miércoles, 5 de abril de 2023

Rescate - Una carta de amor de Leopoldo Torre Nilsson a su padre

En pocos días, el 9 de abril, se cumplirá un nuevo aniversario del fallecimiento del notable cineasta argentino Leopoldo Torres Ríos. Su hijo, también llamado Leopoldo y también realizador, le dedicó este texto que descubrí en un libro de poemas algo olvidado, hallado hace muy poco en una librería de usados.


PROSA NECESARIA 

Por Leopoldo Torre Nilsson 

Muchas cosas perdí cuando perdí a mi padre: un culto entusiasmado y permanente por la amistad afectiva; un auténtico depositario de dudas con la respuesta más justa para todos los problemas que hacen al comportamiento humano; una suerte de compañero apasionado para la visión de películas, el comentario de libros o hechos, o la más fortuita de las vivencias. 

Después de su muerte tuve por mucho tiempo la sensación de que no podía volver a gustar de casi nada, ni de una buena comida, ni de un buen libro, ni de un buen film, ni de un buen partido de fútbol. Desde el momento de su muerte hasta hoy, no he podido saborear casi ninguna cosa buena sin la tristeza de no poder compartirla con él. 

Mi padre era posiblemente el único hombre que he conocido que podía tener una vitalidad y un entusiasmo tal como para poder modificar gustos, costumbres y apetencias de otro sin proponérselo y sin hacerlo evidente. Hubo un grupo humano compuesto por más de doce personas que durante años se reunió casi todos los días de la semana y que no se volvió a reunir ni un solo día después de su muerte. 

Hay personas que al morir hacen desaparecer como un entorno, un paisaje, un modo de vida: mi padre se llevó algo más que su propia vida con su muerte. 

Sé que se llevó mucho de la mía. Mientras él vivía yo me sentí joven y capaz de muchos de los actos que le dan sabor a la juventud y que son como la consecuencia del coraje irresponsable, la alegría absoluta e irreflexiva; después de su muerte en cambio sentí que todo ya estaba dispuesto para la madurez, la reflexión cobarde, la medida alegría. 

Me llenó de conocimientos sin darme más ejemplo que los hechos; supo ser imperfecto y justo, arbitrario y bueno. Se sabía un director excepcional y talentoso y sin embargo tenía una humildad que marchaba a la par de un pocas veces extrovertido orgullo. 

Nunca ganó mucho dinero, pero supo gastarlo a manos llenas. Porque era tanto su entusiasmo vital que en sus bolsillos los vintenes sabían a monedas de oro. 

Escribiendo estas líneas me doy cuenta nuevamente de la enorme fortuna que me dejó este fabuloso testamento de su vida. 

Y me doy cuenta también de que me va a ser difícil encontrar a alguien más porteño y más español y más castellano y más gallego. Y más de Barracas y más del Centro porque entre ecuménico y jovial parecía llevar permanentemente impresas en sus palabras y actitudes el sabor de los sitios que le habían venido en la sangre o que había habitado. 

Mi padre murió el nueve de abril de 1960 cerca de la medianoche. Acababa de cumplir sesenta años. 

Fue joven, un muchacho, un amigote y un maestro hasta el mismo nueve de abril de 1960 a las seis de la tarde, en que lo vi por última vez.


Texto publicado en el libro Contar pérdidas (Nemont Ediciones, Buenos Aires, 1977)


Para ver en YouTube: 

- La maravillosa La vuelta al nido (1938), dirigida por Leopoldo Torres Ríos. 

- El crimen de Oribe (1950), la experiencia que encontró a padre e hijo dirigiendo juntos una adaptación de un relato de Adolfo Bioy Casares.

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