Hace 30 años Ken Loach estrenaba "Tierra y libertad", su mirada sobre la guerra civil española, una película bélica cuyo combate más emocionante no es un enfrentamiento de cuerpos y armas sino un combate de ideas entre los campesinos, obreros, milicianos y vecinos comprometidos en la lucha. Hechizados por una impecable mímesis de lo real, mientras vemos la secuencia debemos admitir que probablemente se trata del mejor debate político jamás filmado. Toda mediación temporal parece disolverse y de repente estamos ahí, en la España de 1936, con la Historia ardiendo en nuestras manos.
Es lo que le pasa a Miguel, para quien la revolución debería hacerse ya mismo, "de seguidita, de seguidita". Ese hombre no está actuando para la cámara. Está vibrando, apasionado, plenamente convencido, como si no advirtiera el artificio de la ficción y su único objetivo fuera hacernos conscientes de esa urgencia política que trasciende toda época y geografía. No hay tiempo. El tiempo es ahora.
Por eso suena tan hermosa y natural esa arenga que le nace en forma de metáfora y va escalando eufóricamente hasta dibujar toda una escena poética que contagia una certeza, una verdad. "En el fondo, el fenómeno estético es sencillo", aseguraba Nietzsche, y decía que "para ser poeta basta con tener la capacidad de estar viendo constantemente un juego viviente".
Ya sabemos: Marx también habló del "parto" de la historia, inevitable producto de la violencia. Sin embargo, hay un afecto esencial que debería existir antes, necesariamente, algo que hoy cuesta demasiado encontrar o sostener, precisamente eso que Miguel irradia con todo su ser: el entusiasmo.
En mi canal de YouTube pueden ver un fragmento de esta secuencia.
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