miércoles, 4 de diciembre de 2013

Mar del Plata 2013 - Bright Day


Bright Day (Rooz e Roshan / Irán, 2013)
Dirección: Hossein Shahabi
Sección: Competencia internacional 

“She calls out to the man on the street:
Sir, can you help me?” 

Así comienza “Another day in paradise”, la canción de Phil Collins que se escucha en la última escena de Bright Day, acordes que nos devuelven fugazmente al inicio del film, como para recordarnos que toda esta historia fue posible porque esta vez el desconocido dijo que sí, que quería ayudar (a diferencia de la canción…he walks on, doesn’t look back). Él es Kiani (Mehran Ahmadi), un remisero a quien una mujer le pide que la acompañe en un angustiante raid por la ciudad de Teherán. Ella es Farhoudi (Pantea Bahram), una maestra que quiere evitar que el padre de un alumno sea condenado injustamente por homicidio: su misión es convencer a los testigos para que declaren a favor del acusado. Debe probar que se trató de un accidente y tiene una pocas horas para lograrlo. La sentencia llegará esa misma noche.

Toda la acción se desarrolla en el interior del auto y en las calles de la ciudad, pero lo singular aquí es que el drama gravita en torno de un incidente del pasado que nunca presenciamos y al que sólo accedemos a través de las sesgadas alusiones verbales de los personajes, una "escena del crimen" que muta en nuestra mente ante cada nuevo diálogo, ante cada mirada que busca esconderse. Es la palabra de uno contra la del otro. Discusiones, confesiones, plano y contraplano: éste es el diseño básico de la ópera prima de Hossein Shahabi. Al tener como eje el diálogo confrontativo y las repercusiones incontrolables producidas por un episodio elidido, la película remite al estilo de otro iraní, el realizador de La separación, Asghar Farhadi. Claro que Farhadi tiene aquello que precisamente a su colega le falta: seguridad narrativa. El objetivo de Bright Day es exponer la corrupción que reina en Irán y la connivencia entre el poder económico y el sistema judicial, pero la denuncia política termina disolviéndose en medio de las constantes oscilaciones del relato y el desfile de personajes poco definidos. El blanco de la furia se fragmenta y la crítica se debilita al volverse demasiado indirecta.

Al mismo tiempo, lo más rico del film no pasa tanto por el caso en sí mismo sino por el registro de las voluntades que llevan a los sujetos a entregarlo todo en su reclamo de justicia. O a elegir el silencio, en el otro extremo. Sería difícil comprender el enganche inmediato que el remisero tiene con el conflicto si no fuera porque intuimos cierta atracción hacia la maestra. Y lo mismo sucede con ella y la relación oculta que la une al acusado. Nos gustaría creer que, en el fondo, el gesto puramente ético, racional y humanitario es posible en este mundo, y que estos personajes son simples ciudadanos desprotegidos conmovidos por una causa común... pero la película sugiere lo contrario. Lejos de todo idealismo, la sensación que deja el film es desoladora: no tenemos nada, salvo esa vehemencia imprevisible que sólo depende del deseo individual. Todo lo demás es miedo.

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