lunes, 25 de agosto de 2025

Estreno recomendado: Todo documento de civilización, de Tatiana Mazú González


AQUELLO QUE TODAVÍA RELUMBRA… 

Este jueves 28 de agosto se estrena en la Sala Leopoldo Lugones un notable ensayo fílmico dirigido por Tatiana Mazú González: Todo documento de civilización. El siguiente texto lo escribí cuando vi la película, presentada el año pasado en el DocBuenosAires. Las declaraciones de la realizadora fueron tomadas de una charla que ella dio junto a César González en el marco de esa edición de la muestra. 

Diez años estuvo Tatiana Mazú González investigando y filmando material para esta película, que tiene como eje temático la historia de Luciano Arruga, el joven que fue hostigado, detenido, torturado y desaparecido de manera forzosa en 2008 por la policía bonaerense. Sólo un policía fue condenado por torturas. Los responsables de su muerte y desaparición permanecen impunes. 

“No hay documento de civilización que no sea al mismo tiempo un documento de barbarie”, escribió Walter Benjamin en sus emblemáticas Tesis sobre el concepto de historia. “Para mí ese texto -dice la realizadora- es un texto sobre montaje y sobre cine. Articular el pasado con el presente no es contarlo tal como sucedió, sino contar cómo relampaguea en la memoria en un instante de peligro. Ésa es una frase sobre el montaje, o al menos me genera un sensación que tiene que ver con eso. Traer el pasado hacia el presente para pensar el futuro”. 


El plano negro 
En el film, la directora conversa con la madre de la víctima, Mónica Alegre. A la mujer no la vemos mientras da su testimonio a cámara. La escuchamos hablar frente a una imagen en negro. Pero no está sola en ese espacio que los micrófonos capturan. Hay niños, niñas, niñxs muy cerca por ahí. El sonido es más democrático que la imagen: limita los prejuicios, reduce los patrones culturales a la hora de percibir e interpretar. Sólo sabemos que ésas son las voces de la infancia: no podemos diferenciarlas por el género, ni por el color de piel, ni por su procedencia social. Entonces, junto al relato de la muerte, la impunidad, el horror, la escena también contiene el poderoso murmullo de esas voces, esas vidas, esos ciudadanos chiquitos. Y ahí se establece una dialéctica, ya en la fundación de la película. Protegidos por el espíritu de Benjamin invocado en el título, la vocación "adorniana" define la estrategia política del film: concebir la obra de arte a partir de aquello que se resiste a la representación plena. Lo que no se ajusta, lo que no cierra, lo que no pretende confluir en un "todo" conciliador. 

“El plano negro está para ser llenado”, advierte Tatiana. Una apuesta por los planos negros a ser llenados, impulsores de esas otras imágenes, las que van a nacer más tarde en nuestra pantalla mental. Un protagonismo del sonido que, a la vez, sabe respetar la respiración del silencio. Y una enorme confianza en la contemplación y sus efectos mágicos. Porque el film nos invita a observar y escuchar con toda la paciencia y el ardor que sólo detentan los que de verdad confían.


El velo
Y no, nunca habíamos visto a la Avenida General Paz narrada y mostrada de esta manera. Incluso para quienes crecimos cruzando ese límite y creemos conocer el paisaje de memoria, hay escenas del film que intimidan con su enigma, con su angustia y también con su belleza. Imagen-resplandor. Imagen-niebla. Contra “el régimen traslúcido de la visibilidad satisfecha que acompaña el despliegue neoliberal”, como lo define Nelly Richard, esta película prefiere muchas veces el registro poco nítido, la imagen difusa, ubicando la cámara detrás de la ventanilla de un auto o detrás de algún plástico casi imperceptible. 

“¿Qué hada tejió ese velo?”, se preguntaba Henri Bergson, advirtiendo que “entre nosotros y nuestra propia conciencia se interpone un velo: velo espeso para la mayor parte de los hombres”. Tatiana asume que ese velo siempre va a ser opaco, volátil, quizás frustrante. Pero es el que tenemos. Hay que pulirlo tanto como podamos, y desde ahí hay que volver a pensar para reconstruir. 

La autopista es frontera y fortaleza, sí. Es el recordatorio de la violencia, la división, la desigualdad. Y a la vez, esta mirada insiste y se detiene en los cruces, las conexiones entre un lado y el otro, la lucha, los pasajes, los puentes. ¿Por qué ya no pensamos en los puentes? También hay muchos sujetos ahí. Los que transitan a diario esos espacios, de ida y de vuelta. Los que trabajan. Los que viajan. Los que esperan. Los que todavía sueñan. 

Dice Tatiana: “La superproducción de imágenes es tan avasallante. Uno se levanta y se pone a ver ‘Horror 1, horror 2, horror 3… horror 25’. Yo vengo pensando en eso: ¿cuál es el límite entre una imagen que genera bronca y nos da ganas de activar, y una imagen que nos genera miedo y nos vuelve más ensimismados y encerrados?” 

Ese límite es inmaterial. El creador sólo puede concebirlo como anhelo y como riesgo. La diferencia (crucial, política) entre la voluntad y el miedo reside en el otro, en quien recibe los destellos que la película irradia. Pero algo es concreto: el estilo ensayístico de Mazú combate el vértigo para demorarse e intensificar el encuentro con la imagen, el sonido, el latido. Dosifica el discurso informativo, posterga la inclusión de imágenes de archivo o manifestaciones, y así logra imprimirles mucho más vigor cuando aparecen. Porque ahí confirmamos que las deseamos: necesitamos saber que todavía se sigue luchando.


Futuro
“Hoy la gente piensa en el futuro y… ¿qué es el futuro? Algo que está roto. Una ruina”, dice Tatiana. Recuerdo a los chicos que aparecen en la película. Junto a la imagen de Luciano Arruga, están los rostros de otros adolescentes víctimas de la violencia institucional, cuyas fotos acompañan las manifestaciones. Pero también hay otros, más chiquitos aún, y en una escena cobran centralidad.

Deben tener entre cinco y siete años, ocho a lo sumo, parados en la vereda -inquietos- mientras una marcha por la calle queda fuera de campo. Fascinados, se asombran al ver que una cámara los está filmando, como si fuera la primera vez. Se ríen, hacen alguna mueca, nos divierten. La directora se queda con ellos. ¿Cuán conscientes son de la protesta a su alrededor, o de la injusticia? ¿Cómo evitarles un destino marcado por el racismo, la represión, la desigualdad lacerante, el horror? 

Frente a esa desolación, algo parece quebrarse. Algo que me estruja por dentro. Y entonces la propia película viene al rescate, nos lanza una soga desde un barco o desde una nave espacial, y nos regala algunas de las imágenes más hermosas y potentes que vi en mucho tiempo. 

Luciano era lector de Julio Verne. La realizadora incluye ilustraciones de esas ficciones, les aporta movimiento, las envuelve en música de misterio o aventuras, las enaltece con un aura fantasmática y onírica. Son como energías que nos recuerdan algo que -increíble y dolorosamente- parece que nos empeñamos en olvidar: lo que nos define como seres humanos es nuestra capacidad de imaginar.

Dice Tatiana: “El cine tiene que restituir la experiencia de lo colectivo, de lo comunitario. Poder volver a pensar qué futuro deseamos, por qué futuro estamos dispuestos a luchar: hay algo ahí del orden de la fantasía compartida, que en otro tiempo llamamos revolución y que ojalá podamos volver a llamar de esa manera”. 

Aún resuenan en mi cuerpo ciertos ruidos indefinibles del film anterior de Tatiana, “Río Turbio”. Parecía ser el crepitar de unas brasas, una mano invisible pero decidida que nunca dejaba de atizar el carbón. Un cine capaz de activar algo en algún rincón de la conciencia y dejarlo ahí, encendido, perdurando, relumbrando, aguardando esa chispa que por fin nos conmine a convertirlo en fuego.


Funciones exclusivas:
Jueves 28 y sábado 30 de agosto; martes 2 de septiembre, 21 horas
Viernes 29 y domingo 31 de agosto; miércoles 3 y jueves 4 de septiembre, 18 horas

Lugar: Sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín (Av. Corrientes 1530)
Más información, en la web del teatro.

No hay comentarios: