
Desde el momento en que sabemos que dentro de una familia de policías hay un miembro corrupto (Colin Farrell), parece obvio vaticinar que tarde o temprano -salvo el héroe, Edward Norton- todos se desnudarán como sujetos deplorables, empezando por el flemático padre que interpreta Jon Voight. Pues no. No es tan así. Cada uno tiene sus errores y razones, pero por suerte este relato evita ese previsible desfile de revelaciones de miseria moral que abunda en los policiales, en donde cada personaje termina sacándose la careta para vociferar a los cuatro vientos que el mundo se fue al demonio y que no hay conducta ética que valga seguir. En el film de O'Connor todo es menos satánico y más directo, porque Pride and glory busca ser un cuento discreto sobre gente como uno. Esto no es poco dentro del entumecido cine industrial actual, sólo que esa noble intención es insuficiente si la obra no tiene detrás una concepción artística novedosa que la apuntale con vigor.
Y dado que no me animo a recomendar abiertamente la película, quisiera al menos justificar esas dos horas destinadas a la pantalla. Una presencia masculina puede ayudar, y vaya si lo hace esta vez. Edward Norton tiene el aura de los clásicos. No es perfecto ni automáticamente encantador, pero sabe ser frágil por dentro sin abandonar un talante exterior recio y magnético. Por eso mismo es precioso: un varón de los de antes, de esos que hoy extrañamos, con ojos francos y los cojones bien puestos como para sostener su verdad frente a otros ojos sin tener que esquivarlos. Mercedes Halfon en Radar lo dijo antes y mejor que yo. No puedo más que adherir:

2 comentarios:
Particularmente, mucho no me gustó. Me pareció bastante predecible (yo no me esperé que aparecieran todos los personajes con sus miserias humanas).
Y el final te lo ves venir media hora antes...
Besos
Pd: coincido con lo de Norton.
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