domingo, 10 de marzo de 2013

Apuntes en una pared: The Walking Dead


Después de cada guerra
alguien tiene que limpiar.
No se van a ordenar solas las cosas,
digo yo.

Wislawa Szymborska (“Fin y principio”)

No sé si es posible hallar en toda la historia de The Walking Dead un episodio más perfecto que el titulado “Clear” (número 12 de la tercera temporada), y lo digo con cierta culpa porque me duele poner en la cumbre un capítulo en donde no está Shane (aún extraño mucho a Shane, aunque a veces también lo odiaba, pero él era como era porque amaba, tal vez por primera vez en su vida, amaba, y no soportaba atravesar el Apocalipsis en soledad. ¿Quién puede juzgarlo?). Ahora que lo pienso, seguramente en el podio debamos ubicar también aquel clímax en la granja de Hershell, cuando finalmente aparece la pequeña Sofía y Rick se hace cargo de matarla. Ahí es donde empieza la árida pendiente del protagonista.

Hace tiempo que el horror ya no emana de los zombis. Ni siquiera el Gobernador nos hace temblar demasiado, porque al fin y al cabo podemos esgrimir cómodamente que se trata de un pobre psicópata, o al menos el más peligroso de los psicópatas en un mundo en donde es lógico que la lozanía mental brille por su ausencia. Pero no. El verdadero horror hoy vuelve a brotar de las fuentes de siempre. La indiferencia. La arrogancia calculadora del más fuerte. El auxilio negado, que no es otra cosa que homicidio por omisión. Así despega "Clear", con un joven que corre desesperado pidiendo ayuda para ver cómo el auto en el que viajan nuestros héroes pasa de largo sin vacilar. Rick ya ni se lo plantea. Su hijo Carl observa y uno se pregunta si siente algún remordimiento, si es que allí late todavía alguna conciencia. Más tarde alguien le dice a Carl que no debe arrepentirse de nada de lo que haga. "Hey, son. Don’t ever be sorry." Quien le habla al chico es Morgan, el hombre que le salvó la vida a su papá hace un tiempo, otro tiempo, cuando dar una mano todavía era una posibilidad.

Parece que fue hace siglos pero fue ayer nomás. La caída es tan acelerada que uno no puede detenerse a pensar en perspectiva. Por eso este episodio impone un paréntesis, y por eso se suspende provisoriamente la dialéctica entre la prisión y la ciudad de Woodbury: hay que volver sobre la historia. La propia, la del pueblo, quizás la de todos. Rick vuelve al origen al cruzarse con Morgan, mientras Carl se obsesiona con una foto de la familia que quiere recuperar para mostrarle algún día a su hermanita, que merece saber cómo era su mamá. Una huella del pasado que a la vez es pulsión de futuro.

La guarida de Morgan es historia pura, con sus mapas dibujados, sus paredes escritas de punta a punta y ese atesorado walkie-talkie en el cual tantas veces él esperó escuchar otra voz. Hay armas, muchas, y hay palabras sembradas por todos lados, como manotazos tristes intentando arañar las últimas hebras de condición humana. Y yo que creía que Rick ya había sufrido como nadie en esta fábula, y ahora caigo en la cuenta de que a pesar de todo él no tuvo que ver morir a su esposa ni tuvo que matarla, como sí lo hizo Morgan, que además debió ver cómo su hijo se convertía en monstruo. No hay flashback aquí que ostente la soberbia de explicar el pasado. Es el dolor del horror más esencial, el que no cuenta con relevo icónico. Sólo tenemos el rostro desconsolado de Morgan mientras narra su historia, como si en el fondo sintiera la urgencia de narrársela a sí mismo, una y otra vez. Quizás por eso llegó hasta acá. Porque aún tiene un relato con el cual identificarse, y eso es lo que le permite conservar una cuota de lucidez, aun cuando Rick piense que su amigo en realidad no está nada bien. Es extraño, pero Morgan parecería intuir que de alguna manera este planeta seguirá en pie. Sin orgullo alguno él cree ser uno de los herederos de esta tierra. Dice que prefiere continuar aislado porque ya no tiene resto para ser testigo de la muerte de otros. Sin embargo, él no está completamente fuera del mundo, pues para algo decide dejar mensajes en los muros, y para algo se inventó una misión, una función, un sentido. Más allá de la oscuridad de su tono, Morgan sale cada día de su trinchera y actúa, y no lo hace simplemente por reflejo de supervivencia. Es algo más. Es la respiración del sujeto histórico.

Rick quiere rescatarlo pero no logra convencerlo. Apenas llega a balbucear un argumento cuando Morgan ya desarticuló todo su discurso. Rick no sabe qué decir pues aún no sabe qué quiere construir. Recordemos que horas antes se negó a ayudar a un muchacho desamparado, y días antes había expulsado de la prisión a un grupo de sobrevivientes que le rogaba refugio. No termina de salir del limbo, no puede aún volver a confiar. Es Michonne la responsable de refutar esa coraza.

Nunca habíamos visto sonreír a Michonne ni habíamos advertido hasta ahora la dulzura de su voz compañera y protectora. La palabra como llave, otra vez. Resulta conmovedor verla abandonar su monolítico ceño fruncido para transformarse en una mujer afectuosa que ya no quiere seguir deambulando sola a la intemperie. Ya estuvo ahí demasiado tiempo y no lo elige más. No es el camino. Michonne lo perdió todo, al igual que Morgan, pero ella sí sabe lo que significa pertenecer, tener un grupo al cual regresar: un hogar. En la inesperada pero absolutamente genuina ternura de Michonne anida el corazón de este capítulo insuperable, pues nadie mejor que ella sabe que incluso el ser más independiente y arrojado acaba encontrando su límite tarde o temprano. No hay historia que resista sin sujeto colectivo. 

Lo enterraremos todo,
los brazos, el movimiento y la pala,
la pasión de los viernes,
la bandera de andar solos,
la pobreza, esa deuda,
la riqueza, esa otra.

Lo enterraremos hasta con sabiduría,
cortando sabiamente los terrones,
o cortándolos sin darnos cuenta, sabiamente.

Un resto de mirada
quedará flotando como un pincel absurdo
sobre la tregua doblemente fiel de todo ausente.

Y menos mal que no habrá nadie
para escarbar luego bien hondo
y descubrir que no hay nada enterrado.


Roberto Juarroz  (Poesía Vertical 73)

3 comentarios:

mge dijo...

Sin dudas el mejor episodio de la temporada y no sé si de la serie. Si hasta Carl me cayó bien! Y esta vez sus acciones fueron fundadas: ir en busca de una foto que sirva de testimonio para su hermana, el último rastro real que queda para poder construirle (y construirse) una familia. Ir al pasado para que haya futuro.

Las palabras y los gestos (Michonne sonríe mejor de lo que pelea) dejan huellas más perdurables que las balas y los cuchillazos. Confieso que después de este episodio yo como espectador también salí del letargo.

Anónimo dijo...

Excelente comentario Caro. Coincido en que fue uno de los dos o tres mejores episodios de la saga. Me parece, sin embargo, que olvidaste algo importante. El final. Allí, cuando van de regreso, están diseminados unos restos humanos y la mochila del muchacho que les había pedido ayuda. Pasan de largo, se detienen y regresan marcha atrás. Pero sólo para recoger la mochila y vuelven a arrancar. Final escalofriante.
Un abrazo. ref

Caro dijo...

Hola, gracias por los comentarios.

No, por supuesto que no olvidé el final del episodio. De hecho, intenté ilustrar esa sensación desoladora con el vacío que transmite el poema de Juarroz. Lo que intenté destacar es el cambio en la actitud de Michonne, quien deja claro que la salvación en s pero eso no significa que el relato se esté tornando más esperanzador ni mucho menos. Insisto: me parece que este episodio es una gran reflexión sobre la historia y sobre los acelerados cambios que en poco tiempo sufrieron los personajes para llegar a este “sálvense quien pueda” que representa la tercera temporada. En las dos temporadas anteriores, si bien había conflictos internos, los dos eran básicamente los hombres y los zombies. En la tercera temporada el eje cambió hacia el enfrentamiento entre tribus, por lo cual ahora ni siquiera es necesaria la alegoría.

Lo del chico de la ruta grafica el egoísmo al que se llegó, e incluso uno puede especular con un juego contrafáctico. A ver: si en el cierre del capítulo los protagonistas se hubieran tenido una tercera chance de ayudar al joven de la ruta, ¿lo habrían ayudado? Digo, uno puede pensar que luego del encuentro con Morgan, quizás a Rick algo se le movió y se acordó del momento en que él fue auxiliado. ¿Habría sido distinta la historia de no haber encontrado solo los restos del joven? Probablemente no, y esto es lo trágico. (Bueno, la situación más abyecta sería matarlo para quedarse con la mochila… pero digamos que estamos más o menos ahí).

Cuando Rick le ofrece a Morgan unirse al grupo, sabemos que lo hace por culpa, para retribuirle el favor. Pero está claro que cuando ellos se conocieron, aquel momento en donde “todo comenzó”, no es el mismo paisaje que el actual. Hoy ya ni hace falta pedir perdón ni arrepentirse, como le dice Morgan a Carl. Carl es la gran caja de resonancia de todo este caótico derrumbe, y resulta muy extraño ver a ese ser diminuto de carita angelical convertido en una máquina de matar. Creo que otra de las intenciones de este episodio es volver a situar al niño en su dimensión como tal y demostrar que aún necesita la protección de un adulto (de allí la situación con Michonne).

Finalmente, el capítulo brilla por sus diálogos. El policía intenta convencer a Morgan (y a sí mismo, quizás) de que en la prisión hay una posibilidad. Buena gente, un lugar seguro. Y entonces Morgan lo demuele con la evidencia: “¿Para qué necesitás tantas armas, Rick?”. No parece tan tentador ir a un lugar en donde tienen que estar armados hasta los dientes. Más bien es el prólogo de la certificación de la guerra.

Aprovecho para citar a David Cronenberg: “Somos los únicos animales que podemos elegir no ser violentos, porque tenemos conciencia e intelecto y entendemos cuáles son las consecuencias de un acto de violencia. También parece que somos los únicos animales -probablemente en todo el universo- que somos capaces de imaginar algo que no existe. El resto de los animales no lo puede hacer. Podemos imaginar muy fácilmente un mundo en el que no exista la violencia, en el que podamos usar la discusión, la negociación, la racionalidad, la generosidad y la simpatía para resolver todos los problemas que nos aquejan como humanos. Podemos pensar que eso es posible, pero es obvio que nunca lo hemos podido lograr.” (Entrevista publicada en Dirigido por… - Octubre de 2005)