domingo, 8 de junio de 2008

Leonera, de Pablo Trapero


¿Dónde está ese río?
Está en Argentina.
¿Dónde está Argentina?
Está en América del Sur,
en el continente americano,
cerca del océano de las tierras
más distantes de todo el planeta.

"Ora bolas"Piojos y piojitos

 


En su excelente libro “La interpretación de la imagen”, el ensayista Martine Joly se pregunta hasta qué punto “nuestra interpretación ya está parcialmente constituida antes incluso de tener acceso concretamente a los mensajes visuales”. Sucede que como potenciales consumidores estamos todo el tiempo atravesados, contaminados, asediados, por aquello que el autor denomina “discursos periféricos” (publicidad, críticas, notas periodísticas, entrevistas), que inevitablemente troquelan nuestra percepción al momento de enfrentarnos con una obra. ¿Cómo sustraerse al entusiasmo mediático generado por Leonera? Participó en la competencia del Festival de Cannes, en donde “fue aplaudida de pie”, mientras Luciano Monteagudo y Horacio Bernades (entre otros respetables críticos) afirmaron en el diario Página/12 que de los cinco trabajos de Pablo Trapero es “quizás su mejor film hasta hoy”. Altas expectativas.

Desde lo estrictamente técnico, Leonera cumple. Trapero filma muy bien: tiene muchísimo tacto a la hora de situar y deslizar la cámara, definiendo los encuadres, los movimientos y los tiempos internos de los planos con absoluta precisión. Es un director generoso con el espectador: lo lleva de la mano amablemente y no lo apabulla con virtuosismos innecesarios. El trabajo de Martina Gusmán también es muy sólido. Lo que falla es la trama judicial, especialmente las intervenciones del actor brasileño Rodrigo Santoro.

Pero todo esto ya lo dijo la crítica, por eso quiero detenerme en lo que sigue: en un informe televisivo que registraba la avant premiere de la película, me llamó la atención una declaración de Martina Gusmán (actriz y productora), que dijo algo así como que “Leonera es la historia de una madre con su hijo. En este caso es en una cárcel, pero también podría haber sido… no sé, en una guerra”. Es realmente curioso este empeño de los autores -reiterado en diversos medios- por relativizar el contexto en donde sucede la anécdota, intentando universalizar el tema para así abarcar una mayor cantidad de espectadores. Promocionan la película como si fuera lo mismo una guerra que la miseria de una favela de Rio de Janeiro, o que la tragedia de un tsunami. Pero la historia de Leonera transcurre en una cárcel, más precisamente una cárcel para mujeres, que no queda en cualquier parte sino en Buenos Aires, Argentina. No es lo mismo. La propia apertura del film, con la canción “Ora bolas”, deja bien establecida la ubicación geográfica de la acción. Hete aquí el gran enigma de la película: por qué la prisión, y por qué no hacerse cargo de esa elección.

“Vos no sos de acá”, le dice Marta (Laura García) a la protagonista. Julia es ajena a ese mundo de barrotes y Trapero la protege mientras ella se va a adaptando (se destaca del resto por ser la única mujer blanca y bonita). Más allá de la angustia inicial, Julia levanta cabeza y se la banca. Pero no se hace demasiadas preguntas, ni sobre su propia situación ni sobre su entorno. ¿Es que acaso las otras presidiarias sí pertenecen a ese mundo? ¿Por qué? No le interesa a Leonera explorar estas cuestiones; solo importa que el guión arrime un poco de coraje -y mucha buena suerte- para que la heroína acabe recuperando la libertad.

“Por pobre… por pelotuda”, responde Marta cuando Julia le pregunta por qué está en la cárcel. El comentario se siente como una resignación de clase. Desde la mirada social, la película decepciona. Con el avance del film las rejas pierden su color siniestro y se vuelven pintorescas. La violencia aparece cuando las mujeres se amotinan en defensa de Julia, pero para esa altura la rebelión ya no vibra con furia verosímil y es apenas otro engranaje del decorado. No lo olvidemos: estamos frente a un melodrama con un conflicto pura y exclusivamente individual.

Leonera es un producto con proyección internacional. Y en el fondo, se extraña el deambular perplejo del Zapa conviviendo con lo perverso en El bonaerense. Se extrañan los ojos humildes del Rulo colgando de las grúas grises. Ellos son seres más genuinos. Nacieron en una Argentina reconocible.

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