lunes, 2 de abril de 2012

Utopía y barbarie, de Silvio Tendler (FICiP 3)


Utopía y barbarie
Dirección: Silvio Tendler
Origen: Brasil (2009)
Sección: Competencia internacional (largometrajes)

“El derecho de soñar es el papá y la mamá de todos los derechos, porque es el que le da de comer a todos los demás”. Quien habla es Eduardo Galeano, con esa dulce facilidad que tiene para traer lo abstracto a la tierra y hacer que las ideas se vistan de personas. El documentalista brasileño Silvio Tendler quiere pensar la utopía y para ello entrevista a artistas, intelectuales y políticos que hayan sido testigos o participantes de grandes movilizaciones. El relato comienza en 1945, con la bomba, el hongo monumental que todo lo arrasa y ante el cual cualquier reflexión parece volverse pueril. ¿Dónde van los sueños cuando alrededor todo es ceniza? Hoy ya ni siquiera el lenguaje quiere ceder terreno a la palabra legada por Tomás Moro, y hasta las mismas ciencias sociales han convertido el “no lugar” en una existencia, la morada del ser en función del consumo, una colonia más del capitalismo (el supermercado, el shopping, el Starbucks). Sin embargo, adoramos la palabra e intuimos cuál es la carga simbólica que aún conserva, a pesar del desgaste que ha sufrido el término. Y ahí está el otro extremo de la cinchada, la barbarie, arrogantemente más tangible que la utopía y, por ende, más filmable. Por eso uno se siente tan pequeño y tan iluso ante el tornado de imágenes lacerantes que la película nos lanza. La barbarie gana por el propio peso de la materialidad visual. La utopía solo es un fulgor en la conciencia, una imagen mental.


Desde el final de la Segunda Guerra hasta nuestros días, Tendler navega la Historia y se pregunta qué pasó con el proyecto socialista y antiimperialista. Según dice el realizador hacia el final del relato, veinte años le llevó redondear esta película, y uno entiende que la dificultad principal debió estribar en el trabajo de edición, en el hecho de tener que elegir las imágenes propicias entre las miles y miles que ha dejado el siglo XX. Justamente, ya en el inicio la película se presenta como un film de montaje, reuniendo escenas emblemáticas del periodismo y del cine (algunas muy conocidas, otras no tanto) mientras intercala testimonios de figuras notables (sorprende la cantidad de entrevistados que aparecen en el film, aunque no siempre queda claro si están hablando con Tendler o si son reciclajes de archivo). En su ambición desmedida la narración termina resultando abrumadora, con tramos en donde los acontecimientos directamente se atropellan unos a otros, borroneando los contextos específicos de cada cultura. Sospecho que al film no le interesa tanto dilucidar por qué no se impuso el paradigma marxista, sino recuperar lo que sí puede filmarse y perdurar: las imágenes de la lucha. Multiplicarlas, amplificarlas, exponerlas una y otra vez, dejarlas tatuadas en el recuerdo, para no olvidar que hay un vector, un martillo contra el muro, una pulsión emancipadora que es universal, inherente a la condición humana. Porque los humillados, como escribió alguna vez Eduardo Grüner, “tienen la mala costumbre de resistirse a su destino trágico”. El film no es una elegía nostálgica ni tampoco un imperativo a futuro: es sólo la constatación de una potencia. 

Escuchemos al maestro Galeano, otra vez:
“Con mucha sangre, con muchas lágrimas, aprendemos que el tiempo de la Historia no es nuestro tiempo. Que la Historia es una señora lenta, caprichosa, a veces loca, muy difícil, muy complicada, muy misteriosa. Mucho más misteriosa de lo que creemos que es. Y que no nos da la más mínima bolilla. Que no nos obedece. Porque el tiempo de ella es infinitamente mayor que el nuestro.”

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