viernes, 22 de julio de 2011

Animal Kingdom, de David Michôd

El comienzo de Animal Kingdom probablemente sea uno de los mejores del año. Un adolescente mira absorto la televisión mientras una mujer yace a su lado en el sillón, tal vez dormida, tal vez no. De repente entran dos hombres a la casa y tratan de reanimar a la mujer. Los enfermeros hacen los últimos esfuerzos mientras el muchacho observa, sin desviar los ojos del programa de concursos que chilla desde la pantalla. La mujer ya no recupera el pulso, aunque lo más duro es comprobar que para su hijo no parece haber diferencia entre una madre viva y una madre muerta. Es una imagen helada, cruel, quizás demasiado morbosa, pero cae como yunque y resume a la perfección el estado mental del personaje, un ejemplo nítido de la denominada “desafectivización” adolescente. Sobre este personaje, Joshua “J” Cody (James Frecheville), se erige toda la película. Y entonces el problema afectivo lo tenemos nosotros.

La historia transcurre en Melbourne, Australia. Al quedarse solo, Joshua debe mudarse con su abuela y sus tíos, una familia que básicamente vive del delito. Con la misma economía narrativa de la escena inicial, la secuencia de créditos compagina imágenes fijas tomadas por cámaras de seguridad, indicando así que los Cody y compañía se dedican a robar comercios. No los veremos en acción, sino en el backstage: cuando cuentan y reparten el dinero, cuando se drogan, cuando negocian con policías cómplices. Joshua sentía cierto temor por esta familia, de la cual su propia madre buscó escapar. Lo dice la propia voz narradora del chico y esto implica que él no es tan inconsciente ni está tan alienado como al principio creíamos. Sin embargo, Joshua no sólo se suma rápidamente al clan sino que además -y acá se advierten los hilos- presenta e integra a su novia, a quien no le esperan momentos gratos.  

Hay una tensión entre lo cool y lo siniestro que el director David Michôd logra instalar en la primera parte del relato. Pero en vez de organizarse a partir de la interioridad de Joshua, como se insinuaba al comienzo, la narración se va dispersando para seguir a cada uno de los personajes sin demasiada justificación. De acuerdo, la idea es mostrar que cada miembro del grupo está rozando su límite personal y eso pone en riesgo el orden que la madre-leona siempre supo mantener (Jackie Weaver, nominada al Oscar por este rol, inquieta de verdad cuando estira su sonrisa de Guasón). Lo que enmaraña el drama es la figura del hermano mayor (Ben Mendelsohn), que viene con diploma de psicópata y, por ende, tiene carta blanca para dar volantazos de guión. Si algo me irrita en el thriller es justamente esta clase de atajos patológicos que irrumpen con un giro inesperado, un impacto cómodo que no se percibe como consecuencia natural de lo que se venía construyendo como conflicto central.

Animal Kingdom delata entonces su voluntad demostrativa: se trata de confirmar que el joven protagonista está condenado a la tragedia, de subrayar su fatalidad como si él no tuviera responsabilidad alguna frente a los hechos. Y aquí reside el problema, en el personaje de Joshua, un joven que no nos despierta simpatía alguna pero que el relato quiere salvar a toda costa, potenciando hacia el final el perfil demoníaco de la abuela para remarcar aún más la victimización del chico. Las estrategias no funcionan. Y más allá de los aciertos de Michôd celebrados al principio de esta reseña, Animal Kingdom repiquetea en la memoria como una película confusa y manipuladora.


Animal Kingdom (Australia, 2010)
Estrenada en DVD con el título Reino Animal
Dirección y guión: David Michôd
Intérpretes: James Frecheville, Jackie Weaver, Ben Mendelsohn, Luke Ford, Guy Pearce.
Editado por Sony Pictures.

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