martes, 16 de junio de 2009

La sociedad del malestar

Por Sergio Rocchietti *

(Fragmento)

¿Dónde está el malestar? En nosotros y en los otros. Con nosotros y con los otros. Siempre disponible, atento. Acechando nuestro presente. El malestar es una presencia inevitable, o no.

Dice Freud, en El malestar en la cultura: "Se descubrió que el ser humano se vuelve neurótico porque no puede soportar la medida de frustración que la sociedad le impone en aras de sus ideales culturales...".

¿Y quiénes son los portadores de los ideales culturales? Tantos... Desde los padres a los maestros, desde el vigilante al encargado del edificio. No hay ideal volando; lo que sí hay son personas que se ubican en lugares de "poder".

Y aquí reencontramos el viejo tema. El malestar es una presencia inevitable, porque siempre vamos a encontrar otros que van a apelar a cualquier clase de poder para tratar de ser. De ser a expensas nuestras. De sentir que son en ese efímero instante que les da una satisfacción que no pueden encontrar de otro modo más que gritando o sojuzgando.

El malestar es una presencia inevitable porque está en nosotros como una posibilidad de recordarnos todo lo que no hacemos, o lo que hacemos mal o bien; no interesa: nunca alcanza para aplacar a ese lugar psíquico llamado superyó y que es el que nos recuerda que hemos nacido y que hemos tenido padres y que hay que responder por el sentido de la vida y hacer y obedecer, y... y nunca alcanza. O no.

Se trata de otra cosa.

Se trata de la incapacidad, o no, del individuo para generar un espacio distinto al propuesto. Se trata de la incapacidad, o no, del individuo para soportar las tensiones a que lo somete vivir en la cultura. Se trata de evitar establecer las relaciones con otro, siempre desde el viejo esquema, conocido por demás, del "amo y el esclavo". Se trata de la verdad y nuestro cuerpo que no la resiste y no quiere ni siquiera oír hablar de ella. Se trata de la mentira, lo que no soporto aunque sé que es así, pero para qué si ya no hay tiempo y ella o él me dijo que. Y todo para qué si yo ya no aguanto más, perdoname. Yo no puedo. Y no quiero sentir que no hay "La" verdad, déjenme acá con mis convicciones. No me quiero enterar de que la verdad es construcción en un relato que me va a impulsar junto con otro hacia.

¿Hacia dónde era? ¿Qué me habían dicho? ¿Dónde quedaba? Me olvidé.



*Fragmento de un artículo publicado en el sitio Con-Versiones. Ir al texto completo.

(En la imagen: “El grito”, de Edvard Munch)

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