jueves, 21 de agosto de 2008

La misma luna, de Patricia Riggen


Cada domingo, a las 10 de la mañana, Carlitos (Adrián Alonso) espera el llamado de su mamá, Rosario (Kate del Castillo). Él vive en México con su abuela, mientras su mamá está en California, en donde trabaja como empleada doméstica. Cada domingo, Rosario le promete a su hijo que muy pronto volverán a verse, pero Carlitos ya no le cree. “Si yo no puedo ir para allá, entonces ven tú. Cuatro años es demasiado”, reprocha el muchachito. Ella se traga las lágrimas como puede y le explica que las “cosas están difíciles para sacar los papeles”.

Rosario es solo una más entre los cientos de latinoamericanos que a diario cruzan desesperadamente el río Bravo pensando que el país del Norte les brindará un futuro un poco más digno. El drama de la inmigración ilegal en Estados Unidos funciona como marco de esta historia en la que un chico de nueve años hará lo imposible para reencontrarse con su madre.

Debut en el largometraje de la directora mexicana Patricia Riggen, La misma luna pulsa diversas cuerdas para forjar la emoción: un niño que de repente queda desamparado (Carlitos pierde a su abuela y decide irse solo a Los Angeles), más una secuencia de suspenso en la zona de frontera, más la pintoresca precariedad laboral de los indocumentados, más trazos ligeros que mezclan la road-movie con el viaje iniciático, para finalmente aunar todo el cuento bajo la etiqueta del “drama social comprometido”. Pero no existe real profundidad en esta película, aunque esté motivada por loables intenciones. Desde lo técnico, es un film apenas correcto; desde lo narrativo, el exceso de sentimentalismo y los giros trillados restan toda espontaneidad al desarrollo de la anécdota.

Ante el conflicto sociopolítico no hay signos de rebeldía o furia por parte de las víctimas, sino simple claudicación: la voluntad se concentra en sortear los variados incidentes y llegar a la meta. El guión escrito por Ligiah Villalobos explota al máximo la figura del pequeño protagonista: parece que jugar con la vida de un niño y exponerlo a una serie de situaciones de riesgo es un ejercicio imaginativo relativamente fácil. El problema es que en La misma luna esa maquinaria retórica resulta demasiado evidente, tanto que los responsables ni siquiera supieron aprovechar la naturalidad de Adrián Alonso y su irresistible carita.

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