domingo, 14 de junio de 2009

Role Models, de David Wain *

Mal ejemplo
(Role Models, EE.UU., 2008)
Dirección: David Wain
Estreno directo a DVD

Editada por AVH

Todavía muchos creen que el brillo de la llamada “nueva comedia americana” (Stiller, Apatow, Farrelly) no fue más que un relámpago fortuito que ciertos críticos atizaron con elogios desmesurados. Y quizás hubo algo de eso, como en todo fenómeno propulsado por el periodismo en su avidez por “descubrir tendencias”. Pero, al mismo tiempo, ¿cómo negarlo cuando siguen llegando muestras elocuentes de que allá en el norte existe una usina de creatividad asombrosa? Esta vez es David Wain quien refrenda el entusiasmo, y aquí se editó su última y divertidísima película.

Aunque no es muy conocido en estos pagos, Wain tiene una trayectoria de dos décadas, con producciones para televisión, cine y web (busquen en YouTube los cortos de "Wainy Days" y entenderán por qué estamos ante un personaje de culto). Wain actúa, escribe y dirige, siempre acompañado por una troupe de amigos actores y guionistas (Ken Marino, A.D. Miles, Michael Ian Black) junto a quienes forjó un estilo narrativo anárquico y filoso que tiene la impronta propia de la comedia de sketches, sin eludir la autocrítica a la hora de reírse del presente. Justamente, lo interesante de este grupo de creadores es que se observan a sí mismos –y a toda su generación– cuando construyen la ironía, asumiendo que sufren el complejo de Peter Pan: se niegan a crecer.

En Role Models, Wheeler (Seann William Scott) y Danny (Paul Rudd) son dos grandulones que trabajan visitando colegios para promocionar una bebida energizante. El conflicto estalla el día que tienen un accidente que casi los manda a la cárcel y, para evitarla, prefieren acatar una probation que los obliga a cumplir 150 horas en un centro asistencial para niños y adolescentes “problemáticos”, coordinado por una extraña mujer que admite con orgullo su pasado de adicta, prostituta y convicta (Jane Lynch, genial).



A diferencia de sus desbordados y ácidos films previos (Wet Hot American Summer y The Ten), Wain propone aquí un relato clásico, con una procacidad más contenida, aunque tampoco califica como película familiar porque no faltan desnudos ni chistes guarros. El humor reside principalmente en los diálogos y en su inteligencia para integrar incluso al personaje menos trascendente de la escena. Es decir, es la clase de comedia sin baches en donde hasta el remate de un mozo eventual está elaborado con acierto.

No tengo nada que ofrecer a estos pibes”, protesta Danny, y ése es el prejuicio que la historia derribará cuando los protagonistas se encariñen con los muchachitos que deben cuidar. Porque de eso se trata: del cariño. Los chicos “raros” necesitan atención sincera, paciente, y ahí están estos involuntarios tutores para dársela. Parece sencillo, pero es cada vez más difícil en un mundo donde los primeros desorientados son los padres. Lo que se perdió es la transmisión de símbolos entre grandes y chicos, cualquier símbolo, como puede serlo una canción de Kiss o un duelo en el parque con espadas de mentira. El film emociona porque reivindica la fantasía: en el fondo, todos queremos salir a jugar.



* Artículo publicado previamente (en versión reducida) en el diario Crítica (13-06-09)

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