martes, 10 de febrero de 2009

El curioso caso de Benjamin Button, de David Fincher

“El miedo a envejecer nace del reconocimiento de que uno no está viviendo la vida que desea. Es equivalente a la sensación de estar usando mal el presente”.

Susan Sontag


No. Con el film de David Fincher no ocurre eso que nos pasa cuando leemos la última página de una novela que devoramos de un tirón, o cuando escuchamos una canción que nos tumba de nostalgia, o cuando salimos de ver una película que nos estrujó el pecho sin contemplar los posibles daños al corazón. Me encantaría decir que sí, porque realmente tenía altas expectativas y necesitaba sentirme arrobada, pero no. El curioso caso de Benjamin Button no consigue regalarnos eso que sí deparan las obras de arte mayores: la certeza de que, después de cruzarnos con ellas, estamos un pasito más cerca del cielo.

Tal vez fue el cálculo comercial, el espeso adobo digital o la ambición por abarcar el infinito antes de concentrarse en lo esencial; tal vez nadie se animó a ponerle límites a Eric Roth, eminencia en el parnaso de los guionistas industriales que ya había bendecido al inimputable Forrest Gump (primo hermano de Benjamin); tal vez Hollywood ya no sabe cómo narrar un cuento de hadas sin caer en el descontrol del monumentalismo. Pero no voy a reiterar aquí el debe y el haber de la película porque ese aspecto lo cubrieron los críticos con minuciosidad y hasta cierto enojo. Si ustedes me lo permiten, prefiero escaparme por la tangente y compartir lo que me pasó íntimamente con esta historia. Aquí y ahora, total… nada dura. Y siempre estará la probabilidad de que me parta un rayo.

“Y no había sueños. Ningún sueño venía a perturbarlo”.

F. Scott Fitzgerald
(The curious case of Benjamin Button)

La primera vez que vi la película me puse a llorar en algún momento y no pude retomar el hilo. Me había ganado la melancolía. Pasó el tiempo, le di otra chance y entonces me gustó mucho más. Anoté los mensajes que los personajes transmiten al niño viejo a lo largo de su vida. Aunque adoro los aforismos (este blog está lleno de ellos), es cierto que en el film estos pensamientos carecen de gracia y vuelo, con la excepción de uno que pronuncia ese joven que viaja junto a Benjamin en el barco de guerra. Volveremos a él.


Publicado en 1922, el cuento de F. Scott Fitzgerald es un prodigio. (Al margen: el solo hecho de que un tipo pueda inventar una anécdota tan genial vuelve a confirmar que el arte es la única religión que algún día podrá salvar a la especie, si es que aún estamos a tiempo de rendirle el culto que merece). A pesar de su premisa fantástica, el relato es realista hasta la crueldad cuando aborda las relaciones entre el protagonista y su entorno. No hay historia de amor eterno ni amigos con quienes filosofar en el banco de la plaza. Sin embargo, lo más curioso del cuento radica en el vínculo entre padre e hijo, algo que cambió totalmente en el pasaje al cine. Creo que es un punto interesante (ojo: voy a revelar datos del argumento).


En la película Benjamin nace en 1918, el día que termina la Primera Guerra Mundial, hito que le permitió a Estados Unidos imponer su hegemonía definitiva en el mapa del siglo XX. “La guerra ayudó a la industria de los botones”, le confiesa con cierta culpa Mr. Button a su hijo. No es novedad, por supuesto: las guerras apuntalaron el Imperio. En el cuento, Roger Button no abandona a Benjamin, ni Benjamin abandona a su propio hijo. Pero en la película sí: los padres abandonan a sus hijos. Una nación entera se resigna a perderlos en el campo de batalla. Por eso en la notable secuencia del inicio un señor muerto de pena fabrica un reloj que corre al revés, con ese desesperante anhelo que todos experimentamos muchísimas veces: querer volver el tiempo atrás. Imposible metafísico al que el hombre está condenado, ni siquiera Benjamin puede invertir su propio tic tac. Rejuvenece sí, pero su historia sigue indefectiblemente un vector hacia adelante, como en la vida de cualquiera. Encima el pobre termina olvidándolo todo, sin poder siquiera aprovechar la experiencia.

“Quizás la mayor lección de la Historia es que nadie aprendió las lecciones de la Historia”.
Aldous Huxley

Por el relato campea una pulsión alegórica que el director no logró domeñar en todas sus aristas. No sé hasta qué punto estaba en los planes de Fincher, pero la película le salió oscura, contradictoria, tristísima. Rebotan en mi memoria las palabras de ese ambiguo personaje que Benjamin conoce cuando la guerra es inminente. Así lo describe el protagonista: “Nos habían asignado a un hombre, un artillero que amaba la Marina, aunque más que nada, amaba a América. Se llamaba Dennis Smith y tenía pura sangre Cherokee. En su familia habían sido americanos por más de 500 años”. Quiero creer (déjenme especular) que esa “América” que el joven Smith ama -la tierra virgen de los ancestros, de las comunas, de la lógica anterior al Capital- no es ese país siniestro al que hoy miramos con temor. Pero la Historia siguió su curso ciego y Saturno devoró a sus vástagos. Al marinero sólo le queda preguntarse: “¿Dónde estaríamos hoy si todo el mundo hubiese actuado de acuerdo a su conciencia?”

2 comentarios:

Luciano dijo...

Buenisima la crítica. Por mi parte, a mi no me gustó nada. Subí una reseña, cuando quieras pasate y la comentamos.
Saludos!

mge dijo...

Cito a un crítico de Página 12 que a su vez cita a Borges en su crítica: “Desvarío laborioso y empobrecedor el de componer vastos libros; el de explayar en quinientas páginas una idea cuya perfecta exposición oral cabe en pocos minutos. Mejor procedimiento es simular que esos libros ya existen y ofrecer un resumen, un comentario”.

Desvarío laborioso y empobrecedor, también, el de hacer una película de tres horas a partir de un cuento corto.

Lo único que saqué en claro de esta película es que, de una manera u otra, se la viva como se la viva, la vida siempre va a tener "un poquito de dolor y otro poquito de alegría", como bien dice el personaje de Queenie. Y ya.

Además... no soy un especialista en el tema, pero desde mi óptica de mero espectador, ¿la actuación de Brad Pitt no está terriblemente apoyada, e incluso opacada, por el maquillaje? No me resultó elogiable su labor (me gustó más en películas como Babel o El Asesinato de Jesse James por el Cobarde Robert Ford), y su nominación como mejor actor al que supuestamente es el galardón más importante de la industria cinematográfica hoy por hoy, se me hace inmerecida.

Por otra parte, mientras corrían los minutos en la sala me preguntaba si realmente la película era de David Fincher. No sabría ponerlo en palabras, pero no encontré su estilo, su sello. Benjamin Button , se me hizo demasiado comercial como para ser una película suya.

En fin, que salí decepcionado del cine.