martes, 27 de enero de 2009

El sinsentido del "Making Of"

Algunas sensaciones a partir de La fábrica de Cuento de verano

La Fabrique du Conte d’eté / Francia, 2005, dirigida por Jean-André Fieschi y Françoise Etchegarray.

Fui a ver esta película por recomendación de un amigo. En realidad, al momento de recomendármela mi amigo aún no la había visto, pero un amigo suyo le había asegurado que se trataba del mejor "making of" que había visto en su vida. O sea que fui al cine alentada por el entusiasmo de un amigo de mi amigo, un muchacho a quien solo conozco a través de su trabajo como crítico (y por eso mismo, lo respeto mucho).

En ese momento pensé: en verdad nunca vamos al cine para ver un making of, sino para ver películas hechas y derechas. El making of (es decir, el informe sobre el “detrás de las cámaras” de un film) es un producto que pertenece a la televisión, al marketing, a los extras de un dvd. Desde hace años hago un esfuerzo importante por evitarlos, ya que además de romper el hechizo suelen dejar un efecto residual en la memoria que licúa el suspenso cuando uno se sienta frente a la película (en esto también hay que culpar a los delatores por antonomasia: los trailers).

Mi caso límite fue Titanic, hace ya más de una década. Cuando Kate Winslet se sube al bote salvavidas con su madre y comienza a descender mientras Di Caprio la mira llorando desde la cubierta, uno ya sabe que ella no puede irse justo ahí, porque aún falta la famosa y espectacular escena -exhibida hasta el hartazgo por la televisión- en donde ambos se hunden junto con el transatlántico. Recuerdo haber visto todo el film de Cameron con cierta distancia, con bronca: muchas de sus mejores imágenes no fluían con sorpresa frente a mí. Ojalá existiera una píldora o algo por el estilo, que nos produjera una anmesia transitoria para volver a ver Titanic -y tantas otras obras ultrapublicitadas- con absoluta virginidad (bueno, es una fantasía tonta porque, después de todo y por suerte, ninguna mirada es 100% pura).


Claro que, dentro del ciclo Eric Rohmer en la Lugones, uno podía ambicionar algo más que un backstage común y corriente de Cuento de verano. Esperaba ver un suculento documental sobre Rohmer en acción, para disfrutarlo a él en plenitud y escucharlo hablar sobre su técnica, sus trucos, sus mañas, su trato con los actores y con el equipo en producción. Tenía conmigo una libreta para anotar las reflexiones sobre la estética del cine que el maestro seguramente nos regalaría mientras él hacía lo que mejor le sale. Pero no. En efecto, se trata de un humilde making of, con aire casero, sin el timing de aquellos editados por Hollywood ni estrellas que se equivoquen a propósito para luego reírse histriónicamente de sus pifias.

Por supuesto, "La fábrica..." ofrece una oportunidad para ver a Rohmer, que tenía 75 pirulos cuando rodó el film protagonizado por Melvil Poupad (quien, por su parte, hace un par de años brilló en la emotiva Le temps qui reste, de François Ozon). Aunque el director luce delgadísimo, largo y encorvado como un junco, con un rostro de inquietantes rasgos cadavéricos, durante la filmación el tipo está más contento que pibe con chiche nuevo. Corre por la playa si se le canta, baila en una disco rodeado de jóvenes, besa en el cuello a una actriz para indicarle a Poupad cómo debe manejarse en una escena erótica. Todo lo hace con elegancia, con amabilidad, sin estridencias ni fanfarronería. Pero la película apenas nos muestra una pizca del maestro en su salsa, ya que la mayor parte del metraje se detiene en los ensayos de los actores, las tomas y retomas de diferentes situaciones, las grabaciones desde distintos ángulos de cámara y el transcurrir de los tiempos muertos en el set. Al principio el rejunte resulta cansino, rutinario, sin mayor vuelo que el de un diario de rodaje con apuntes anodinos. Hasta que en un momento la textura del video cede el paso al fílmico para incluir una secuencia completa de la película original. Es entonces cuando algo se enciende y uno por fin comprende por dónde venía el asunto.

Lo que uno siente es que quiere quedarse a vivir en esa secuencia, la verdadera, esa que es lo suficientemente perfecta como para haber llegado a la edición final, la única digna de la firma de Rohmer, en donde los actores ya no son actores sino personajes que aman y sufren, porque están convencidos, porque están en el centro del plano y ninguna cámara intrusa los espía de costado. Tres o cuatro fragmentos del film original se intercalan a lo largo del making of y uno se engancha con esos bellos gajos aunque estén fuera de contexto, no importa si conocemos o no la historia que narra la película. Es eso que alguien alguna vez rotuló como “magia del cine”, esa especie de aura que refulge y escapa a toda descripción, detentando una sola certeza: esa epifanía es patrimonio del arte y no de la industria.

Embarcados en ese trance, lo único que deseamos es arrodillarnos junto al sabio Eric para que nos siga susurrando su Cuento de verano. No queremos volver al detrás de escena. No queremos, no hace falta.

El making of no tiene ningún sentido.

C.G.

Debido a la buena convocatoria de público que tuvo durante enero, la sala Leopoldo Lugones reprogramó el ciclo completo de Eric Rohmer para el mes próximo. La fábrica de Cuento de verano volverá a proyectarse el miércoles 11 de febrero, a las 14.30, 17, 19.30 y 22 horas (90’, en dvd).

1 comentario:

Cecilia Díaz dijo...

Me gustó este tono más relajado en el texto y si, los making of estan para mostrar todo el fulgor de la industria, mientras que el proceso creativo del director, del cómo y del porque de su obra, quedan afuera xq son muy abstractos para la cámara. Las dudas, los prueba y error no están.
Me hizo acordar a lo q se puede ver con los making of de las modelos en ftv, donde se muestra lo obvio y que esta autorizados por las marcas en cuestión. De modo que, el proceso de photoshop y otro tipo de arreglos, queda afuera. Ni hablar del proceso creativo de la ropa excluído totalmente y de su industria, muchas veces alimentada por el trabajo exclavo.

Saludos!