jueves, 20 de abril de 2023

Los esenciales (sobre una película de Clarence Brown)


Le sigo dando vueltas a Entre esposa y secretaria (Wife vs. Secretary, 1936), la película de Clarence Brown que el newsletter Cinematófilos* compartió hace un par de sábados (edición n°67). Creo que es una pequeña maravilla, delicadamente feminista. Dejemos de lado por un momento al cuarteto estelar (Jean Harlow, Clark Gable, Mirna Loy, James Stewart) y pensemos en los demás personajes, incluso en los que sólo calificarían como figurantes. Desde el minuto uno, el relato se propone hacerles un lugarcito a todos los trabajadores que pueblan la historia.    


Arrancamos con un saludo a pura sonrisa entre un policía de tránsito y el conductor del tranvía. Luego, con una hermosa trampa de puesta en escena, el film revela que Gable tiene a su disposición a dos mayordomos, a falta de uno. Y así vamos conociendo a todos los que rodean a los protagonistas: la mucama, los ascensoristas, el conserje del edificio, el adorable chofer, la cocinera, las secretarias, los diseñadores, los mozos, las enfermeras, el empleado del correo, las imprescindibles operadoras telefónicas, el guardia del turno noche al que le duelen los juanetes… y ahí está la breve pero fuerte presencia de la madre de Stewart, una mujer que no se quita el delantal de cocina durante toda la cena para que no lo olvidemos: el trabajo doméstico también es trabajo       


En su poema “Los justos”, Borges pondera a todos esos seres anónimos que “están salvando el mundo” simplemente porque se dedican a hacer bien las cosas con la más absoluta humildad. Pero aun si ni siquiera aspirásemos al romanticismo de la salvación, ya resulta bastante fascinante constatar que el mundo sigue andando debido a todos esos laburantes que cada día lo sostienen. Los esenciales.   



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miércoles, 5 de abril de 2023

Rescate - Una carta de amor de Leopoldo Torre Nilsson a su padre

En pocos días, el 9 de abril, se cumplirá un nuevo aniversario del fallecimiento del notable cineasta argentino Leopoldo Torres Ríos. Su hijo, también llamado Leopoldo y también realizador, le dedicó este texto que descubrí en un libro de poemas algo olvidado, hallado hace muy poco en una librería de usados.


PROSA NECESARIA 

Por Leopoldo Torre Nilsson 

Muchas cosas perdí cuando perdí a mi padre: un culto entusiasmado y permanente por la amistad afectiva; un auténtico depositario de dudas con la respuesta más justa para todos los problemas que hacen al comportamiento humano; una suerte de compañero apasionado para la visión de películas, el comentario de libros o hechos, o la más fortuita de las vivencias. 

Después de su muerte tuve por mucho tiempo la sensación de que no podía volver a gustar de casi nada, ni de una buena comida, ni de un buen libro, ni de un buen film, ni de un buen partido de fútbol. Desde el momento de su muerte hasta hoy, no he podido saborear casi ninguna cosa buena sin la tristeza de no poder compartirla con él. 

Mi padre era posiblemente el único hombre que he conocido que podía tener una vitalidad y un entusiasmo tal como para poder modificar gustos, costumbres y apetencias de otro sin proponérselo y sin hacerlo evidente. Hubo un grupo humano compuesto por más de doce personas que durante años se reunió casi todos los días de la semana y que no se volvió a reunir ni un solo día después de su muerte. 

Hay personas que al morir hacen desaparecer como un entorno, un paisaje, un modo de vida: mi padre se llevó algo más que su propia vida con su muerte. 

Sé que se llevó mucho de la mía. Mientras él vivía yo me sentí joven y capaz de muchos de los actos que le dan sabor a la juventud y que son como la consecuencia del coraje irresponsable, la alegría absoluta e irreflexiva; después de su muerte en cambio sentí que todo ya estaba dispuesto para la madurez, la reflexión cobarde, la medida alegría. 

Me llenó de conocimientos sin darme más ejemplo que los hechos; supo ser imperfecto y justo, arbitrario y bueno. Se sabía un director excepcional y talentoso y sin embargo tenía una humildad que marchaba a la par de un pocas veces extrovertido orgullo. 

Nunca ganó mucho dinero, pero supo gastarlo a manos llenas. Porque era tanto su entusiasmo vital que en sus bolsillos los vintenes sabían a monedas de oro. 

Escribiendo estas líneas me doy cuenta nuevamente de la enorme fortuna que me dejó este fabuloso testamento de su vida. 

Y me doy cuenta también de que me va a ser difícil encontrar a alguien más porteño y más español y más castellano y más gallego. Y más de Barracas y más del Centro porque entre ecuménico y jovial parecía llevar permanentemente impresas en sus palabras y actitudes el sabor de los sitios que le habían venido en la sangre o que había habitado. 

Mi padre murió el nueve de abril de 1960 cerca de la medianoche. Acababa de cumplir sesenta años. 

Fue joven, un muchacho, un amigote y un maestro hasta el mismo nueve de abril de 1960 a las seis de la tarde, en que lo vi por última vez.


Texto publicado en el libro Contar pérdidas (Nemont Ediciones, Buenos Aires, 1977)


Para ver en YouTube: 

- La maravillosa La vuelta al nido (1938), dirigida por Leopoldo Torres Ríos. 

- El crimen de Oribe (1950), la experiencia que encontró a padre e hijo dirigiendo juntos una adaptación de un relato de Adolfo Bioy Casares.