viernes, 11 de junio de 2010

London River, de Rachid Bouchareb

 
A Elizabeth (Brenda Blethyn) le gusta cantar mientras camina hacia la iglesia. Vive tranquila junto al mar, tiene una granja y cultiva un jardín. No muy lejos de ahí, en algún lugar de Francia, Ousmane (Sotigui Kouyate) se arrodilla y reza hacia la Meca. Muy pronto ambos se cruzarán en Londres, tratando de contactar a sus respectivos hijos.

La acción del film se sitúa en julio de 2005, en los días signados por las bombas que explotaron en la capital inglesa, tres en el subte y una en un colectivo. En total murieron 56 personas. Pero siempre que pienso en esos atentados sólo puedo recordar a aquel inmigrante brasileño que murió semanas después, abatido por policías del Scotland Yard que lo confundieron con un terrorista. Cuestión de piel, también conocida como racismo.

Delicadamente, London River se aleja del efectismo de las crónicas periodísticas para concentrarse en el drama individual, acopiando los pequeños gestos que definen la convivencia con los otros en el día a día. En este paisaje tan rico como caótico, Elizabeth no logra hacer pie. Nunca termina de caer. No concibe que su hija le alquile un departamento a un comerciante árabe. Recorre la ciudad desconcertada y temerosa ante la diversidad de culturas y nacionalidades. La Historia le pasó por encima mientras ella vivía refugiada en su isla. Cuando conoce al viejo Ousmane, lo primero que le nace es la sospecha.

En su reseña para la revista Variety, el crítico Jay Weissberg cuestiona el guión por apelar a "estereotipos simplistas" para tejer un mensaje políticamente correcto. Es cierto que la actriz de Secretos y mentiras se acerca a cierto perfil cerrado de "madre campesina y prejuiciosa", pero no puede decirse que el personaje de Kouyate cumpla con un canon. Ousmane luce ajeno, inescrutable por momentos. Su aspecto es tan inofensivo que los miedos de Blethyn resultan desmesurados, incluso irritantes. Del pasado del hombre sabemos poco y nada. ¿Por qué abandonó a su hijo? Queremos empatizar, pero el film no da respuestas. Ousmane llama la atención, sin duda. Es un ser deliberadamente raro, o al menos eso pensé mientras miraba la película. ¿Por qué me lo hacen tan críptico?

 
¿Y por qué no? ¿Por qué no tomar sin rodeos lo que la película propone? ¿Por qué reclamar un supuesto deber ser del personaje?

Caí en la trampa. Me quedé en la piel, especulando sobre la superficie, en lugar de aceptar a Ousmane tal como es. El director Rachid Bouchareb tiene que haber sido consciente de esta estrategia al elegir la intrigante máscara de Sotigui Kouyate.

La película no sólo narra la historia de dos extraños unidos por la compasión. También muestra cómo un espacio devaluado, el del culto religioso, todavía funciona como puente para quienes necesitan un oído (es gracias a los contactos en una mezquita londinense que los personajes se informan, mientras que las demás instituciones aumentan la incertidumbre). También habla de padres que nunca llegaron a conocer realmente a sus hijos, y de hijos que se juegan por otros caminos a pesar de los cercos ideológicos imperantes. London River bien podría leerse como una reverencia al espíritu de esos dos jóvenes, dignos representantes de una etapa de la historia de la humanidad con la que por ahora sólo podemos fantasear.

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