jueves, 3 de abril de 2008

Tropa de Elite, de José Padilha

Didáctica, arrebatada y algo tosca, Tropa de Elite es una película que interesa más como fenómeno mediático y sociológico que como objeto cinematográfico. Antes de ganar el Oso de Oro en el último Festival de Berlín, este segundo largometraje de José Padilha ya era una obra de culto que circulaba de forma clandestina en Brasil. El film está centrado en el trabajo cotidiano del BOPE (Batallón de Operaciones Especiales de la Policía), encargado de controlar el narcotráfico en los barrios precarios de Río de Janeiro. Quien narra la historia es el Capitán Nascimento (Wagner Moura), líder de esta brigada especial, que como está próximo a ser padre y quiere abandonar las tareas extremas, tiene que evaluar la eficiencia de dos jóvenes oficiales que podrían reemplazarlo: uno es Neto (Caio Junqueira), muchacho impulsivo y fanático de la Tropa, y el otro es André Matias (André Ramiro), un estudiante de Derecho inteligente y honesto. Los hechos transcurren en 1982, semanas antes de la visita del papa Juan Pablo II a la ciudad.

Tropa de Elite es una película de acción concebida para explotar el vértigo cinematográfico que anida en las calles y favelas de Río, en la misma línea de Ciudad de Dios (de Fernando Mereilles), cuyo guionista, Braulio Mantovani, colaboró con Padilha en la escritura de este film. En la pantalla, la violencia más despiadada se torna lustrosa, exportable, tan irreversible como exótica (para quien no la sufre en carne propia, claro). Montaje chirriante, furiosa música hardcore, una cámara en mano que finge frescura y libertad… en fin: nada nuevo desde lo estrictamente sensorial. Pero no es la previsible estética de video-clip lo que más irrita de la película, sino su mirada mezquina sobre la complejísima realidad de la pobreza, la droga y la represión en Brasil.




Por empezar, la voz en off del protagonista conduce la narración organizando los hechos con un determinismo implacable: desde el inicio, el narrador advierte que Neto y Matías ya están condenados. La voz emite agotadoras y trilladas sentencias: “La honestidad no forma parte del juego”, “la guerra siempre tiene su precio”, “¿pero quién dijo que la vida es fácil?”. La película no busca -como afirmaron algunas críticas- pintar al Capitán Nascimento como un héroe: está lejos de redimirlo y solo intenta explicarlo desde su conciencia desequilibrada. Se trata de un sanguinario, sin dudas, pero sigue siendo humano. Es un error frecuente igualar el punto de vista del personaje con la ideología del creador. Si Tropa de Elite destila un tufillo reaccionario no es porque el guía de la ficción sea un policía autoritario, sino porque el film en su conjunto parece amasar y simplificar a su antojo un conflicto desolador, sin profundizar de manera creíble en el contexto sociopolítico. Se vende como una fehaciente denuncia social, apoyada en “el testimonio de 12 oficiales y 1 psiquiatra” (sic), aunque en verdad lo que hace es confirmar ciertas categorías sociales que aparentemente ya estarían legitimadas por la opinión pública y que, por ende, no necesitarían mayor tratamiento que la simple exposición. El relato en off está plagado de lugares comunes del tipo “el traficante no perdona”, “los negros no tienen posibilidades”, “solo el rico con conciencia social no comprende que la guerra es guerra”. Nuevamente queda decretado el atraso irremontable de un país del Tercer Mundo.


Lo llamativo es que el trabajo anterior de Padilha, Ómnibus 174 (Bus 174, estrenada en 2002), es un notable documental ubicado en la vereda opuesta a Tropa de Élite. El film cuenta el caso real de Sandro, un joven que en 2000 secuestró un colectivo público y finalmente murió cuando la policía intervino en el hecho. Ómnibus 174 incluye una seria indagación en el corazón de la delincuencia y la miseria en Brasil, y esa preocupación genuina por las urgencias sociales es justamente lo que está ausente en la película premiada en Berlín.


“El sistema no trabaja para resolver los problemas de la sociedad. El sistema trabaja para resolver los problemas del sistema”, asegura en un momento el líder del BOPE. Contundente. Digamos que estamos de acuerdo. La cuestión es pensar qué puede aportar el discurso artístico frente a este diagnóstico. En una secuencia del film, el personaje de Matías con un grupo de compañeros de la universidad exponen y discuten las ideas de Michel Foucault sobre las sociedades disciplinarias. Maria (Fernanda Machado, en el rol de la “niña rica”), plantea en la clase: “En Brasil la legislación penal, funciona como una red que articula diversas instituciones represivas del estado. Infelizmente hoy, en nuestro país, el resultado de esta microfísica del poder de la que Foucault tanto hablaba terminó creando un Estado que protege a los ricos y sanciona casi exclusivamente a los pobres”.


Lo curioso es que la red de relaciones violentas que dibuja Tropa de Élite no roza certeramente al Estado (¿o al gobierno?) que ampara a las fuerzas del orden, ni a los núcleos de ilegalidad (¿o de la economía?) que alientan la rueda del narcotráfico. La película no está obligada a señalarlos, por supuesto, porque precisamente como propone Foucault, “no se puede buscar, como fuente de poderes, algo así como una soberanía. Al contrario: es necesario mostrar cómo los diferentes operadores de dominación se apoyan en algunos casos los unos sobre los otros y remiten unos a otros”*. En el film de Padilha, los personajes principales creen que están cumpliendo con un destino inalterable, sin poder construir lazos de sentido con el marco que los aloja. El problema radica en que el discurso policial no remite más que a sí mismo, se autojustifica desde la resignación, como si efectivamente estuviera descolgado de un entramado que tiene infinitas aristas. El aparato represivo incluso parece haber logrado cierta "autonomía" desde el momento que aprendió a financiarse por izquierda, más allá de las respondabilidades políticas. Un planteo claramente reduccionista.


Algunas crónicas en Internet señalan que, en algunas proyecciones de la película en Brasil, se escucharon ovaciones y festejos en las escenas de matanza y torturas a cargo del Capitán Nascimento. Es un dato que excede a la obra en sí misma, aunque no deja de ser doloroso. Tropa de Elite es un discurso que circula masivamente y se fusiona con otros discursos forjados para reforzar una verdad, no cualquier verdad, sino una verdad particularmente necesaria, dentro de un mecanismo que muchas veces escapa a la intención íntima del artista. El artista puede ser más o menos consciente del tipo de verdad a la que aspira su obra, pero inevitablemente es parte del tejido discursivo que construye el imaginario actual. Tropa de Élite, lamentablemente, es funcional a un sistema criminal. Mejor dejemos que hable Foucault: “El poder no cesa de interrogarnos, de indagar, de registrar: institucionaliza la búsqueda de la verdad, la profesionaliza, la recompensa. En el fondo, debemos producir la verdad como debemos producir riquezas, hasta debemos producir la verdad para poder producir riquezas. Del otro lado, estamos sometidos a la verdad también en el sentido de que la verdad hace ley, produce el discurso verdadero que al menos en parte decide, transmite, lleva adelante él mismo efectos de poder. Después de todo, somos juzgados, condenados, clasificados, obligados a deberes, destinados a cierto modo de vivir o de morir, en función de los discursos verdaderos que comportan efectos específicos de poder”. *


* Del libro Genealogía del racismo, Michel Foucault (Editorial Altamira, Buenos Aires, 1996)

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