Un abandono en suspenso.
Nadie es visible sobre la tierra.
Sólo la música de la sangre
asegura residencia
en un lugar tan abierto.
Alejandra Pizarnik
En la imagen: Cake, film dirigido por Daniel Barnz.
Inicio del taller:
En unos días arranca la Semana del Festival
de Cannes en Buenos Aires (hasta hace poco era la “Semana
del Cine Europeo”) y ya se dieron a conocer los títulos de esta edición. Del lunes 30 de noviembre al domingo 6 de
diciembre se exhibirán en la sala Gaumont La Loi du Marché, de Stéphane Brizé; Love, de Gaspar Noé; Dheepan, de Jacques Audiard; Carol, de Todd
Haynes; y The Lobster, de Yorgos Lanthimos.
20:00 - Dheepan, de Jacques Audiard
(Francia, 2015)
Estamos en Chaco, en 1929. Hambrientos de trabajo, vencidos por un calor implacable, cientos de peones con sus familias viajan en tren hacia las cosechas de algodón. Una de las primeras escenas nos sitúa adentro de un vagón de carga, en donde un chiquito le dice a su madre que ya no aguanta tanta sed. La madre, resignada, está a punto de pedirle a su hijo que espere un poco más, cuando desde el fuera de campo irrumpe una mano que le ofrece a la mujer una botella de agua. Así es cómo se introduce a Laureano Cabral (Hugo del Carril), el héroe de Esta tierra es mía. Acto seguido, él y sus pares corren desesperados a tomar agua de un río durante un alto del tren, mientras son comparados con ganado a través de un montaje metafórico sencillo y fluido (demostrando que las lecciones inaugurales de Eisenstein serían por siempre efectivas).
Todo indica que Esta tierra es mía no fue un film aceptado por la crítica, que le reprochó al guión sus convencionalismos y el hecho de que “las dos vertientes del argumento (lo social y lo individual) tuvieran poco o ningún nexo” (3). No creo que esas líneas narrativas estén separadas, en absoluto, pues son dos dimensiones de una misma voluntad: justamente allí, en esa apuesta, en esa fusión (de clases sociales, de lo íntimo con lo colectivo, de la hipérbole con lo real), es donde se afirma la poética de Hugo Del Carril. Quizás ciertos trazos del melodrama pasional se sientan algo ampulosos, como el brioso combate por el primer beso en medio de una tormenta en la ruta, aunque cuesta creer que el realizador no fuera consciente de esto en una época en donde el género ya transitaba su ocaso. Por el contrario, el director se arroja con vehemencia a esos desbordes para defender la libertad lírica a la que la épica no debe renunciar. Por eso el relato decide ir a fondo con el personaje de Soffici y lo lleva a un acto de intransigencia radical en un clímax tan tortuoso como imponente desde lo cinematográfico. Estamos frente a uno de los últimos románticos del cine argentino. ¿En dónde depositar el sentido si no es en ese altar imaginario que sólo el arte es capaz sostener?
“La historia del cine es para el cinéfilo una necesidad, una urgencia, una deuda. La necesidad de mirar lo que otros han visto y anunciado después como la existencia de un tesoro constituye un camino por recorrer. Los cinéfilos emiten signos para que otros sepan que algo espera en un territorio olvidado, en un film perdido. Los rescates curatoriales saldan esa deuda y ponen a disposición una experiencia deseada que había sido negada. Pero aquí hay que distinguir un matiz: no se trata de un culto al pasado que haga de éste una fuente de legitimación, un depósito de la verdad de un arte. Frente a la farragosa proliferación de imágenes que no pertenecen ya solamente al cine, esa salida y encuentro con los muertos parece venerable. De ningún modo. El interés por el pasado del cine estriba siempre en ver si hay ahí una posibilidad para el presente, un camino a explorar. Cuando se quiere proteger una ontología de la imagen asociada a la proyección analógico, esto responde solamente a que no se desvanezca una forma de la experiencia, la cual, eventualmente, servirá para aprender a ver mejor las nuevas imágenes que pertenecen al cine del presente digitalizado”.
Del jueves 15 al miércoles 28 de
octubre se llevará a cabo la 15º edición del DocBuenosAires, la
muestra que año a año reúne a las mejores producciones nacionales
e internacionales del cine documental de creación.
El gran Raúl Ruiz será protagonista
de otro de títulos fuertes de esta edición,
Cofralandes (2002), proyecto que supuso el inicio de una nueva etapa en obra
de Ruiz vinculada a su país de origen, luego de su experiencia en el
exilio. “Se trata de un film compuesto por cuatro partes, cada una
de ellas entendida como una exploración antropológica, mítica y
completamente fabulada en torno a su memoria profunda de Chile”,
explican los investigadores Iván Pinto Veas
y Christian Miranda, quienes brindarán una clase magistral sobre el cineasta chileno el lunes 19 de octubre a las 18 hs en el UNA (Universidad
Nacional de las Artes, Rocamora 4141).
"Como no sabemos cuándo habremos de morir... pensamos que la vida es un pozo inagotable. Sin embargo, las cosas suceden un número muy limitado de veces.