viernes, 30 de enero de 2009

La suerte de Emma, de Sven Taddicken

Las granjas tienen ese no sé qué. La ermitaña Emma (Jördis Triebel, notable) vive en una granja animada por chanchos y gallinas. “No necesito a nadie”, le dice a un muchacho del pueblo que a veces la visita con pretensiones. “Sí, Emma. Sí que lo necesitas”.

Pero está claro que ella eligió ese destino y no le debe nada a nadie. Max (Jürgen Vogel), en cambio, parece no tener demasiadas opciones, aunque al menos sabe que no quiere desperdiciar el poco tiempo que le queda. En lo más hondo él cobija una fantasía: quiere que le pasen cosas (¿quién no desea lo mismo cada bendito día?).

Lo dice todo el mundo en clave de monserga: nadie te va a venir a golpear la puerta. Y lo más loco es que sí, a veces sucede. Cuando uno menos lo espera, alguien llega y toca el timbre. Pero también dicen que a la suerte hay que ayudarla, y eso es lo que hace Emma. De eso se trata este film alemán dirigido por Sven Taddicken. Un cuento pequeño y directo.

Tantas obras hiperproducidas posan de importantes y se jactan de exhibir la última radiografía sobre el estado de la humanidad… tanta cháchara inconducente… tanto decir sin hacer


En medio de la maleza reseca, si uno tiene ganas de encontrar, siempre despunta un tallo no del todo marchito, que no pretende ser otra cosa que lo que es. De allí que el "monitoreo crítico" decida hacer un click en un determinado punto del relato: de ahí en adelante, nos entregamos sin más.

La suerte de Emma (Emmas Glück) es una escapada al campo. Hacer el amor sobre el pasto. Freír huevos y comer panceta. Saludar al alba desnudos, cuando todo es anaranjado y verde, muy verde. Agradecer al azar, aunque también sea tacaño.


Aunque todo acabe ya.

1 comentario:

mge dijo...

Después de tanta película pretenciosa, los chanchos y las gallinas de Emma fueron un bálsamo. Me enamoré de la protagonista y de la autenticidad de su entorno.

Tengo la suerte de tener al tradicional Cine York (cuyas puertas se reabrieron no hace mucho) a seis cuadras de casa. Su sala simplona no puede competir en términos de calidad y capacidad con la de las grandes cadenas, pero agradecí haber vivido la experiencia que tuve esta noche.

Será que sala y película confluyeron en transmitirme que el arte, cuando es arte con ganas y de verdad, puede prescindir de pantallas gigantes, premios, pochoclos y sistemas de audio.