miércoles, 2 de julio de 2008

Hancock, de Peter Berg


John Hancock (Will Smith) es un hombre gruñón, morrocotudo, bastante sucio y adicto al whisky. Bueno, en realidad no es un hombre común y corriente, porque también vuela, veloz como un águila, aunque en el aire suele estamparse contra otros pájaros debido a que el alcohol reduce sus reflejos. Por la clase de tareas que cumple, parece ser un superhéroe, solo que por pura torpeza últimamente viene causando más problemas de los que resuelve en Los Angeles, la ciudad que él resguarda. Todos se preguntan: ¿qué le pasa a Hancock?

La película de Peter Berg acierta al no responder de entrada a ese interrogante, y así consigue que en sus primeras secuencias Hancock resulte entretenida en el dibujo de este héroe atípico y reticente, que no solo padece los dilemas íntimos que podrían afligir a un Batman o a un Hellboy, sino que además se expone al rechazo de la comunidad, que ya no tolera su conducta indecorosa. Hasta la ley lo persigue con un tendal de demandas, porque es tan desprolijo en sus misiones que acaba provocando pérdidas materiales millonarias. Sin un origen que pueda recordar, dotado de eterna juventud, Hancock se siente demasiado solo en un mundo de mortales. Hasta que un día le salva la vida a Ray (Jason Bateman, quien se lució hace poco en Juno), y a través de él conoce a Mary (Charlize Theron). Las cosas se complican. Para mal y para bien.

Ray es experto en Relaciones Públicas y le propone a Hancock recuperar su prestigio a partir de un cambio de imagen. La sola idea de un superhéroe decadente sometido a una estrategia de marketing personal es realmente muy curiosa, y la película sabe aprovecharla en un par de situaciones divertidas. Con un Will Smith calzando perfecto en el personaje creado por los guionistas Vincent Ngo y Vince Gilligan, el film podría haber ahondado un poco más en las miserias terrenales del protagonista, sin por ello abandonar el humor. Pero enseguida Hancock elige el atajo: abrumar con los efectos especiales y acelerar el relato con giros dramáticos volubles que incluyen explicaciones sobre mitología griega, almas gemelas y reencarnaciones.

Desde el momento en que el personaje de Theron revela su verdadera identidad, el film entra en una irreversible curva descendente. La actriz de Monster -¡nada menos!- es la encargada de enunciar las líneas de diálogo más ridículas de la película. Ella y Smith juegan una larga escena de acción que recuerda a El Hombre Araña y al Hulk de Ang Lee por la manera en que vuelan rebotando de edificio en edificio cual desatada pelotita de pinball. Los artificios son tan ostentosos que en lugar de agraciar la imagen, la vuelven precaria, sosa. Los cuerpos -y las criaturas detrás de ellos- pierden automáticamente toda sustancia cuando el lápiz digital los manipula a puro capricho. Y así Hancock se convierte en otra buena idea totalmente arruinada por los mandatos de la industria.

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