miércoles, 24 de marzo de 2010

Alicia detrás de los anteojos: impresiones sobre la recepción del cine en 3D

“Si para ver algo hay que dejarse marear por unos anteojitos o asustar por unos parlantes a muy alto volumen, entonces es fuerte la sospecha de que en el fondo no hay nada para ver”.

Esto lo plantea Ariel Magnus en un texto titulado Una ley seca para el cine en 3D, publicado en la revista Ñ del último sábado, en donde el autor relativiza las bondades de la tecnología digital y le aplica a Avatar calificativos como “insulsa película para niños”, “bodrio indigenista” y “espectáculo de playstation”. Es un poco contradictorio lo de Magnus, ya que cuestiona el cine en 3D y a la vez confiesa haber visto el film de James Cameron sólo en una copia bajada de Internet, y no en una sala acondicionada para que el film se luzca en todo su potencial. Pero más allá del caso Avatar, en el que no voy a entrar ahora, recomiendo leer el artículo porque se anima a discutir cuál es el valor estético, e incluso comercial, de estos avances técnicos.

Vayamos a un tema puntual: los anteojos para ver en tres dimensiones. Dado que las salas con este servicio vienen creciendo en cantidad y convocatoria, también se vuelve “normal” el uso de lentes ad hoc, un artefacto que tanto puede colaborar con la magia de la pantalla como puede destruirla, según nuestra suerte y exigencias. No tengo mucha experiencia en proyecciones en 3D, y lamento haberme perdido algunas películas de animación estrenadas con este sistema. Vi Avatar en Cinemark Palermo en una función de prensa, con anteojos que me entregaron limpios y envueltos en una bolsita (parecían nuevos): los sentí cómodos, con la curvatura ideal como para olvidarse de ellos y sumergirse en la imagen (dato clave: el diseño de Avatar es tan sofisticado que ayuda a que la visión sea más nítida). Distinto fue el caso de Alicia en el país de las maravillas, de Tim Burton, que vi en Hoyts Abasto, en donde los lentes me resultaron molestos y decididamente entorpecieron la conexión con la película. Esta no es una cuestión menor, pero temo que se esté aceptando sin chistar como ocurre con tantos productos que consumimos como pajaritos hambrientos, sin preguntarnos por la devaluación de la experiencia.

Mientras corrían los títulos de apertura de Alicia, me calcé los anteojos y los noté sucios, por lo que intenté limpiarlos con lo que tenía a mano, pero no hubo mayor diferencia. Luego está el problema de su estructura rectangular, que en vez de acompañar nuestra visión natural (que es ovalada), impone un doble marco a la pantalla, un efecto que genera distancia y distracción. Puse a prueba mi tabique nasal y ensayé varias posturas para los lentes, hasta dejarlos en equilibrio bien arriba. Imaginarán que mientras tanto Alicia ya empezaba a aburrirse y cuestionar: “¿Por qué el mundo es así y no de otra manera?”. Al rato llegaría el conejo con el reloj y su fuga hacia la fantasía, pero yo seguía sin paz para atender la película.

Entre el cine y yo, las mezquinas gafas, que opacaban las imágenes en lugar de exaltarlas. Esto es lo más decepcionante de esta modalidad receptiva: sentir que algo falta, que mis ojos fallan, que no estoy apreciando la obra como lo merece. ¿Es así de gris esta película, o solo soy yo? ¿Qué pasó recién? ¿Cuántas veces cerré los ojos para que descansaran un poco? En algún momento cedí y me resigné a seguir la película como pude. (Acá debería aclarar que yo no uso anteojos en mi vida cotidiana. No creo tener problemas en la vista, ni suelo padecer mareos o dolores de cabeza en estas proyecciones, algo que a muchos les sucede. Si lo desean, sería bueno que compartan sus opiniones).

Lo triste es que Burton parece haber sido rehén de una imposición industrial así como nosotros somos rehenes de los lentes. Alicia en el país de las maravillas no es una gran película, pero, aun si fuera excelente, ¿dejarían de importarnos las condiciones de recepción? Espero que no. En lo personal, no me interesa comprar este paquete de sensaciones incompletas. No quiero obstáculos que me distraigan en el cine, ni un filtro forzado para mi mirada. Tengo la -quizás muy ingenua- impresión de que al ojo humano todavía le falta demasiado desarrollo interior (ético y estético) como para pretender venderle torpes prótesis externas.

5 comentarios:

Andrés dijo...

Yo también vi películas en 3-D en Cinemark y en el Abasto, y en el primero me parecieron mucho mejores y hasta más cómodos.

De todos modos es interesante lo que está pasando con el 3-D. Hace más de medio siglo que se viene insistiendo, pero recién ahora parece haber películas (con Avatar a la cabeza) especialmente pensadas para el sistema. El asunto es que los televisores con 3-D ya son una realidad, por lo que el elemento distintivo, que sólo aporta la visión en cine, también se vuelve relativo. Lo que me lleva a coincidir con el cierre de tu post, que no creo para nada ingenuo: si se busca que los espectadores vuelvan al cine el cambio debe ser cultural, y no tecnológico.

Saludos

Anónimo dijo...

Hola, muy interesante el articulo, saludos desde Colombia!

Caro dijo...

Amigo/a de Colombia,

¡Muchas gracias por leerlo!

Un abrazo.
Caro

Anónimo dijo...

Muchos saludos, muy interesante el post, espero que sigas actualizandolo!

Clari dijo...

la película de alicia fue increíble, la vi en los cines del alto palermo con mi novio.. nos divertimos mucho por verla 3d! la actriz muy buena también