirco Mencacci, quien actualmente trabaja como editor de sonido en la industria del cine italiano. No hay tono heroico en el relato, ni se cae tampoco en los facilismos de la "lección de vida"; éste es otro punto a favor de Bortone. Por eso, aun con los reparos ya señalados, Rojo como el cielo es una película amena a la que vale acercarse.

viernes, 5 de diciembre de 2008

Something To Remember

Seems I've played the game
for much too long
I let people buy
my love and I
never got to sing
my songs for you.

I had all my bets
laid all on you
Set your stakes too high,
you're bound to lose.
In the game of love
you pay your dues.

Say that happiness
cannot be measured,
and a little pain can bring you
all life's little pleasures.

What a joke.

I was not your woman,
I was not your friend,
but you gave me
something to remember.
No other man said "Love yourself"
Nobody else can.

We weren't meant to be,
at least not in this lifetime,
but you gave me
something to remember.

I hear you still say, "Love yourself".

I had all my bets
laid all on you
Set your stakes too high,
you're bound to lose.
In the game of love
I've paid my dues.

Guess I'm waiting for
my place in your sun
Wish I had the chance to know you
and it wasn't stormy weather.

What a shame,
who's to blame?

Madonna

jueves, 4 de diciembre de 2008

El niño con el pijama de rayas, de Mark Herman


Dirigida por el británico Mark Herman (el mismo de Tocando el viento), El niño con el pijama de rayas narra la historia de Bruno (Asa Butterfield), un pequeño de 8 años cuyo padre (David Thewlis) es un oficial nazi a quien acaban de ascender. Dado que la nueva responsabilidad del militar es regentear un campo de concentración, toda la familia (incluyendo a la madre interpretada por Vera Farmiga, y a la hermana que encarna Amber Beattie) debe trasladarse de Berlín a una casona que está ubicada cerca del horror.

Por supuesto, el niño ignora que a pocos metros de su hogar, del otro lado del bosque, los amigos de su papá se dedican a exterminar judíos. Él cree que ese lugar es simplemente una “granja”. Como tiene espíritu de explorador, Bruno un día llega hasta la cerca delimitada por el alambre de púas y así conoce al dulce Shmuel (Jack Scanlon), un chico de su edad que está prisionero en el campo. La amistad crece entre ellos sin que nadie lo perciba.
 

Se trata de una película muy fácil de demoler si apelamos a dos argumentos que la crítica suele emplear como comodines. El primer argumento llevaría a impugnar al film por utilizar la mirada pura de un niño como cuerda infalible para provocar indignación y lágrimas automáticas. El segundo paso sería rechazarla por sus abundantes golpes bajos, porque aunque la anécdota es trágica en sí misma, esta trama está particularmente recargada de situaciones abyectas.

Estas explicaciones son legítimas y totalmente aplicables al film en cuestión, pero no son suficientes. ¿Quién establece el límite para definir aquello que no debería mostrarse? Si la intención del autor es contar cómo un niño pierde la inocencia presenciando una vileza tras otra, ¿por qué habría que censurarlo? Por otro lado, la idea de “golpe bajo” también es muy relativa y depende de cómo se juegue ese elemento en el contexto del relato. Si el marco de la ficción es la Segunda Guerra Mundial, ¿acaso pueden distinguirse diferentes "niveles de bajeza" en medio de tamaña devastación? Recordemos Alemania, año cero, por ejemplo, que ilustra las consecuencias de la guerra desde el punto de vista de un niño. Roberto Rossellini no nos ahorró tragos amargos y, aun así, el film es una obra maestra.

Lo que intento decir es que hay que tener cuidado a la hora del dictamen apresurado: por enarbolar supuestos principios éticos -principios que son muy cambiantes de un film a otro, por cierto-, la crítica muchas veces se arroga el derecho de pautar qué es digno de contarse y qué no.

No debería haber temas prohibidos para el arte. Si el abordaje estético está a la altura de las circunstancias, creo que todo hecho se puede tocar. Lo importante sigue siendo el cómo. Y el problema con El niño con el pijama de rayas es que falla en el trabajo con la forma: es una película grosera, de principio a fin.

Durante la proyección, abrumada por lo que veía, no pude evitar decirle a la colega que estaba a mi lado: ¿a quién se le ocurre escribir todo esto? Luego constaté que la historia está basada en un best-seller, The Boy with the Striped Pyjamas, escrito por el irlandés John Boyne, y que algunos catalogan como “novela juvenil”.

En la película la angustia es constante. Cada nueva situación es aún más siniestra que la anterior y el relato las enlaza con una brutalidad descarada, asfixiante, sin ningún sentido del tacto. Hay continuos subrayados en la puesta en escena; hay personajes que bordean lo caricaturesco; y hay un dispositivo aleccionador demasiado pueril como para creer en la autenticidad del film. Más allá de la violencia inevitable de la historia (eso no está en cuestión aquí), lo deplorable es que las estrategias lastimosas sean tan burdas, tan evidentes en su vocación manipuladora.

Pero cuando uno piensa que ya lo ha visto todo, descubre que a la película le queda una vuelta más. Y entonces llega ese desenlace desgarrador, narrado en una secuencia de suspenso con montaje paralelo, cámara lenta, lluvia, corridas y llantos épicos. Otra vez el rey Marketing pisotea sin pudor la complejidad de la Historia. De ser la tragedia más inextricable del siglo XX, en el último tiempo el Holocausto ha pasado a servir como decorado frecuente para la explotación cinematográfica.

martes, 2 de diciembre de 2008

"La tensión de lo inhumano"

"Es evidente que el crítico tiene una responsabilidad especial ante el arte de su propia época. Debe preguntarse no sólo si tal arte constituye un adelanto o un refinamiento técnicos, si añade un giro estilístico o si juega astutamente con la sensibilidad del momento, sino también por lo que contribuye o lo que sustrae a las menguadas reservas de la inteligencia moral. ¿Qué medida del hombre propone esta obra? La cuestión no es fácil de plantear ni puede enunciarse con tacto infalible. Pero la nuestra no es una época corriente. Se esfuerza bajo la tensión de lo inhumano, experimentada en una escala de magnitud y de horror singulares; y no está lejos la posibilidad de la catástrofe. Sería extraordinario permitirse el lujo de guardar distancias, pero es imposible".

George Steiner

lunes, 1 de diciembre de 2008

"Siempre existe el peligro de que nuestra tecnología sirva de amortiguador entre nosotros y la naturaleza, un impedimento entre nosotros y las dimensiones mas profundas de nuestra experiencia. Las herramientas y las técnicas deben ser una extensión de la conciencia, pero también pueden ser fácilmente una protección de la conciencia. Entonces las herramientas se convierten en mecanismos de defensa, específicamente contra esas dimensiones mas amplias y complejas que llamamos el inconsciente. Nuestros mecanismos y tecnologías, en consecuencia, nos dejan perplejos ante los impulsos del espíritu".

Rollo May


domingo, 30 de noviembre de 2008

Alta Traición

No amo mi patria.
Su fulgor abstracto
es inasible.
Pero (aunque suene mal)
daría la vida
por diez lugares suyos,
cierta gente,
puertos, bosques de pinos,
fortalezas,
una ciudad deshecha,
gris, monstruosa,
varias figuras de su historia,
montañas
y tres o cuatro ríos.

José Emilio Pacheco


La fotografía es de Horacio Coppola

viernes, 28 de noviembre de 2008

Red de mentiras, de Ridley Scott

Ed Hoffman (Russell Crowe) vive en Washington con su mujer y sus dos pequeños hijos. Trabaja para el Servicio de Inteligencia de Estados Unidos, con una oficina montada en su propia casa. Nunca se despega del teléfono y del auricular que todo el tiempo lo mantienen comunicado con su equipo de la CIA, especialmente con Roger Ferris (Leonardo DiCaprio), ex periodista devenido espía que vive en Jordania y circula por diversas zonas de peligro en Medio Oriente.

La misión: cazar terroristas.


El joven Ferris pone el cuerpo en el lugar del conflicto -se arriesga, se lastima, se enamora-, cuando al veterano Hoffman le alcanza con dar una orden de ejecución desde su celular, mientras engulle con devoción los cereales de su desayuno, o mientras lleva a sus chicos al colegio.

Pero como Hoffman también se ve obligado a ejercer presión desde lo presencial, a veces no le queda otra que viajar y visitar a su colega en tierras convulsas. Una tarde, cae de sorpresa en el departamento de Ferris y le cuenta que en el avión vio una película: “Dieron esa película… Poseidón”. 


Detengámonos en ese comentario: decir “Poseidón” es decir cine catástrofe, género que tuvo sus años de esplendor en la década del ‘70, con clásicos como Infierno en la Torre, Aeropuerto, Terremoto y la misma La aventura del Poseidón, películas en donde un grupo de personas -o una masa- se veían amenazadas por una tragedia disparada por causas naturales o -en menor medida- por un error humano.

La historia es conocida: el Poseidón se da vuelta en medio del mar, y los pocos pasajeros que no se ahogan deben hacer malabares para sobrevivir en el transatlántico invertido. Están todos en el mismo barco, así que más vale tirar para adelante.


Russell Crowe, con mueca irónica, parece reírse de esa premisa, como si hoy el cine catástrofe no fuera más que el recuerdo de un cuento ingenuo. La realidad acabó pulverizando al género más apocalíptico alguna vez pergeñado por Hollywood. Ya no hay manera de dramatizar de forma elocuente la miseria de la que hombre es capaz. Hoy, algo nos está superando... la lisa y llana locura.

Red de mentiras (Body of lies) se estrenó en Buenos Aires el mismo día en que Bombay sufría la peor serie de atentados de su historia. Una verdadera puesta en escena de ataques en cadena que excedieron toda la espectacularidad jamás intuida por el más osado diseñador de producción.

Realmente ignoro si Ridley Scott quería decirnos algo con el guiño autoconsciente del personaje de Crowe, o si ese detalle ya estaba presente en la novela original escrita por David Ignatius, en la cual se basa el film. Lo único que puedo decir es que Red de mentiras no es una buena película: es confusa en lo narrativo y agotadora en su vorágine visual. Sin embargo, aunque proviene del corazón de la industria, no busca ocultar la responsabilidad del Imperio en la prolongación del caos sangriento en Medio Oriente y en todos los países afectados a la dialéctica absurda -pero rendidora- del "Bien contra el Mal" (así como la sólida American Gangster tampoco eludía el rol de EEUU en la ruta del narcotráfico urdida en paralelo a la guerra de Vietman).

A veces el cine no es más que una tela en donde rebotan imágenes brillantes y ajenas. En un mundo decididamente enfermo, frente al horror de lo real, con una maleza ideológica que está subvirtiendo el verosímil de todas las ficciones posibles, Red de mentiras es apenas una película chiquita. Casi pintoresca.