martes, 31 de julio de 2012

Razón de amor


Lo que de amor yo supe
lo aprendí desamándote.
Por eso te idolatro
mejor que si te amara.

Vicente Núñez

En la imagen: Una película de amor (Krótki film o milosci), de Krzysztof Kieslowski.

miércoles, 25 de julio de 2012

Excelentes películas italianas en la Lugones

Hoy comienza un nuevo ciclo en la sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín, que reúne once películas italianas que serán proyectadas en 35mm. Hay algunos títulos de grandes cineastas que no necesitan presentación (Scola, Bertolucci, Monicelli), pero aquí quisiera recomendar tres títulos estupendos no demasiado vistos que me gustan mucho (y no son fáciles conseguir): Basta de sermones, de Moretti, La nodriza, de Bellocchio (foto), y Prefiero el rumor del mar, de Mimo Calopresti.

Las funciones son las a las 14.30, 17 y 19.30 horas, salvo en el caso de Novecento, como se aclara más abajo.

Cine italiano, un reencuentro - Programación:

Miércoles 25
Crónica de un joven pobre (Romanzo di un giovane povero; Italia/Francia, 1995)
Dirección: Ettore Scola.

Jueves 26
Basta de sermones (La messa e finita; Italia, 1986)
Dirección: Nanni Moretti

Viernes 27
Ahora o nunca (Come te nessuno mai; Italia, 1999)
Dirección: Gabriele Muccino

Sábado 28
Palermo-Milano sólo ida (Palermo Milano solo andata; Italia, 1995).
Dirección: Claudio Fragasso

Domingo 29
Cien pasos (I cento passi, 2000)
Dirección: Marco Tullio Giordana.

Lunes 30
Ostia (Italia, 1970)
Dirección: Sergio Citti. Guión de Pier Paolo Pasolini.

Martes 31
Prefiero el rumor del mar (Preferisco il rumore del mare; Italia/Francia; 2000)
Dirección: Mimmo Calopresti.

Miércoles 1°
La nodriza (La balia; Italia/Francia, 1999)
Dirección: Marco Bellocchio.

Jueves 2
La cena (Italia, 1998)
Dirección: Ettore Scola.

Viernes 3
Los compañeros (I Compagni; Italia/Francia/Yugoslavia, 1963)
Dirección: Mario Monicelli.

Sábado 4 y domingo 5
Novecento (Novecento; Italia/Francia, 1974-1975)
Dirección: Bernardo Bertolucci.
A las 14.30 y 19.30 horas (250’) - Se exhibirá el film completo (partes Uno y Dos) en cada función.

Las funciones se realizan en la sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín (Av. Corrientes 1530) - Las entradas cuestan 20 pesos (10 para estudiantes y jubilados que tengan credencial del complejo).

Para más detalles sobre el ciclo y las películas, ir a la web del teatro.

domingo, 22 de julio de 2012

Woody Allen: el autor y sus ventajas


Mientras hablo con amigos cinéfilos sobre A Roma con amor, mientras leo textos y comentarios en Internet alusivos al último trabajo de Woody, se impone una vez más esa paradoja que parece perseguir a los autores desde siempre: o castigamos en exceso a la película porque se trata de Allen y se supone que su genio debería esforzarse más, o la defendemos en exceso porque -también- se trata de Allen y nos conformamos aludiendo que su genio garantiza un piso mínimo de calidad superior al promedio circulante. Con frecuencia uno tiende a bordear alguno de estos dos polos en una argumentación, ya sea con respecto al director de Manhattan o a cualquier otro nombre consagrado. Aunque resulte muy difícil, habría que evitar tapar una película con el CV del realizador. Lo ideal, ya lo sabemos, sería ceñirse a la película en sí misma. Pero, claro, toda obra lleva a una firma, y aquí es cuando todo conduce a la cuestión del autor.

¿Debemos ser menos exigentes con Allen porque es un maestro y porque en su carrera ya nos ha dado suficiente felicidad? Pues no, y no digo nada nuevo. Allá por 1957, en ese artículo esencial titulado "De la política de los autores", André Bazin alertaba sobre los riesgos latentes en la “indulgencia admirativa” que muchos de sus colegas de Cahiers du Cinéma prodigaban a sus cineastas protegidos. Bazin temía que se terminara apelando a cualquier disparate argumentativo para justificar y elogiar aun el trabajo más pobre de un realizador venerado por la revista, mientras que otros títulos quizás valiosos eran maltratados o directamente ignorados sólo porque no ostentaban la mentada “chapa”. Estoy completamente de acuerdo con Bazin, y al mismo tiempo creo que, en los últimos años, la idea del autor ha sido demasiado manoseada, degradada, burlada. Un autor no es sólo un artista talentoso con estilo propio. Un autor también construye un vínculo a través del tiempo. El encanto de algunos artistas radica en ese empeño… o habría que decir empecinamiento, en el caso de Allen.

Aunque A Roma con amor sea una película apenas periférica dentro de la filmografía de Allen, tiene suficientes elementos como para confirmar hasta qué alto grado de sutileza el director conoce la gramática cinematográfica para urdir con absoluta frescura pequeños hechizos que fluyen con eficacia y sin necesidad de pedir permiso. Tomemos como ejemplo la forma en que el personaje de Alec Baldwin entra y sale de la ficción en las escenas con Jesse Eisenberg y Ellen Page.

Parece una idea simple y no precisamente novedosa (sin ir más lejos, Emilio Estévez la aplica en la reciente El camino para ilustrar las apariciones fantasmáticas de alguien que ya no está). Es un juego básico con el montaje, el plano/contraplano, la mostración o reserva del fuera de campo. Descartada la opción “realista”, dos son las lecturas inmediatas que nos quedan: o Baldwin es la voz de la conciencia adulta que quiere guiar al muchacho hacia la sensatez, o Baldwin está revisitando su pasado y Eisenberg interpreta a Baldwin cuando éste era joven, bohemio y enamoradizo. Allen ya había empleado otras veces este recurso. En Annie Hall, en lugar de construir un flashback convencional para narrar su pasado, Allen (su personaje) irrumpe literalmente en la casa de su niñez y comparte espacio con sus padres y con él mismo, versión pequeño. En Crímenes y pecados, Martin Landau también interviene físicamente en un almuerzo familiar de su infancia, encuentro imaginario que en ese film además funciona como interpelación moral. No estamos hablando de un invento de Allen: Ingmar Bergman, por ejemplo, ya había explorado esta suerte de "flashback interactivo" en muchas de sus películas (Cuando huye el día, entre otras).

Woody incorporó este mecanismo en su paradigma y lo fue redefiniendo, ajustando y transformando según los riesgos que asumían sus ficciones, y de alguna manera quienes integramos la generación que creció con él ya estamos entrenados para leer esa convergencia de virtualidades dentro de la misma situación dramática. Creo que aquí reside el mérito de un autor: hay una plataforma de persuasión que está ganada de antemano. Es el código devenido raíz, la contraseña automática que ya no hace falta explicar. La cuestión es qué se hace con esa connivencia cineasta-espectador labrada durante décadas: qué se construye a partir de ahí.

Volviendo a Baldwin, a esta altura ya no podemos interpretar lo suyo simplemente como un viaje al pasado o como la encarnación de Pepe Grillo. Si este esquema de "conexión mental" entre él y el joven fuera tan estricto, el guión limitaría al personaje a interactuar sólo con Eisenberg, pero la acción va más allá: Ellen Page también dialoga con Baldwin. Ni el relato ni el montaje están interesados en blindar el episodio para inscribirlo en la comodidad de una categoría (la fantasía), y lo mismo ocurre con la historia protagonizada por Roberto Benigni. No hay protocolos ni postas que orquesten el salto de un rizo al otro: la unión del conjunto sólo descansa sobre el verosímil-Woody. Entonces puede que la estación Baldwin no sea solamente el ya conocido estilema sobre la materialización del inconsciente o de la memoria, sino algo más. Ese algo más es el puro cine, aquello que el arte consigue robarle a lo imposible para convertirlo en existencia. Esa zona ambigua y única sobre la que un autor, a fuerza de ensayo y error, funda su derecho de propiedad, esa zona de huella y sentido que Allen ha logrado tallar dentro el tiempo fílmico y a través de su tiempo histórico, laboriosamente, con tesón, con vehemencia, con fallidos, con constancia. Ésa es la zona en donde un autor de verdad sabe correr con ventaja.


Woody Allen en el blog:
Medianoche en París
Vicky Cristina Barcelona
Conocerás al hombre de tus sueños

lunes, 16 de julio de 2012

Shoah, de Lanzmann, por Canal Encuentro

A partir de esta noche, aquellos que tengan acceso a la señal de cable Encuentro podrán asistir a un hecho inédito para la televisión argentina: la exhibición de SHOAH, el monumental documental del cineasta francés Claude Lanzmann. Dado que el documental completo dura nueve horas, el canal lo emitirá a lo largo de ocho lunes, empezando esta noche a las 23.

Escribe Oscar Ranzani en una nota publicada hoy en el diario Página/12: “Shoah es un film muy riguroso en su investigación y ciento por ciento testimonial, con la particularidad de que Lanzmann entrevistó a víctimas, testigos y verdugos de aquel terrible hecho que marcó la historia del siglo XX. Se trata de testimonios que adquieren trascendencia por la información que otorgan en algunos casos y, en otros, por la intensidad emocional que expresan. Otro de los aspectos que le dan personalidad al documental es que el director no utilizó imágenes de archivo para elaborar el relato, ni acompañamiento musical, ni voz en off, como una manera de reafirmar la idea de que el Holocausto es irrepresentable.” No dejen de leer este excelente artículo en donde diversos especialistas discuten el trabajo de Lanzmann.


Para agendar, entonces: Shoah comienza a emitirse hoy, lunes 16 de julio, a las 23, por Canal Encuentro, y se extenderá por los próximos siete lunes.

miércoles, 11 de julio de 2012

Inside Men, una miniserie de la BBC


Para quienes padecemos y por eso tratamos de controlar las ingobernables consecuencias de la adicción serial, las producciones de la BBC funcionan como placebo: además de ser en general muy buenas, la mayoría dura sólo unos pocos capítulos que pueden acomodarse, por ejemplo, en las horas libres de un fin de semana largo. Hace unos días me crucé con el afiche de Inside Men, en el que pude reconocer a los dos actores que habían hecho de policías en la estupenda Luther, la serie encabezada por Idris Elba ya reseñada en este blog. Uno de los actores es Warren Brown, que en Luther había interpretado al detective novato y fiel partenaire del protagonista, y el otro es el rubio Steven Mackintosh, uno de esos tipos que logran cambiar mil veces de máscara mucho antes de que podamos intuir qué está pensando. Ellos dos junto a Ashley Walters forman el trío protagónico de esta miniserie de cuatro episodios que la televisión británica emitió el verano pasado.

Inside Men es la historia de un “gran golpe”, un robo de cifras siderales cometido contra una empresa dedicada al depósito de caudales y conteo de billetes. Asistimos al robo apenas despega el primer capítulo. Tras los primeros diez minutos, en medio del caos y la violencia, la imagen se congela y el relato nos transporta al pasado, casi nueve meses antes del asalto, para presentar a los personajes, sus familias, sus frustraciones. Enseguida entendemos que en esta historia el atraco en sí mismo importará mucho menos que la abigarrada narración de los deseos y urgencias que llevaron a planificarlo. Con un diagrama similar al propuesto por la reciente Perfidia, Inside Men va y viene en el calendario asumiendo su naturaleza de puro juguete, algo así como un cubo de Rubik, una impetuosa coreografía de trancos temporales que relanzan continuamente las hipótesis esenciales: quién traicionará primero, quién caerá después, quién reirá último y mejor. El cubo reluce, en principio. Es un artefacto tentador y entretenido, al menos hasta que la gracia y el brío empiezan a diluirse entre tantas piezas cuadraditas y aparentemente bien pulidas. Ya en el tercer episodio afloran ciertos baches y giros de la trama que no encastran y que el guión pretende relativizar detrás de su fachada de “implacable mecanismo de relojería”. Los cimientos del thriller pasan a un segundo plano para dejar que el guión enarbole la fábula del hombre común que se consagra héroe de su propia película. Pero esta idea no termina de fluir en Inside Men. (Ojo porque a continuación revelo algún detalle del argumento).

Steven Mackintosh, que hace un trabajo realmente extraordinario, encarna a un personaje que por su perfil recuerda al de Ricardo Darín en El aura. Mackintosh interpreta al responsable de la seguridad de la empresa que será asaltada y es quien introduce la historia a través de una voz over reflexiva. Si no llegamos a sumergirnos del todo en la psicología de este personaje es porque él no detenta la exclusividad del punto de vista narrativo, como sí lo tiene Darín en la película de Bielinsky. En Inside Men el recorrido es mucho más fluctuante ya que también focaliza en los otros dos protagonistas, si bien de ellos no escuchamos la “voz de los pensamientos”. Esa distribución de puntos de vista es clave para el suspenso y el tipo de conflicto elegido, pero aquí también se torna terreno propicio para las arbitrariedades y los cabos sueltos, como por ejemplo esas escenas en las que el joven guardia decide denunciar el plan, un hecho que aparenta ser una bisagra pero que en el fondo no tiene repercusión dramática alguna. Claro, el punto es que la serie arranca impactando muy arriba. El relato invierte el sentido, coloca lo mejor de la acción al principio y...  listo: se supone que ya nos enganchó por las cuatro horas, porque sería raro que un espectador abandone la ficción sin querer saber cómo termina toda la cuestión. Si aquí nadie luce preocupado por escribir un clímax sugestivo, menos aún podemos esperar un desenlace que disimule un poco la impresión de piloto automático. ¿Es que acaso ya no importan los finales? No pido una epifanía arrolladora sino apenas una idea que me deje un buen sabor, un buen recuerdo. Por lo pronto, el final de Inside Men es uno de los más nulos que he visto en mucho tiempo.


Inside Men
Miniserie de cuatro episodios producida por la BBC
Dirección: James Kent
Guión: Tony Basgallop
Intérpretes: Steven Mackintosh (John), Warren Brown (Marcus), Ashley Walters (Chris), Nicola Walker (Kirsty), Kierston Wareing (Gina).       

domingo, 1 de julio de 2012

A Roma con amor, de Woody Allen


Porque sí. Woody Allen continúa rodando una película por año porque sí. No hay otra explicación. Si uno acepta esa pauta desde el vamos, sin demandar las genialidades de antaño, entonces A Roma con amor (To Rome with love) puede disfrutarse sencillamente por lo que es: una comedia leve y simpática. Pero parece que nos cuesta tolerar el porque sí, sobre todo si hablamos de arte y más aún si estamos frente a uno de esos autores de quien seguimos esperando que tenga cosas para decir. Y aquí es cuando Woody se exaspera y decide volver a actuar para proclamar, con su propia voz en la ficción, que él no se quiere jubilar, porque dejar de trabajar para él equivale a la muerte. No es lo principal estar acompañado por la inspiración, y a esta altura él tampoco se angustia si esa laguna queda en evidencia, porque Woody es ante todo un hacedor. La compulsión no puede esperar a la epifanía. Es por eso que a veces el hombre hace maravillas y otras veces sólo nos entrega actos reflejo, como sucede en este paseo por Roma. Lo interesante es que la película se descubre totalmente consciente de su envoltura de souvenir.

Porque sí. Porque la piedra insiste en ser piedra y Allen persiste en la proyección de sus fantasías a través de diversos personajes, entrelazados aquí bajo el cielo de un verano italiano. Las historias se cruzan porque sí, pero por las dudas, para quienes no soportan lo aleatorio de la ficción (que siempre se supone más organizada que la vida), el relato comienza presentando nada menos que un narrador-policía que dirige el tránsito en un cruce neurálgico de la ciudad. Algunos interpretaron la apertura y el final del film como pruebas del desgano del director a la hora de elaborar el guión. Sin embargo, creo que Allen justamente aprovecha la ocasión para burlarse de las exigencias dictadas por la "coherencia" de las estructuras narrativas, sobre todo si se trata de hilvanar el relato coral. Él solo quiere contar muchas historias, y punto. En esta misma línea, el realizador se anticipa al blanco más previsible de los ataques: la factura “turística” del film. Lejos de disimular el hecho de ser un vehículo para la exhibición de Roma, la película subraya esa certeza desde la misma enunciación, cuyo ejemplo más nítido es la larga panorámica de 360º en la Piazza dei Popolo, movimiento que tiene un efecto curioso: deslumbra y marea a la vez. Allen encuentra el punto justo para apresar la mística de la ciudad sin caer en el empacho.

Porque sí, entonces. Porque le gusta hacerlo. Porque pocos como él pueden darse el lujo de materializar el sueño loco de abrir una puerta para que de repente aparezca Penélope Cruz al rojo vivo. Así, sin más, sin mucha lógica. Puede haber momentos de fatiga (tema del que habla Alec Baldwin), o gags que se estiran (el cantante en la ducha), o algún personaje demasiado pasado de rosca (la actuación de Ellen Page), y sin embargo, a pesar de ser una película pequeña, Allen esta vez nos cae bien al mostrarse modesto y al mismo tiempo absolutamente fiel a sus obsesiones de siempre, esos devaneos del cuore que no caducan nunca (para nadie) y que él sigue investigando con fruición.