domingo, 30 de enero de 2011

La historia no ha llegado a su fin


Egipto desapareció de Internet

Las redes de comunicación social se transformaron en un valioso instrumento de lucha política. El régimen de El Cairo lo entendió muy rápidamente y emprendió la represión tecnológica más amplia de la modernidad.

Por Eduardo Febbro *
Desde París

Cada época ha tenido sus monstruos y la nuestra acaba de ver nacer a uno, fiel descendiente de todos los monstruos políticos que ha tenido la humanidad. El presidente egipcio Hosni Mubarak inauguró la versión moderna de la represión. Ya no se trata de reprimir, encarcelar, torturar y matar. Ya no se trata de ahogar la libertad de expresión controlando los medios de comunicación y amordazando a los periodistas. Mubarak estrenó algo más severo e histórico: la desaparición de un país de la red, es decir, la imposibilidad de que los seres humanos se comuniquen entre sí a través de Internet, por teléfonos móviles o SMS. La insistencia de mantener a un país bajo las botas llevó al prehistórico régimen egipcio a atrasar el calendario tecnológico de más de dos décadas. Después de dejar fuera de uso Facebook y Twitter, el gobierno egipcio ordenó a los cuatro operadores de Internet cerrar por completo la comunicación. Link Egypt, Vodafone/Raya, Telecom Egypt y Etisalat Misr dejaron sin red a los casi 23 millones de usuarios de Internet. El país volvió a los años ’80. Con esa decisión, Mubarak demuestra que la clave de la modernidad ya no es la más que manipulada libertad de expresión sino la comunicación, el link, el lazo que permite comunicarse y organizarse. Internet nos trajo esa posibilidad. (...)

El boicot a la red se convirtió en el boicot a una generación, a la inscripción en la modernidad. Represión física y represión tecnológica. Mubarak mostró un camino, o, mejor dicho, valorizó con su desmedida lo que realmente significa la red en un mundo donde la libertad de expresión, o sea la manifestación de las ideas y la difusión de la información, están en su gran mayoría en manos de conglomerados privados cuyos intereses responden cada vez menos al de los pueblos y cada vez más al de los intereses económicos, políticos y geoestratégicos. La libertad de comunicar, de concertar, de aunar, de linkear propuestas, de difundir imágenes e informaciones por encima de los aparatos tradicionales de difusión se tornó más peligrosa que la libertad de opinar. El poder egipcio quiso ahogar el flujo. En el camino perdió al gobierno y acercó más la cita con la próxima derrota. La Revolución de los Jazmines que se inició en Túnez se reencarnó en Egipto. Su destino dibujará en el futuro la geografía política del mundo. La historia no ha llegado a su fin. Los seres humanos comunican para seguir escribiendo su propia historia contra quienes se empeñan en hurtarles la palabra, la libertad, los sueños y la comunicación.

* Fragmentos de un artículo publicado en el diario Página/12 (29/01/11). Ir al texto completo.

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