viernes, 16 de abril de 2010

Bafici 2010 - Parte 5

Entre los muros
Celda 211 (España, 2009).
Dirección: Daniel Monzón
Sección: Panorama


Aun para quienes nos consideramos poco impresionables (o así lo pretendemos), la primera escena del film se hace difícil de soportar. Un hombre se suicida cortándose las venas con largos tajos, desde la muñeca hasta el pliegue del codo, en ambos brazos. Luego sabremos que ese hombre estaba preso y enfermo, y que esas venas abiertas, finalmente, lo liberaron. Muchos otros, en una situación similar, ya han asimilado las rejas y no esperan salir. Pero al menos esperan que algún día los traten mejor, y por eso desatan el motín que traza el eje narrativo de Celda 211.

Es noble y legítimo el espíritu de denuncia que anima esta película española dirigida por Daniel Monzón (y ganadora de ocho premios Goya). La idea es mostrar cómo alguien que forma parte del sistema puede transformarse, en pocas horas, en un enemigo. Eso es lo que ocurre con Juan Oliver (Alberto Ammann), que acaba de ser contratado como guardia pero queda atrapado en medio del motín que comanda Malamadre (Luis Tosar). Como Juan es nuevo y los internos no lo conocen, logra hacerse pasar por preso y pronto se gana el respeto del líder. Juega para ambos bandos mientras el engaño lo permite, hasta que las cosas se complican demasiado, más aún cuando los ecos de la revuelta comienzan a alterar la vida fuera de la prisión. Y entonces la trama se vuelve tan forzada, tan excesivamente “guionada”, que termina debilitando su lectura crítica sobre los abusos del poder disciplinario.

Filmada con cámara digital en una cárcel real abandonada, Celda 211 tiene un vértigo y una textura de imagen tan nítida que uno cree oler el óxido y la desesperación contenida entre esos muros violentos. Al principio, cuando los rebeldes toman como rehenes a tres detenidos de ETA, la historia sugiere un vuelo político que con el correr de los minutos se dispersa, lamentablemente, al punto de reducir el giro dramático central al rapto patológico de un jefe carcelero fascista (Antonio Resines). Al salir de la sala me invadió cierta desazón, al constatar que el film prefirió apostar a la insospechada fiereza de Juan (personaje interesante, aunque muy “construido”), cuando en realidad el verdadero corazón de esta historia estaba en Malamadre, una creación entrañable del gran Luis Tosar, que merecería una película aparte.

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