jueves, 21 de abril de 2011

Bafici 2011 - Sip'ohi - El lugar del manduré


Sip'ohi - El lugar del manduré (Argentina, 2011)
Dirección: Sebastián Lingiardi
Sección: Competencia oficial argentina

Fricción. Alguien intenta encender el fuego con ramas, a la vieja usanza, la original, la técnica de la persistencia, la que alguna vez le permitió al hombre entrar en otra era. Durante varios minutos la imagen sólo muestra unas manos tesoneras buscando esa chispa que se hace desear. Mientras tanto una voz narra una leyenda que habla del fuego, un fuego que no se parece a esa llama que conocemos, o que creemos conocer porque la vemos. Para el hombre que relata, el fuego es otra cosa: un tesoro de la oralidad que lo visual no podrá representar jamás.

Sip’ohi - El lugar del manduré ensaya un acercamiento a la cultura wichi, cuya lengua es tradicionalmente ágrafa. De allí la fricción, el extrañamiento, la inasible confluencia entre palabra e imagen que recorre todo el film. Walter Ong lo explica de esta forma: “Sin la escritura, las palabras como tales no tienen presencia visual, aunque los objetos que representan sean visuales. Las palabras son sonidos. Tal vez se las ‘llame’ a la memoria, se las ‘evoque’. Pero no hay dónde buscar para ‘verlas’. No tienen foco ni huella (una metáfora visual, que muestra la dependencia de la escritura), ni siquiera una trayectoria. Las palabras son acontecimientos, son hechos”. * La película finalizará con otra leyenda en donde sólo escucharemos la voz narradora mientras la pantalla permanece en negro. Esta decisión estética confirma el respeto y la sabiduría con los cuales el director Sebastián Lingiardi y la guionista María Paz Bustamante encararon este curioso trabajo.

Estos mismos realizadores presentaron en el Bafici del año pasado una fallida película de ficción llamada Las pistas, en donde actores de orígenes wichi y toba protagonizaban una confusa aventura. En ese proyecto participó Gustavo Salvatierra, un profesor intercultural que ahora regresa como protagonista y principal impulsor del nuevo film, titulado Sip’ohi porque así denominan los wichis al municipio de El Sauzalito, al norte del Chaco, en donde transcurren las vidas de los diversos personajes registrados por la cámara. Dos ejes centrales animan la banda sonora: por un lado, la voz over que narra los cuentos de Tokjuaj, el divertido espíritu que atraviesa la mitología originaria; y por otro lado, los testimonios del mencionado Salvatierra y de Félix Segundo, quien conduce un programa de radio y desde allí convoca a todos los que conozcan y quieran transmitir leyendas del pueblo. “Nos cuesta encontrar ancianos para saber más de nuestra cultura”, dice Félix frente a su micrófono, afianzando una sensación de nostalgia que algunas imágenes venían sugiriendo.

Lo más interesante de esta obra es que cuestiona su misma posibilidad como película, básicamente porque se pregunta cuánto derecho tiene a retratar una comunidad que se resiste -con razón- a convertirse en un mero objeto de exhibición para la jactancia antropológica. Es lógico entonces que los protagonistas marquen territorio y lancen esas demoledoras miradas a cámara, con el semblante adusto, en estado de alerta. Un personaje lamenta la actitud de los otros (los blancos) al asegurar que “ellos vienen, sacan sus cuadernos, sus grabadores, sus cámaras… y después se van”. Los realizadores no aspiran a resolver el dilema, por eso el resultado del film conlleva una experiencia atípica, cambiante, deliberadamente dubitativa.

Sí creo que esta película impone un desafío, un test de tolerancia dirigido al cinéfilo, sobre todo al espectador porteño habitué de festivales, supuestamente “abierto” y "ávido por descubrir nuevas propuestas", ese cinéfilo que se confiesa desesperado por la ver la última joya tailandesa. Sip’ohi apenas dura 70 minutos. En la función a la que asistí, el último domingo del festival, muchos espectadores abandonaron anticipadamente la sala sin dedicarle a la proyección un mínimo de paciencia para conectarse con las inquietudes esenciales de la obra. El Bafici también revela estas hipocresías. Por eso hay que aplaudir a esos hombres sabios que desde la pantalla nos miran con desconfianza.

* Walter J. Ong. Oralidad y escritura. Tecnologías de la palabra. (Ed. Fondo de Cultura Económica)

3 comentarios:

ADN Omni dijo...

Muy bueno, tu blog, Carolina!

Caro dijo...

¡Gracias!

Anónimo dijo...

Sipo´hi es verdaderamente hermosa, conmovedora por su honestidad y nobleza. Una gran película, que no obtuvo la atención que merecía.