¿Quién nos salvará de la noche?
¿Cuál será la caricia que aplaque nuestra locura?
¿Quién intuirá la desesperación de los desvelados?...Nadie.
Cuando amanezca sólo pensaremos en beber
algo caliente, en cepillarnos la dentadura, y entre acciones
cotidianas pasarán las horas sin que recordemos por un
segundo siquiera el dolor de la noche inaguantable.
Durante el día la soledad propia se confunde con la
ajena. La estupidez matutina restaura la tristeza, la
transforma. Con la ayuda de lentes ahumados, automóvil,
maquillaje, ropa cara y noticias importantes hasta el más
imbécil de los hombres consigue disimular su tragedia.
Y así todos olvidamos que el día no es más que un
aturdido viaje hacia la noche.
Por eso cuando retornamos a ella vuelve a sorprendernos
desarmados. De ese modo le resulta sencillo atormentarnos.
La noche nos aguarda implacable con su artillería de
silencios, insomnios, espejos, dudas y lamentos.
Cuando la vigilia llegue a su hartazgo ensayará un signo
de exclamación para gritar: ¡basta! Y como no habrá
más eco que el de nuestra propia voz, pariremos lastimosamente
un pequeño e infinito interrogante: ¿Por qué?
Después la desolación
nos quemará con su ácido humor las entrañas,
las manos,
los ojos,
la garganta.
Y si bien nadie traerá caricias ni respuestas, nos quedaremos
dormidos o, por ley de sucesión impostergable,
nacerá un nuevo día.
Y eso es lo más trágico, ninguna pena es mortal, ninguna
agonía es definitivamente la última. Siempre hay un
descanso, el día, en el que caben todas las formas del
engaño.
La noche es un espejo de nitidez despiadada.
Un espejo que nos enfrenta con lo que postergamos,
con aquello que quisimos y no tuvimos el coraje de lograrlo.
En nuestra noche no alcanza el mejor baúl de disfraces,
somos lo que somos
y eso es lo que espanta.
La noche es el espejo de los deformes.
JOSÉ SBARRA
En la imagen: Les temps du loup, de Michael Haneke.
2 comentarios:
Muy intersante reflexión
Concuerdo
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