martes, 14 de julio de 2009

Cuentos que no son cuento, de Adam Shankman *

Cuentos que no son cuento(Bedtime stories, EE.UU., 2008)
Dirección: Adam Shankman

Editada en dvd por Gativideo

Saber contar un cuento a un chico antes de que se vaya a dormir es todo un arte. Hay que elegir la historia apropiada, narrarla con tacto y atajar las posibles preguntas del infante, si es que uno logra capturar su atención. Sobre todo, hay que tener una enorme paciencia, virtud que no es precisamente la que mejor se lleva con el cuerpo siempre hiperquinético de Adam Sandler. En Cuentos que no son cuento, el actor interpreta a un loser que debe cuidar a sus dos pequeños sobrinos durante una semana. Al no tener un televisor a mano (?), el tío los entretiene con historias que se le ocurren en el momento, para descubrir muy pronto que esas situaciones inventadas se trasladarán a su vida concreta. Que hasta lo más fantástico en esos relatos se transforma en realidad. Consciente de tal situación y víctima de una injusticia laboral –y familiar–, intentará hacer que el poder mágico de las palabras juegue a su favor.

Al igual que en la recientemente estrenada Corazón de tinta, la gracia del film reside en el enroque entre fantasía y realidad. El problema principal es que ese vaivén fragmenta y dispersa a tal punto los relatos imaginarios que termina vaciándolos de interés o emoción. En la trama tampoco funcionan los pálidos personajes secundarios (Keri Russell, Guy Pearce, Courtney Cox), ni se aprovechan ciertas ideas que alentarían a pensar por qué los adultos de hoy no saben honrar la tradición del cuento oral. Por su parte, el director Adam Shankman se distrae con detalles nimios de impacto ultraprobado (¡pongamos un enano violento!), sin preocuparse demasiado por la fluidez narrativa del conjunto.

Sandler decidió ser coproductor de esta modesta comedia familiar de Disney tras la desaforada No te metas con Zohan, el trabajo con mayor incorrección política de toda su carrera. El ex "Saturday Night Live" parecería buscar ahora el equilibrio justo entre su indudable carisma paternal y su –quizás más lucrativa– veta sarcástica y escatológica. No lo consigue: o luce desatado al extremo de la saturación (dos materias más y se recibe de Jim Carrey), o se repliega desganado y encoge los hombros con cara de querer estar en otro lado. El guión esquizoide tiene parte de la culpa en esta desorientación, porque apuesta todas las fichas a la elasticidad de Sandler, pero jamás deja en claro a qué tipo de público pretende apuntar.


*Artículo publicado previamente en el diario Crítica (05/02/09)

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