Por
Mauricio Kartun*
“Tenemos cerebros configurados a los ritmos de la tierra. En contacto físico y temporal con ella. Tiempos nativos. Pero en el último siglo de pronto el hombre empezó su lento éxodo aéreo. Remontó su cuerpo primero en un globo; su voz y sus imágenes con una antena después. Y desde hace un par de décadas, con internet, ya planea sin necesidad de volver a aterrizar. Un auténtico y literal destierro. El tiempo que alguna vez fue una montaña se fragmenta, se erosiona, se hace arena, polvo. Y vuela. La geografía ya no es obstáculo. El tipo se encuentra de pronto con tiempos aéreos y ni sabe pilotear. Pero en su sed eterna quiere ir cada día más rápido. No soporta una página que tarda unos segundos en cargar y abre entre tanto otra solapa y otra. Toda velocidad será lenta. Su ambición secreta es que el tiempo dé la vuelta. Que la página cargue alguna vez antes mismo de que él lo quiera. Esa es su contradicción más angustiante, la paradoja trágica: más rápido y nunca alcanza. Puede hacer ahora en una hora lo que antes llevaba una vida. Y no le alcanza. En la ilusión ingenua de que eso lo hace más feliz se termina complaciendo entonces con más experiencias de infinita menor intensidad y duración. Ese choque con el nuevo tiempo etéreo tras siglos de pertenecer al viejo tiempo material es el drama que le toca a nuestros cuerpos hoy.”
*Fragmento del artículo “El teatro y el tiempo”. Pueden leerlo completo aquí.
Las imágenes pertenecen a la película LA EXCAVACIÓN (The Dig), dirigida por Simon Stone, interesantísima película disponible en Netflix, con los impecables (y muy terrenales) Carey Mulligan y Ralph Fiennes.
3 comentarios:
Muchas gracias a Andrea Baronzini por compartir este texto.
Extraordinario análisis!
Excelente y tremendo
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