lunes, 28 de noviembre de 2016

Mar del Plata 2016 - El festival en tres momentos


El caballo de hierro 
(The Iron Horse / Estados Unidos, 1924)
Dirección: John Ford
Sección: Revisiones / Zona Hollywood 
El vampiro negro 
(Argentina, 1953)
Dirección: Román Viñoly Barreto
Sección: Revisiones / Rescates 
Apocalypse Now (Redux) 
(Estados Unidos, 1979/2001)
Dirección: Francis Ford Coppola
Sección: Generación VHS

“No puedes meramente salvar las películas, 
también tienes que salvar a la audiencia”.

Eddie Muller (1)
(Presidente de la Film Noir Foundation)
Vibraciones

En esta edición asistimos a uno de los acontecimientos más importantes de la historia del festival: la proyección de El caballo de hierro, superproducción dirigida por John Ford en 1924, acompañada con música en vivo a cargo de la Orquesta Sinfónica de Mar del Plata, en el teatro Colón. Es muy difícil traducir la experiencia en palabras: hay que estar ahí, ver, escuchar y sentir el impacto de todas esas vibraciones sobre la propia piel. La vehemencia de la música te toca, te eleva y te lleva a seguir a los personajes en un extraño estado de euforia reflexiva. La película narra la construcción de las vías del primer tren transcontinental de Estados Unidos, obra que se completó en 1869. Hay cowboys, indios, villanos, empresarios, inmigrantes, un presidente emblemático, una doncella valiente, un padre muerto a ser vengado y un héroe soñador, aunque los momentos más perdurables -al menos para mí- quedaron asociados a las escenas con los trabajadores responsables de la expansión de las vías. Por su expresividad, por su simpatía, porque en esos cuerpos que agachan el lomo y hacen historia con la materia, durmiente a durmiente, parecería afincarse una autenticidad que en parte se les escapa a los otros personajes del western, más codificados. El clímax del film consistirá en una gran batalla entre indios y blancos que representará la conquista definitiva -industrial y comercial- del oeste. Pero mucho antes de llegar ahí, el guión implanta una escena breve y curiosa a modo de anticipo: los obreros están trabajando en el tendido férreo cuando se repente aparece un pequeño grupo de indios a caballo, en una especie de ataque relámpago. Todos los obreros dejan enseguida sus herramientas, toman los rifles que tienen a mano y disparan. Los indios pronto se van, nadie muere y los obreros vuelven a sus tareas en las vías con absoluta tranquilidad y prestancia. Pura gracia fordiana.

   
Claroscuros

Otro gran momento: descubrir El vampiro negro, película producida por Argentina Sono Film en 1953 y dirigida por el uruguayo Román Viñoly Barreto, proyectada en una copia nueva en 35 mm en el Colón. El realizador admiraba a Fritz Lang y se animó a plasmar su propia versión de M (1931), obra maestra del cineasta europeo, también conocida como El vampiro de Düsseldorf (que a su vez ya había tenido una remake a cargo de Joseph Losey).

Nathán Pinzón encarna al personaje que Peter Lorre interpretara en el film original. Desde el inicio sabemos que él es el asesino: un asesino serial de niños. Su cuadro es desolador y claramente irreversible. Lo interesante es observar cómo el director nos coloca frente a un sujeto siniestro que, a pesar del horror de sus actos, nunca llega a convertirse en monstruo ante nuestros ojos. Un solo episodio le alcanza al relato para exponer la profunda represión sexual que sufre el protagonista: Teodoro Ulbe (Pinzón), profesor de inglés, recibe en su cuarto a dos alumnas adolescentes para una clase particular y se pone muy nervioso ante la presencia femenina. Las chicas lo notan, gozan y se ríen. Lo están lastimando, aunque ellas no sean conscientes de la dimensión del daño provocado. Miradas y gestos se articulan en esta escena con una notable economía narrativa. Viñoly Barreto -al igual que Lang- busca ir más allá del individuo para pensar cómo funciona la dinámica de la sociedad en su conjunto, contemplando incluso aquellos vínculos que a simple vista pueden resultar inocentes.


La película sorprende, especialmente, por su increíble dominio de la luz, virtud que se aprecia ya en los títulos de crédito, en donde vemos cómo la brumosa figura de un hombre sube unas escalinatas eternas hacia un lugar incierto. ¿Será el edificio de la Facultad de Derecho? Alejandra Portela y Raúl Manrupe afirman que “Viñoly Barreto filmó para que Buenos Aires no lo pareciera y logró separarse de Lang, consiguiendo una obra maldita, expresionista y nunca igualada en lo formal”. (2) Coincido. El vampiro negro es un film alucinante.

Calor

Comienza Apocalypse Now (Redux): se apagan las luces de la sala y escuchamos que algo cruje a lo lejos, hermoso. Es el crepitar del celuloide. La pantalla se llena de polvo mientras Jim Morrison canta con resignación y nos advierte: no hay ningún principio aquí. Es El Final. Solo hay fuego y delirio. Realmente no recordaba hasta qué extremo todo es naranja y terroso ya desde el minuto uno del film. Tenía muy presente el enlace entre el paisaje selvático y el desconsolado Martin Sheen mirando el techo de su habitación, pero por algún motivo en mi memoria se había disipado esa densa cadena de fundidos que abren el relato para situarnos en el corazón de una fiebre expansiva


Ya estamos empapados, ya que aquí cada gota de sudor adquiere un tamaño colosal. Y ya estamos aturdidos, pues el ventilador y los helicópteros fusionan y potencian su sonido abrasivo mientras las aspas desgarran a tajazos la cabeza de Willard (si es que aún queda algo por romper en esa psiquis). El conflicto central de esta historia todavía no despegó pero ya estamos caminando sobre el filo, como el caracol que obsesiona a Kurtz, arrastrándonos por la orilla de la cuchilla, la delgadísima línea, sin entender nada de nada. Las imágenes se incendian. Las llamas arrasan con todo lo existente pero el montaje insiste y sigue cavando, capa tras capa, como si quisiera penetrar el núcleo de la tierra, quizás buscando desesperadamente algún origen, algún otro, algún símbolo. Algún dios. La tesis de Coppola es negrísima y lapidaria: si el ser humano no puede prescindir de la guerra, entonces este mundo es aún peor que un infierno. Es un apocalipsis perpetuo. Y ya estamos todos quemados. 


Como saben, el director de fotografía de Apocalypse Now, Vittorio Storaro, fue uno de los invitados en esta edición del festival. Seguramente muchos espectadores esperábamos que Storaro acudiera a la sala para presentar la película, tal como lo prometían diversos anuncios oficiales. Pero eso no ocurrió, al menos en la función a la que yo asistí, el primer sábado de la muestra (no sé si estuvo en la función del día siguiente). Fue una decepción, que se diluyó pronto porque una vez que esta película arranca, no te suelta más. Así y todo, vale conocer la experiencia de Storaro, de quien cito aquí unas palabras incluidas en un texto publicado en el Diario del Festival: “Yo estaba muy loco en aquel entonces, y estaba mirando estos maravillosos dibujos que Burn Hogarth hizo sobre Tarzán. Un amigo mío me dio el libro y me lo llevé para mostrárselo a Francis. No queríamos hacer nada naturalista. Debía tener su propio estilo. No quería que parezca un reportaje. Puse color artificial, luz artificial junto al color real, luz real –para tener la explosión del napalm junto a una palmera verde; para tener el fuego de una explosión junto a la puesta del sol y así representar el conflicto entre lo cultural y lo irracional. Me di cuenta de que la película no era realmente una película sobre la guerra. Era sobre la civilización.” (3).

Citas:
1 - Entrevista de Diego Trerotola publicada en el Diario del 31º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata Nº5. (Link)
2 - Manrupe, Raúl; Portela, María Alejandra (2001). Un diccionario de films argentinos (1930-1995). (Buenos Aires; Ed. Corregidor).
3 - Artículo publicado en el Diario del 31º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata Nº3 (Link)

Aquí se puede acceder a la publicación editada por el festival sobre El caballo de hierro.

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