lunes, 18 de agosto de 2008

La mujer sin cabeza, de Lucrecia Martel


Algunos dicen que para cambiar hay que tocar fondo. Que para reaccionar o para tomarse las cosas de otra manera, es necesario haber estado al borde de la muerte, o perder a alguien muy cercano, o de repente hacer un “click” existencial, como si de una revelación mística se tratara. Eso dicen. Aparentemente a Vero (soberbio trabajo de María Onetto) no le sucedió nada tan trascendente como esto, aunque ella está rarísima, abstraída, desfasada, suspendida en otra dimensión, como si hubiese atisbado la inmensidad de un abismo. El propio abismo. Vero no es la misma, aunque este hecho no le importe a nadie más que a ella.

Algo pasó, es cierto. Un accidente. Vero iba al volante, sola. Un perro quedó tirado en la ruta (¿era realmente un perro?). Algo pasó, algo que el relato relega al fuera de campo. El único dato objetivo es que el auto está abollado (“objetivo”, digamos, porque otros personajes lo certifican). “Fue un susto”, dicen todos, buscando relativizar la cuestión para calmar la angustia de Vero. Sin embargo, ella insiste: “maté a alguien en la ruta”. Insiste y parece convencida, pero es mejor no escucharla. Mejor dejarlo pasar.


Todo el tiempo dejamos pasar cosas a nuestro alrededor, cosas nimias o gravísimas, a propósito o sin darnos cuenta. La mujer sin cabeza es un fascinante ensayo sobre la percepción: lo que creemos ver, lo que desdibujamos, lo que no oímos, lo que evitamos, lo que intuimos y callamos, lo que preferimos hacer invisible. Desde la subjetividad de un personaje que está psíquica y emocionalmente perturbado, Lucrecia Martel elabora una complejísima reflexión sobre la relación que uno establece con el otro, con esas presencias que no registramos pero son parte de nuestro espacio esencial, y con esas ausencias que queremos olvidar y sin embargo se resisten a la total desaparición.

Por la forma en que está construida la secuencia del accidente, la directora parece advertir que estamos ante su film más opaco: los cuerpos se fragmentan más que nunca dentro del encuadre, se escapan del campo visual y es mucho más lo que se sugiere que lo que se afirma. El extrañamiento perceptivo de la protagonista comienza paulatinamente a viciar el plano acústico (sutiles zumbidos, ruidos que para ella retumban como estruendos), mientras la cámara la inspecciona en primerísimos primeros planos de su rostro o su nuca, muchas veces compitiendo con otra figura en el fondo (siluetas fuera de foco, como ominosos fantasmas). En una impresión inmediata puede resultar una propuesta más críptica que La ciénaga o La niña santa, pero tras una lectura decantada, en retrospectiva, La mujer sin cabeza se evidencia como una obra más abierta y universal que las anteriores, y esto es así porque el conflicto central -íntimo- del personaje tiene que ver directamente con la ética, con la pregunta por la responsabilidad frente a la vida de los otros.

El universo autoral de Martel es revisitado en el nuevo film: la familia y sus lazos confusos, los paisajes salteños, las pinceladas de humor absurdo, las costumbres (y las hipocresías) de la pequeña burguesía, la amenaza de tormentas, la pileta de natación como lugar de encuentro, la gracia de los diálogos con color regional. También se narra el vínculo de los protagonistas con los sirvientes, y en este punto es interesante detenerse: en La ciénaga una empleada doméstica tenía un rol destacado en la trama (la “China carnavalera”, como la llamaba Graciela Borges); en La niña santa los empleados del hotel recorrían los ambientes y solían interrumpir varias veces la acción; finalmente, en La mujer sin cabeza, los sirvientes (de origen indígena, todos ellos) son quienes completan el cuadro (¿el sentido?) cuando la protagonista se descubre desorientada.

La directora nos obliga a observar a los representantes de ambas clases conviviendo en el mismo espacio, la misma imagen, aunque los pobres se delatan borrosos, cada vez más desplazados. La película demuestra hasta qué punto esos otros son fundamentales: hacen funcionar la rutina de quienes los contratan, aunque éstos sólo les paguen con un café con leche… aunque decidan no verlos… aunque cotidianamente los atropellen hasta hacerlos desaparecer.

4 comentarios:

Alita dijo...

Me anoté en el curso de introducción al lenguaje cinematográfico porque me interesa mucho el tipo de crítica que hacés.
Me gustó la crítica de "La mujer sin cabeza" y por suerte, escuché la entrevista a Lucrecia Martel. Sería genial poder leerla acá en el blog.
Todavía no vi la película, pero me parece que lo que hace es meter el dedo en la llaga a una sociedad que no quiere o no pude ver. Y que en todo caso cuando ve, no sabe qué hacer.
Para mí, es muy valioso que alguien apueste a no dejar de pensar en las cosas que no nos gusta pensar.Y que encuentre una manera tan lograda de hacerlo. Me parece muy valiente y muy necesario lo que hace.
Saludos, Alejandra

Anónimo dijo...

Feliz cumpleaños de tu blog y pronto feliz cumpleaños tuyo.
La que vas a cumplir es la mejor edad, vas a comprobarlo. Te deseo lo más pleno.
La mujer sin cabeza , es una de esas películas que me hacen añorar el cine. La ví hace tanto que tendré que volver a ella..
Y me dió pena Charly , queriendo una vejez en calma...Beso. Martha

mge dijo...

No sé si es el lugar adecuado para hacer esta consulta, pero ¿alguno de los lectores sabe dónde se pueden conseguir las películas de Lucrecia Martel?

Me refiero a la compra, no al alquiler de los DVDs.

Estoy a la búsqueda de La Ciénaga, pero no la consigo.

Un saludo y gracias.

razondelgusto dijo...

Hoy recién pude ver esta peli en DVD y me dejó tan perturbada que me acerqué a tu blog buscando una respuesta... y me ayudó mucho a que terminara de cerrar en mi cabeza y poder así irme a dormir medianamente tranquila.
Creo que lo que me enoja es ese abotagamiento de la protagonista que no tiene que ver solo con el accidente sino con su actitud ambigua con todos los que las rodean.Que no se baje a ver qué pasó ya me desequilibró desde el principio... Ese no quere ver, esa sobreprotección de todos hacia ella que la miman como a una muñeca, con ese pelo de muñeca.Cuando al final se tiñe de su color natural uno piensa que puede haber un cambio pero está claro que no lo hay, en esa sociedad burguesa todos están muy cómodos donde están. La relación más sincera pareciera ser esa que tiene con la tía vieja,no? Y sí coincido con que el trabajo de la Onetto es superior.
Un beso Caro.
Hasta siempre.
Lili