viernes, 25 de febrero de 2011

Tres obras de Panahi en la sala Lugones


Con el título “Homenaje a Jafar Panahi”, los programadores de la Lugones presentan un ciclo de tres películas del cineasta iraní que se verán el martes, miércoles y jueves de la semana próxima. Con la proyección de estos tres films, la sala Leopoldo Lugones "se solidariza con Panahi, condenado en su país a seis años de prisión y veinte años de inactividad profesional, un caso de censura de una gravedad inédita."

En este blog hablé en más de una oportunidad de este doloroso caso, así que no voy a extenderme aquí. Simplemente les recomiendo que miren las películas de Panahi, que son excelentes. Debajo del programa encontrarán la carta que el director envió hace unas semanas al Festival de Berlín, en donde Panahi participó como jurado de forma simbólica.

Detalles del ciclo:

Martes 1º de marzo (a las 14.30, 17, 19.30 y 22 horas).
El globo blanco (Irán, 1995)

Con guión de Abbas Kiarostami, la opera prima de Panahi narra la historia de una niña que sueña con tener un pez dorado para la fiesta de Año Nuevo (una tradición en Irán). La pequeña y su hermano convencen a su mamá para que les regale el dinero necesario para comprar el pececito, pero resulta que el dinero se pierde y la niña queda sola en medio de la ciudad, decidida a concretar su deseo. Una película extraordinaria.

Miércoles 2 (a las 14.30, 17, 19.30 y 22 horas).
El círculo (Irán / Italia, 2000)

“Con una estructura perfecta, que hace honor a su título, Panahi describe la situación de la mujer hoy en Irán, no sólo excluida atávicamente del sistema social sino también perseguida por un Estado policial que la empuja a situaciones extremas. Adulterio, aborto, prostitución, abandono de los hijos, suicidio eran temas que hasta ahora parecían impensables en el cine iraní y a los que El círculo alude con franqueza y valentía, pero también con una serena maestría, que no necesita jamás de discursos de barricada” (Luciano Monteagudo en Página/12).

Jueves 3 (a las 14.30, 17, 19.30 y 22 horas).
Offside (Irán, 2006)

Dado que en Irán las mujeres tienen prohibido el ingreso a las canchas de fútbol, quienes son fanáticas de este deporte debe implementar estrategias para escabullirse y asistir a los partidos. Panahi toma una anécdota de lo real y la transforma en una curiosa película. Copio un fragmento de la reseña que escribí cuando se estrenó Offside: “Panahi en su estilo exprime lo mejor del neorrealismo: el decir genuino de los actores no profesionales, la cámara límpida, la puesta en escena funcional y discreta, los gestos espontáneos y sutilmente reveladores. Es un cine directo e inteligente, que sin adornos ni rodeos aspira a la emancipación de una sociedad sometida a un régimen represivo que ya no puede disimular lo absurdo de su basamento”.

El ciclo se desarrollará en la sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín (Av. Corrientes 1530).

A continuación, la carta que Panahi envió desde la cárcel al reciente Festival de Berlín. Fue leída públicamente por la presidenta del jurado, Isabella Rossellini.

El mundo del cineasta está marcado por las interacciones entre la realidad y los sueños. El cineasta utiliza la realidad bajo su inspiración, la pinta con el color de su imaginación, y crea una película que es una proyección de sus esperanzas y sueños.

La realidad es que no me han dejado hacer películas durante los últimos cinco años y que ahora estoy oficialmente sentenciado y me privan de este derecho por otros veinte años más. Pero sé que seguiré convirtiendo mis sueños en películas con mi imaginación. Como un director socialmente sensible, admito que no podré retratar los problemas diarios y las preocupaciones de mi pueblo, pero no me negaré el sueño de que después de veinte años todos los problemas habrán desaparecido y haré películas sobre la paz y la prosperidad en mi país cuando tenga la oportunidad de volver a dirigir.

La realidad es que me han desposeído de la posibilidad de pensar y de escribir durante veinte años, pero no pueden impedirme que sueñe que, transcurridos esos veinte años, la inquisición y la intimidación serán reemplazados por la libertad y el libre pensamiento.

Me han privado de poder ver el mundo durante veinte años. Espero que cuando sea libre, pueda viajar en un mundo sin fronteras geográficas, étnicas o ideológicas, donde la gente viva junta, en paz y en libertad, a pesar de sus creencias y convicciones.

Me han condenado a veinte años de silencio. Pero en mis sueños, grito por un tiempo en el que podamos tolerarnos los unos a los otros, respetar nuestras opiniones y vivir nuestras propias vidas.

Últimamente, la realidad de mi veredicto es que debo permanecer seis años en la cárcel. Viviré los próximos seis años con la esperanza de que mis sueños se conviertan en realidad. Deseo que mis colegas cineastas en cada rincón del mundo hagan películas tan grandes que cuando salga de prisión encuentre la inspiración necesaria para seguir viviendo en el mundo que han soñado en sus películas.

Así que, a partir de ahora, y por los próximos veinte años, me fuerzan al silencio. Estoy forzado a no poder ver, estoy forzado a no poder pensar, estoy forzado a no poder hacer películas.

Me someto a la realidad de la cautividad y de los captores. Buscaré la manifestación de mis sueños en vuestras películas, esperando encontrar en ellas aquello de lo que me han desposeído.

Jafar Panahi *

* Carta publicada en la web del diario El Mundo (11/02/11). Traducción de Carlos Reviriego.

miércoles, 23 de febrero de 2011

Estrellas (o los ecos anímicos de True Grit)


"Todo lo que en la vida pasa a nuestro lado, tan fugaz, raro y desigual, es recogido en un mundo de poemas, en cuadros y grandes ciclos pictóricos, en colores, piedras, sonidos, dando forma a un nuevo y sublime mundo sobre la tierra. A no dudarlo, la belleza sólo puede sentirse a través de manifestaciones artísticas como la arquitectura y la música; sin las artes no sabríamos de la existencia de la belleza."

Jacob Burckhardt

También tenemos el cine, amigo Jacob, aunque es comprensible que no lo menciones en tu panteón de epifanías. Abandonaste este mundo cuando el cine recién estaba naciendo. Hoy me crucé con tu reflexión en un libro y se me ocurrió que podía escribirte y contarte, por ejemplo, que anoche salí del cine con unas ganas locas de mirar el cielo para beber esa belleza que -como bien decís- muchas veces dejamos pasar. Lástima que estaba nublado. Pero hoy puedo intentarlo de nuevo. Mañana también.

Fui a ver Temple de acero. Hacia el final quedé hiptonizada por una secuencia de una magia hermosísima y triste, para la que no estaba preparada (¿quién puede estar preparado para llorar en una película de los hermanos Coen?). Es que esas imágenes son tan diferentes a todo lo que veníamos viendo. De los paisajes límpidos y las tomas abiertas pasamos de repente a galopar bien cerca de Cogburn y la muchacha herida, pegados al rostro de ella, al borde del desmayo, inmersos en una dimensión casi irreal. Y al mismo tiempo el pulso es más real que nunca, aunque sea evidente el telón artificial que asoma detrás de los actores, ellos y nosotros transportados por unos instantes a las épocas de la delatora (y entrañable) back projection. Es esa alquimia que sólo puede darse en una pantalla. Es una verdad-cine. Entre el sueño y la esperanza, Mattie mira hacia todos lados, porque en su vida jamás miró; tan sólo actuó propulsada por un honor cegador, heredado. Pero ahora parecería descubrir el mundo como si fuera la primera vez. Los cuerpos de los muertos. La quietud de la noche. La soberbia del sol. Mientras me hacía un bollito en la butaca me preguntaba si a Mattie le habrían enseñado alguna vez a jugar con el cielo. Dónde están las tres Marías o la Cruz del Sur. Dónde estuvo su papá. Porque con el correr del relato casi olvidamos que esa niña coraje sigue siendo una niña. Para asumir su derecho a serlo, tuvo que estrechar manos con la muerte. Hasta que la naturaleza dice basta: ya no soporta más espuelazos. Llega el sacrificio y entonces sí, la niña se permite llorar. El hombre liquida el sufrimiento con un fogonazo. O al menos de eso intenta convencerse. Pero qué pequeñito es el hombre debajo de tantas estrellas.


Dejé la sala de cine y el cielo no lucía tan perfecto como lo esperaba. Regresé a casa recordando una anécdota de cuando era chica. Íbamos con mi papá en el auto, solos él y yo, para encontrarnos con nuestra familia que estaba en Miramar. Era de noche, en plena llanura pampeana, y yo no podía entender lo que pasaba en el cielo. Miraba por la ventanilla, intrigada, con tantas contorsiones de cuello y cabeza que papá prefirió estacionar unos minutos. “¿Viste cuántas estrellas?”, me dijo, como si fuera algo totalmente normal. “Sí, como en las fotos de los libros”, respondí. Es que yo estaba frente a una imagen de un manual de ciencias, o de esos atlas de la biblioteca de mi abuela que tenían fotos tomadas por satélites y dibujos del sistema solar. Para mí las galaxias ya venían estilizadas en los libros antes de que existiera el PhotoShop. Y resulta que ahí estábamos con mi papá, con el Torino descansando en la banquina y yo embrujada por ese cielo de brillantina, un poco como Mattie, lastimada por una belleza que no comprendía. Hasta que llegó la explicación que quizás no habría querido escuchar. Al menos no en ese momento. “En la ciudad no las vemos por culpa del smog”, dijo papá, y al decirlo no pudo disfrazar la sensación de pérdida. Volvimos al auto. Cambié la música del estéreo y seguí mirando por la ventanilla, pero de ahora en más sólo a la altura de mis ojos. Dolían demasiado.

La misma modernidad que nos regaló el cine también le fue robando estrellas al cielo. En cada cosa que hoy vemos, en cada producto del presente, anida esa misma contradicción. Por eso, amigo Jacob, sé que nunca voy a entender qué es eso que algunos llaman "civilización".

domingo, 20 de febrero de 2011

Celebración de la subjetividad


Por Eduardo Galeano

Yo ya llevaba un buen rato escribiendo "Memoria del fuego", y cuanto más escribía más adentro me metía en las historias que contaba. Ya me estaba costando distinguir el pasado del presente: lo que había sido estaba siendo, y estaba siendo a mi alrededor, y escribir era mi manera de golpear y de abrazar. Sin embargo, se supone que los libros de historia no son subjetivos.

Se lo comenté a don José Coronel Urtecho: en este libro que estoy escribiendo, al revés y al derecho, a luz y a trasluz, se mire como se mire, se me notan a simple vista mis broncas y mis amores.

Y a orillas del río San Juan, el viejo poeta me dijo que a los fanáticos de la objetividad no hay que hacerles ni puto caso:

— No te preocupés — me dijo —. Así debe ser. Los que hacen de la objetividad una religión, mienten. Ellos no quieren ser objetivos, mentira: quieren ser objetos, para salvarse del dolor humano.


La imagen pertenece a Moolaadé, notable film de Ousmane Sembene.

viernes, 18 de febrero de 2011

La carga


Mi cuerpo estaba allí... nadie lo usaba.
Yo lo puse a sufrir... le metí un hombre.
Pero este equino triste de materia
si tiene hambre me relincha versos,
si sueña, me patea el horizonte;
lo pongo a discutir y suelta bosques,
sólo a mí se parece cuando besa...
No sé qué hacer con este cuerpo mío,
alguien me lo alquiló, yo no sé cuándo...
Me lo dieron desnudo, limpio, manso,
era inocente cuando me lo puse,
pero a ratos,
la razón me lo ensucia y lo adorable...
Yo quiero devolverlo como me lo entregaron;
sin embargo,
yo sé que es tiempo lo que a mí me dieron.

Manuel del Cabral

La pintura (“Western”) pertenece al gran Alby Álamo. Haciendo click aquí podrán conocer su obra. No se la pierdan.

martes, 15 de febrero de 2011

El cisne negro, de Darren Aronofsky


“¿Pero qué otra cosa es el hombre sino la encarnación de una disonancia? Pero esta disonancia exige, para hacer posible la vida, una ilusión magnífica que extienda un velo de belleza sobre el padecimiento. Tal sería el propósito de Apolo.” (1)

Elena Oliveras 

(Atención: se revelan detalles del argumento)

A Nina Sayers (Natalie Portman) la vemos sufrir desde que la película comienza, cuando sueña que el villano de "El lago de los cisnes", el hechicero Rothbart  (¿avatar de su madre?) la convierte en ave para hacerla prisionera. Nina está nerviosa. Tiene que conseguir el papel más anhelado por cualquier bailarina, y si lo pierde ahora, es muy probable que no tenga otras oportunidades. Nina no es tan joven. Casi ninguna mujer puede serlo en este mundo en donde tener más de 25 años es sinónimo de oprobio. La muchacha sale a la calle y el peso de toda una vida cae sobre sus hombros. Una fractura. Y una cámara que respira el horror fundamental porque se sitúa justo ahí, en el quiebre del ser, en la grieta que divide la razón del instinto. Es “la percepción de la sombra”, como diría Carl G. Jung. Es el Mr. Hyde que todos llevamos adentro y que en algún momento golpea reclamando su lugar en la identidad.

En El cisne negro (Black Swan) los espejos nos asustan como si fuera la primera vez. Nina desespera al verse a sí misma duplicada y a la vez partida. Los otros funcionan como potenciales dobles. Porque ella está en el límite. Aún le queda un margen para liberarse y disfrutar de su talento como lo hace la luminosa Lily (Mila Kunis), pero en lo concreto sabe que muy pronto le tocará ser desplazada como Beth (Winona Ryder), para caer finalmente en la peor pesadilla: ser una réplica de su resentida madre (Barbara Hershey). Los dobles se multiplican al infinito en esos siniestros autorretratos que la madre pinta y expone con el absurdo afán de detener el tiempo, por eso no es casual que la actriz elegida para este rol ostente un rostro tergiversado por las cirugías plásticas. En este aspecto El cisne negro excede el ámbito del ballet para referirse a las exigencias de belleza que enfrenta toda mujer en la sociedad de la imagen. Pero aunque ese resquicio de actualidad sea lo más interesante del film, el guión no profundiza demasiado en él y se conforma con los efectos epidérmicos dictados por el género. En el tironeo entre el personaje y sus sombras hay verdaderas ráfagas de terror, una erupción psíquica y física que nos envuelve para hacernos creer y padecer como real incluso aquello que sólo es alucinado (esto se nota sobre todo en dos momentos clave: la escena de sexo y el asesinato en el camarín), sensación lograda por una fotografía más bien opaca que evita desviarse del naturalismo para engañarnos mejor, si bien vale aclarar que los hechizos duran sólo unos segundos: el montaje luego se ocupa de separar puntillosamente la realidad de lo imaginado (volveremos sobre esto). 

Darren Aronosfky vuelve a centrarse en una psicología perturbada al extremo para abordar desde allí dos temas predilectos: la obsesión y el cuerpo. En El cisne negro el estilo ansioso del director fluye de manera mucho más acompasada que en sus primeras películas, y aunque no busca el realismo descarnado de El luchador (su mejor trabajo hasta hoy), tampoco retoma los ademanes exhibicionistas que en films como Pi y Réquiem para un sueño se hacían agotadores. Sin embargo, más allá de ser una película entretenida con una actriz fascinante capaz de conmovernos, hay algo en El cisne negro que no termina de despegar.

Por empezar, el personaje del coreógrafo (Vincent Cassel) resulta demasiado plano y mucho menos seductor de lo que el conflicto requiere, principalmente porque está colocado sólo para explicar una y otra vez la metáfora del cisne, una explicitación que anula enseguida la participación interpretativa del espectador. Por otro lado, llama la atención que todo luzca subrayado al punto de la obviedad: la habitación rosada llena de peluches, la cajita de música con la bailarina, el celular que tiene a Tchaikovsky de ringtone, en donde se lee MOM con letras enormes cada vez que llama la madre. Este “amor a lo no natural”, este “regodeo en la superficie”, es propio del estilo camp, según postula Susan Sontag. Esta fue la lectura que propusieron algunos críticos, es decir, tomar El cisne negro como un mero juego de texturas a expensas del contenido, una idea que tienta un poco más cuando admitimos que esta historia de represión sexual suena un poco anacrónica para el siglo XXI. “El tiempo libera a la obra de arte del contexto moral, entregándola a la sensibilidad camp”, dice Sontag. “Es por ello que tantos objetos apreciados por el gusto camp están pasados de moda, fuera de época, demodé”. (2) Sin embargo, cuesta rastrear una actitud abiertamente lúdica en un film con tantas zonas oscuras, abrasivas, y para ello basta recordar a esa madre perversa y casi incestuosa que hizo un infierno de su hija. Sontag diría que este cisne no tiene la suficiente extravagancia, y creo que aquí radica el problema central: la película, como propuesta estética, no consigue congraciarse con su lado salvaje.

“En el hombre, el ser animal (que vive en él como su psique instintiva) puede convertirse en peligroso si no se lo reconoce y se lo integra a la vida”, explica Jung, para quien la solución sería asumir ese instinto para tratar de incorporarlo a la conciencia, una tarea que le corresponde al ego. (3) Nina no lo logra, porque no acepta sus pulsiones. Al no concretar el contacto sexual, la bestia explota a nivel imaginario y acaba devorando al personaje. Todo esto está muy bien para un informe psicoanalítico, pero aquí estamos hablando de cine. Y para proteger a Nina como ser humano, para darle un diagnóstico compasivo, el film elige encerrar la fantasía bajo mil candados. Cada cosa en su lugar. Orden y tranquilidad. Que prime el principio de realidad. Adiós al éxtasis. (Sontag dice que ciertas obras que pretenden ser camp,  fracasan porque les falta una cuota de pasión, por eso se quedan en “lo decorativo, lo acomodaticio, en lo chic”. Y aunque Black Swan no tenga ese objetivo, creo que se la puede pensar como cine chic).

Lynch y Cronenberg son dos sombras ineludibles en toda esta experiencia. No podemos ni debemos pedirle a Aronofsky que se aproxime a ellos, y es válido que se abstenga de imitarlos, pero son dos sombras pesadas que ayudan a intuir por qué El cisne negro no vuela más alto: porque le teme a lo extraordinario, al delirio, a la desolación del laberinto, a la yuxtaposición indiscernible de registros. Aronofsky se atasca en la lucha ancestral entre los dos instintos estéticos primordiales, una contradicción que no por irresuelta deja de ser atractiva. El cisne negro le pide al personaje que abandone su jaula, que sea menos rígida, menos perfecta, más genuina, pero al final es la misma película la que no puede llevar hasta las últimas consecuencias la tan ponderada voluntad dionisíaca.


Referencias:
  1. Elena Oliveras. Estética. La cuestión del arte. (Ed. Ariel)
  2. Carl G. Jung. El hombre y sus símbolos. (Ed. Caralt)
  3. Susan Sontag. "Notas sobre lo camp", en Contra la interpretación. (Ed. Alfaguara).

lunes, 14 de febrero de 2011

Mutis por el foro

 “La película (Vincere) ha sido bien recibida, ha funcionado más o menos bien comercialmente, pero no ha suscitado debates o confrontaciones acerca de nuestra historia. Esto me ha sorprendido mucho, me esperaba un mínimo de discusiones en torno a Mussolini. El silencio ha sido total, incluso por parte de la clase política actual, los que han sido formados en la nostalgia del fascismo, como el Presidente de la Asamblea de Diputados, Gianfranco Fini. Silencio también por parte de los antiguos comunistas. Así que, o bien es que el fascismo ya no le interesa a nadie en Italia, o bien es que es una cuestión completamente superada. Pero eso me sorprendería mucho.”

Marco Bellocchio
En una entrevista publicada en la revista Cahiers du Cinéma/España, junio de 2010.

domingo, 13 de febrero de 2011

Quizás no me di cuenta...


Esperando un milagro
se me pasó la tarde
quizás no me di cuenta
que rozó mi mejilla
y cuando me di vuelta
no alcancé a comprenderlo
ya se había escondido
en fondo de mi alma

Esperando un milagro
puede ser que te acuerdes
de cuando prometías
no cambiar las ideas
y volver a la carga
con la misma energía
cuando una fantasía
caía de rodillas...

No...
mentira que no existe la verdad
yo estoy aquí para poder decir que...

Que si llegara un milagro
seguro cambiarías
pero no serviría
así cambia cualquiera
si tiene asegurado
un placer pasajero
y un poco de dinero
y jugar en primera

Esperando un milagro
se me pasó la tarde
quizás no me di cuenta
que rozó mi mejilla
y cuando  me di vuelta
no alcancé a comprenderlo
ya se había escondido...

...en el fondo de mi alma.

Litto Nebbia (“Esperando un milagro”)

jueves, 10 de febrero de 2011

Conocerás al hombre de tus sueños, de Woody Allen

Mientras esperamos que Woody por fin saque del horno la gran película que corone el último tramo de su carrera (yo apuesto a que lo hará), nos toca encarar una nueva escala en su irreversible pesimismo. Por suerte esta vez evita el rol del maestro que baja línea haciendo rechinar la tiza sobre la pantalla, un ruidito que viene afectando tanto sus fábulas morales (Match point, Cassandra’s dream) como sus sopas de cinismo rancio (Whatever works). Conocerás al hombre de tus sueños (You will meet a tall dark stranger) es el film más modesto de Allen en muchos años, en donde el director espolvorea las sales de siempre pero con mayor templanza y cariño. Debe ser la llegada de la resignación, la procesión crepuscular que va por dentro, la que le permitió al realizador abandonar la unívoca altanería de la amargura para concentrarse en los colores de la complejidad, recuperando así su clásica paleta de trazos humanos en la que todos nos vemos representados de una forma u otra. Hacía tiempo que Woody no se sentaba tan cerca nuestro para hablarnos directamente a nosotros sobre nuestras torpezas cotidianas.

Los personajes se cruzan, se gustan, se pelean, se aman, se frustran, se acusan, se escapan, se mienten, se vuelven a entusiasmar, como trompos que giran desesperadamente buscando la llave de la vida, sin quitarse las anteojeras jamás. Lo curioso es que todo sucede en la Londres más llena de luz de la historia del cine, pero casi nadie piensa dejar el solipsismo para hacer pie en el suelo de un paraíso posible (¿el de humildad, quizás?). Allen vuelve sobre temas habituales como el deseo, el fracaso y la culpa, y es bueno destacar que no se olvida de quienes terminan heridos, incluso si se trata de personajes muy secundarios (como por ejemplo, la familia del novio que se queda sin boda). No hay certidumbre de ningún tipo, y aun cuando se tengan las mejores intenciones, el azar puede clavarnos un puñal por la espalda. ¿Existe algo más que este mezquino aquí y ahora?

Allen no está todavía dispuesto a entregarse. Conocerás al hombre de tus sueños despierta muchas preguntas, y esto significa que la búsqueda continúa. ¿Qué podría hacer de nosotros mejores personas? Probablemente ese techito simbólico bajo el cual elegimos cobijarnos. Podemos creer que nuestra alma no morirá nunca porque reencarnará en otros cuerpos, o que el ser querido que nos dejó hace poco nos está saludando desde el más allá. En definitiva, en la película surge la necesidad de una trascendencia espiritual (un interrogante que también nutre al último film de Clint Eastwood). En esto confían los únicos dos personajes a quienes Woody les regala una sonrisa sincera. Los únicos que logran salir adelante sin lastimar a los demás. 

miércoles, 9 de febrero de 2011

El nido


Soledad es la herida por la que respiramos.
Construye cada cual el nido donde puede
con materiales nobles o plebeyos
y no existe otra ley que aguardar el momento
de salir, para volver a encontrarnos
por las calles y plazas donde todo sucede;
los amores, los pactos, el alud de proyectos
que hasta ayer nos mantuvo más o menos despiertos
en aras de una idea confundida.
Soledad es la herida por la que no sangramos.

Leopoldo Alas Mínguez
(Fragmento del poema “Soledad es la hierba”)

La imagen pertenece a film El desierto rojo (Il deserto rosso), de Michelangelo Antonioni

domingo, 6 de febrero de 2011

Escrúpulo


Me parece que vivo
que estoy entre los ruidos
que miro las paredes,
que estas manos son mías,
pero quizás me engañe
y paredes y manos
sólo sean recuerdos
de una vida pasada.
He dicho "me parece"
yo no aseguro nada.

Oliverio Girondo

En la imagen: el enigmático Jean-Baptiste Thiérrée en Muriel (Muriel ou Le temps d'un retour), otro hallazgo de Alain Resnais (y van...).

sábado, 5 de febrero de 2011

Esculturas

"El olvido es necesario; tiene un papel muy activo. Porque lo que se olvida va dibujando las formas de lo que no se olvida. Es como un trabajo de escultura. Lo que queda no es un recuerdo, simplemente, sino un recuerdo trabajado por el olvido."

Marc Augé

En una entrevista publicada en la revista ADN Cultura, del diario La Nación (04/02/11). Ir al texto completo.


La imagen pertenece a la película Je t'aime, je t'aime, de Alain Resnais.

jueves, 3 de febrero de 2011

Un pedacito...

…de la vida de un maestro.

Lo que sigue es un fragmento de un libro sobre Sergei Eisenstein, en donde el autor relata un episodio de la infancia del cineasta ruso.

Por Dominique Fernandez *

“¿Las condiciones para una buena estructura del Yo no se encuentran ya reunidas? Un padre fuerte sobre el que poder apoyarse, eje de la identificación y la oposición; una madre agradablemente fina; una nodriza que corrige el cosmopolitismo un poco fútil de los padres con la solidez calurosa de la tradición popular.

En realidad, era una familia en plena crisis. Posiblemente a causa del «cambio de papeles». El acto de autoridad partió de la madre. En 1905 decidió partir. ¿Desavenencia, atracción de otro hombre, o pura manifestación de energía? Se llevó a su hijo y llegó con él a San Petersburgo. Idilio entre el jovencito y su madre, mientras están los dos solos. Pero, un día, bruscamente, le envió a casa de su padre en un compartimento de tren cerrado con llave.”

* Fragmento del libro Eisenstein, el hombre y su obra, de Dominique Fernandez. (Editorial Aymá, Barcelona, 1975).

Hace muchos años conocí esta anécdota de la vida temprana de Eisenstein, y hoy sigo sin poder quitarme la imagen de la cabeza. Veo a ese muchachito de siete años desesperado, solo, llorando, tratando de entender por qué su madre cometió semejante crueldad. Años después se convirtió en un genio irremplazable. Y jamás olvidó lo que sintió en ese tren.

martes, 1 de febrero de 2011

Escarabajos

Una reflexión sobre La Metamorfosis, de Franz Kafka

Del asco al desconsuelo
Por Liliana Bodoc *

Mi relación con Gregorio no fue fácil. Empezó como un golpe en las tripas: me dio como asco. Yo tenía 16 o 17 años y siempre le tuve miedo a los bichos? Encontrarme con este tipo que se transformó en cascarudo de la noche la mañana me generó una fuerte repulsión. Por eso no llegaba a imaginármelo, más bien tendía apenas a delinearlo.

Es una gran apuesta apartarse del Homo sapiens, correrse un poco, abrir otras ventanas, hurgar en la realidad humana con otros parámetros, otras visiones. Con la visión del escarabajo, de la montaña o la del águila. Mirarnos siempre desde nuestra altura -¡que no es tanta como lo que imaginamos!- nos empobrece. Mirarnos desde aquella criatura que podríamos pisar si quisiéramos me parece que puede ser muy interesante y puede darnos una visión de nosotros mismos más prudente, más sensata y, paradójicamente, mucho más humana.

Me queda de Samsa una sensación de desconsuelo. La sensación que dejan los mártires, los que se inmolan, los que, obviamente, no son comprendidos ni respaldados por su entorno. La imagen de un crucificado boca arriba.

* Artículo publicado en la revista ADN del diario La Nación (28/01/11).

La imagen pertenece a la película Horton y el mundo de los Quién (Jimmy Hayward y Steve Martino, 2008), una historia que con enorme sencillez ensaya la propuesta de Bodoc: aprender a (ad)mirar el mundo desde otro lugar.

Alguien


Estoy en un café
multiplicador del hastío,
el insistente daiquiri
vuelve como una cara inservible
para morir, para la primavera.
Recorro con las manos
la solapa que me parece fría.
No espero a nadie
e insisto en que alguien tiene que llegar.


José Lezama Lima (fragmento del poema "El pabellón del vacío").

La imagen pertenece al film La mujer sin piano, de Javier Rebollo.