miércoles, 30 de abril de 2008

Offside, de Jafar Panahi


En Irán las mujeres no pueden ingresar en una cancha de fútbol. Para no exponerlas a los insultos y agresiones propias de los hinchas enardecidos, se supone que la tradición les prohíbe el acceso al espectáculo con la excusa de “protegerlas”. Pero la norma no retiene a las chicas: si son verdaderas fanáticas, buscarán la forma de colarse en el estadio, aunque deban disfrazarse de hombres. Eso es lo que hacen las protagonistas de Offside, que no quieren perderse el partido disputado entre Irán y Bahrein, en el marco de las eliminatorias para el mundial de 2006.

La película comienza con una adolescente que intenta pasar inadvertida en un colectivo lleno de hinchas. Un muchacho la descubre pero ella le ruega encarecidamente que no la delate. En las puertas del estadio, la chica compra una entrada a un joven que hace reventa: él primero duda en dársela, pero luego se aprovecha y le cobra mucho más de lo que le pediría a un varón. Así y todo, nuestra fanática sigue adelante, hasta que finalmente un soldado la detiene y la lleva a una especie de “corralito” en donde hay otras jóvenes en la misma situación. Chau partido. Las chicas y los soldados se ven obligados a relacionarse y convivir en un espacio tenso y restringido, mientras de fondo se escuchan las ovaciones que llegan desde la cancha.


Hay algo un tanto disparatado en todo este cuadro… ellas y ellos se quedan al margen de la fiesta porque están sujetos a leyes arcaicas que no tienen justificación posible. El director Jafar Panahi es un experto a la hora de pintar las contradicciones que atraviesan su cultura, tal como lo demostró en sus películas anteriores, las excelentes El Círculo (2000) y Crimson Gold (2003). Offside es su quinto film y es el más gracioso de su carrera, pero no por ello menos crítico. En una escena el relato menciona la tragedia ocurrida tras un partido entre Irán y Japón en 2005. En las notas de prensa de la película, Panahi describe este hecho: “Los soldados empezaron a empujar a la multitud y siete personas murieron pisoteadas. Sin embargo, la prensa iraní solo publicó fotos de seis de los fallecidos. Se rumoreó que la séptima víctima era una chica. No tenemos pruebas, pero sí sabemos que entre los heridos había una chica disfrazada de chico”.

El film no se limita sólo a narrar las censuras propinadas a la mujer, sino que también revela el fastidio de los muchachos obligados a cumplir con el servicio militar. Uno de los soldados que custodia a las chicas se lamenta porque en verdad a él le correspondía un permiso para tener el día libre, pero una orden arbitraria le quitó el permiso y le impidió viajar al campo para cuidar de su madre enferma. Es muy interesante cómo Offside dibuja el malestar de las nuevas generaciones iraníes.

Discípulo del gran Abbas Kiarostami, Panahi en su estilo exprime lo mejor del neorrealismo: el decir genuino de los actores no profesionales, la cámara límpida, la puesta en escena funcional y discreta, los gestos espontáneos y sutilmente reveladores. Es un cine directo e inteligente, que sin adornos ni rodeos aspira a la emancipación de una sociedad sometida a un régimen represivo que ya no puede disimular lo absurdo de su basamento.

domingo, 27 de abril de 2008

"If you get caught between the Moon and New York City...
...the best that you can do is fall in love".


Christopher Cross - Arthur's theme

sábado, 19 de abril de 2008

Presagios

Fragmentos de una entrevista al escritor británico J. G. Ballard, publicada en la revista Ñ:

- La mayoría de sus novelas puede leerse como una celebración provocadora del poder transgresor y transformador de la imaginación. En Milenio negro, sin embargo, la imaginación está por completo ausente. Su frase "el apocalipsis tapizado" alude de manera alarmante a una impasse crítica e imaginativa, ¿verdad? ¿Esa declinación de la vida mental es algo terminal?

- Nada es terminal, gracias a Dios. A medida que vacilamos, el camino se extiende solo, se bifurca y se desvía. Pero la vida actual del Occidente próspero tiene algo muy sofocante. El aburguesamiento, la suburbanización del alma, avanza a un ritmo alarmante. La tiranía se hace dócil y sumisa y lo que prevalece es un totalitarismo blando, tan obsequioso como un sommelier. No se permite que nada nos inquiete ni perturbe. Lo que nos gobierna es la política del grupo de juegos. El principal papel de las universidades es prolongar la adolescencia hasta la mediana edad, momento en el cual la jubilación temprana garantiza que careceremos de los medios o la voluntad para producir un cambio importante. Cuando Markham (no JGB) usa la frase "apocalipsis tapizado", revela que sabe lo que en verdad está pasando en Chelsea Marina. Es por eso que se acerca a Gould, que ofrece un escape desesperado. Mi verdadero temor es que el aburrimiento y la inercia puedan llevar a la gente a seguir a un líder trastornado con muchos menos escrúpulos morales que Richard Gould, que nos pongamos botas y uniformes negros y adoptemos el aspecto del asesino sólo para mitigar el aburrimiento. Un neofascismo insensato y malsano, un racismo hábilmente estetizado, podrían ser las primeras consecuencias de la globalización, cuando Classic Coke y el merlot de California sean las únicas bebidas del menú. Por momentos miro las casas para ejecutivos del Valle del Támesis y siento que ya está aquí, que espera que le llegue el día sin tener demasiada conciencia de sí.

- En la introducción a Crash diagnosticó que "la muerte del afecto" era la principal enfermedad del siglo. ¿Cuál es su diagnóstico para el siglo XXI?
- Un siglo es mucho tiempo. Hace veinte años nadie podría haber imaginado los efectos que tendría Internet: florecen relaciones, se hacen amistades por e-mail, hay una nueva intimidad y una poesía accidental, para no hablar de la más extraña de las pornografías. Toda la experiencia humana parece revelarse como la superficie de un nuevo planeta. Dudo mucho que Internet o alguna otra maravilla tecnológica puedan detener la caída en el aburrimiento y el conformismo. Sospecho que la especie humana avanzará como un sonámbulo hacia ese vasto recurso que vaciló en abordar: su propia psicopatía. Ese patio de juegos del alma nos espera con las puertas abiertas de par en par, y la entrada es gratis. En resumen, una psicopatía electiva vendrá en nuestra ayuda, como lo hizo muchas veces en el pasado: la Alemania nazi, la Rusia stalinista, todas esas pesadillas que constituyen buena parte de la historia humana. Como señala Wilder Penrose en Super Cannes, el futuro será una enorme lucha darwinista entre psicopatías enfrentadas. A nuestra pasividad se suma que estamos ingresando en una etapa profundamente masoquista. Todo el mundo es una víctima, ya sea de los padres, de los médicos, de los laboratorios farmacéuticos, hasta del amor. ¡Y cómo lo disfrutamos!

jueves, 17 de abril de 2008

La película más bella del Bafici 2008

En la ciudad de Sylvia es un poema fílmico sobre la belleza. Sobre lo tontos que somos. Sobre lo ciegos y sordos y mudos que estamos.

La belleza lastima. Lo sabemos todos, no estoy descubriendo América. Pero no me refiero a la belleza clásica y previsible, la que está cifrada en la armonía, la sorpresa o la cómoda fantasía. No. El director español José Luis Guerín se dedica a capturar una belleza imperfecta y mundana, que hiere y cala hasta los huesos precisamente porque nos recuerda que está allí, en su lúcida sencillez, al alcance de la mano, aunque no podamos verla. Es la belleza que está allí y se escurre y se ríe de nosotros. Todo el tiempo.

Sylvia enamora y obsesiona. Acampa en la memoria y barre con todas las otras imágenes de todas las otras películas vistas en esta anhelada maratón cinéfila de abril. Esas otras películas opacas con historias de aislamientos, opresiones, frustraciones y resignaciones desperdigadas por doquier en el planeta posmoderno. La soledad se naturaliza día a día en la condición humana, y el cine la persigue intentando rechazarla. Pero no puede con ella y entonces la registra, con tanto ahínco que casi casi, sin querer, termina por pontificarla. Mecánica melancolía.

Eso no ocurre con Sylvia. Porque Sylvia es la esperanza.

El héroe de la película dibuja, camina y contempla. Tiene el tiempo que a todos nos falta. Tiene paciencia. La cámara suave de Guerín nos sumerge en un azar erótico de perfiles, bocas, ojos, cabellos, hombros, cuellos, espaldas, pasos. Todos los rostros son hermosos. Absolutamente todos.


Un cine de la felicidad. Un cine deseante. Un cine que hoy está prácticamente perdido. Un cine sobre el que ya ni siquiera es necesario hablar, porque es tan real y tan sanguíneo y tan sabiamente extemporáneo que puede jactarse de escapar a las coordenadas del lenguaje.

“Más que contar, se sugiere”, dice Guerín en una entrevista publicada en el diario Crítica. “Por ejemplo, ¿quién es el protagonista? ¿Un soñador, un poeta, un pintor, un cineasta que busca a su actriz, un turista, un cínico? Todo es posible, no se dice nada de él. La única información es lo que mira. Ése es el estatuto del espectador. Y al mismo tiempo, el espectador ve una especie de espejo en la pantalla, ese ícono vacío de su experiencia”.

Solo se trata de mirar.
Esa es la historia.

jueves, 3 de abril de 2008

Tropa de Elite, de José Padilha

Didáctica, arrebatada y algo tosca, Tropa de Elite es una película que interesa más como fenómeno mediático y sociológico que como objeto cinematográfico. Antes de ganar el Oso de Oro en el último Festival de Berlín, este segundo largometraje de José Padilha ya era una obra de culto que circulaba de forma clandestina en Brasil. El film está centrado en el trabajo cotidiano del BOPE (Batallón de Operaciones Especiales de la Policía), encargado de controlar el narcotráfico en los barrios precarios de Río de Janeiro. Quien narra la historia es el Capitán Nascimento (Wagner Moura), líder de esta brigada especial, que como está próximo a ser padre y quiere abandonar las tareas extremas, tiene que evaluar la eficiencia de dos jóvenes oficiales que podrían reemplazarlo: uno es Neto (Caio Junqueira), muchacho impulsivo y fanático de la Tropa, y el otro es André Matias (André Ramiro), un estudiante de Derecho inteligente y honesto. Los hechos transcurren en 1982, semanas antes de la visita del papa Juan Pablo II a la ciudad.

Tropa de Elite es una película de acción concebida para explotar el vértigo cinematográfico que anida en las calles y favelas de Río, en la misma línea de Ciudad de Dios (de Fernando Mereilles), cuyo guionista, Braulio Mantovani, colaboró con Padilha en la escritura de este film. En la pantalla, la violencia más despiadada se torna lustrosa, exportable, tan irreversible como exótica (para quien no la sufre en carne propia, claro). Montaje chirriante, furiosa música hardcore, una cámara en mano que finge frescura y libertad… en fin: nada nuevo desde lo estrictamente sensorial. Pero no es la previsible estética de video-clip lo que más irrita de la película, sino su mirada mezquina sobre la complejísima realidad de la pobreza, la droga y la represión en Brasil.




Por empezar, la voz en off del protagonista conduce la narración organizando los hechos con un determinismo implacable: desde el inicio, el narrador advierte que Neto y Matías ya están condenados. La voz emite agotadoras y trilladas sentencias: “La honestidad no forma parte del juego”, “la guerra siempre tiene su precio”, “¿pero quién dijo que la vida es fácil?”. La película no busca -como afirmaron algunas críticas- pintar al Capitán Nascimento como un héroe: está lejos de redimirlo y solo intenta explicarlo desde su conciencia desequilibrada. Se trata de un sanguinario, sin dudas, pero sigue siendo humano. Es un error frecuente igualar el punto de vista del personaje con la ideología del creador. Si Tropa de Elite destila un tufillo reaccionario no es porque el guía de la ficción sea un policía autoritario, sino porque el film en su conjunto parece amasar y simplificar a su antojo un conflicto desolador, sin profundizar de manera creíble en el contexto sociopolítico. Se vende como una fehaciente denuncia social, apoyada en “el testimonio de 12 oficiales y 1 psiquiatra” (sic), aunque en verdad lo que hace es confirmar ciertas categorías sociales que aparentemente ya estarían legitimadas por la opinión pública y que, por ende, no necesitarían mayor tratamiento que la simple exposición. El relato en off está plagado de lugares comunes del tipo “el traficante no perdona”, “los negros no tienen posibilidades”, “solo el rico con conciencia social no comprende que la guerra es guerra”. Nuevamente queda decretado el atraso irremontable de un país del Tercer Mundo.


Lo llamativo es que el trabajo anterior de Padilha, Ómnibus 174 (Bus 174, estrenada en 2002), es un notable documental ubicado en la vereda opuesta a Tropa de Élite. El film cuenta el caso real de Sandro, un joven que en 2000 secuestró un colectivo público y finalmente murió cuando la policía intervino en el hecho. Ómnibus 174 incluye una seria indagación en el corazón de la delincuencia y la miseria en Brasil, y esa preocupación genuina por las urgencias sociales es justamente lo que está ausente en la película premiada en Berlín.


“El sistema no trabaja para resolver los problemas de la sociedad. El sistema trabaja para resolver los problemas del sistema”, asegura en un momento el líder del BOPE. Contundente. Digamos que estamos de acuerdo. La cuestión es pensar qué puede aportar el discurso artístico frente a este diagnóstico. En una secuencia del film, el personaje de Matías con un grupo de compañeros de la universidad exponen y discuten las ideas de Michel Foucault sobre las sociedades disciplinarias. Maria (Fernanda Machado, en el rol de la “niña rica”), plantea en la clase: “En Brasil la legislación penal, funciona como una red que articula diversas instituciones represivas del estado. Infelizmente hoy, en nuestro país, el resultado de esta microfísica del poder de la que Foucault tanto hablaba terminó creando un Estado que protege a los ricos y sanciona casi exclusivamente a los pobres”.


Lo curioso es que la red de relaciones violentas que dibuja Tropa de Élite no roza certeramente al Estado (¿o al gobierno?) que ampara a las fuerzas del orden, ni a los núcleos de ilegalidad (¿o de la economía?) que alientan la rueda del narcotráfico. La película no está obligada a señalarlos, por supuesto, porque precisamente como propone Foucault, “no se puede buscar, como fuente de poderes, algo así como una soberanía. Al contrario: es necesario mostrar cómo los diferentes operadores de dominación se apoyan en algunos casos los unos sobre los otros y remiten unos a otros”*. En el film de Padilha, los personajes principales creen que están cumpliendo con un destino inalterable, sin poder construir lazos de sentido con el marco que los aloja. El problema radica en que el discurso policial no remite más que a sí mismo, se autojustifica desde la resignación, como si efectivamente estuviera descolgado de un entramado que tiene infinitas aristas. El aparato represivo incluso parece haber logrado cierta "autonomía" desde el momento que aprendió a financiarse por izquierda, más allá de las respondabilidades políticas. Un planteo claramente reduccionista.


Algunas crónicas en Internet señalan que, en algunas proyecciones de la película en Brasil, se escucharon ovaciones y festejos en las escenas de matanza y torturas a cargo del Capitán Nascimento. Es un dato que excede a la obra en sí misma, aunque no deja de ser doloroso. Tropa de Elite es un discurso que circula masivamente y se fusiona con otros discursos forjados para reforzar una verdad, no cualquier verdad, sino una verdad particularmente necesaria, dentro de un mecanismo que muchas veces escapa a la intención íntima del artista. El artista puede ser más o menos consciente del tipo de verdad a la que aspira su obra, pero inevitablemente es parte del tejido discursivo que construye el imaginario actual. Tropa de Élite, lamentablemente, es funcional a un sistema criminal. Mejor dejemos que hable Foucault: “El poder no cesa de interrogarnos, de indagar, de registrar: institucionaliza la búsqueda de la verdad, la profesionaliza, la recompensa. En el fondo, debemos producir la verdad como debemos producir riquezas, hasta debemos producir la verdad para poder producir riquezas. Del otro lado, estamos sometidos a la verdad también en el sentido de que la verdad hace ley, produce el discurso verdadero que al menos en parte decide, transmite, lleva adelante él mismo efectos de poder. Después de todo, somos juzgados, condenados, clasificados, obligados a deberes, destinados a cierto modo de vivir o de morir, en función de los discursos verdaderos que comportan efectos específicos de poder”. *


* Del libro Genealogía del racismo, Michel Foucault (Editorial Altamira, Buenos Aires, 1996)

jueves, 20 de marzo de 2008

Lluvia, de Paula Hernández

 
La lluvia es cruel y es mucha.

La lluvia invita a encerrarse aún más, aunque uno ya esté adentro. La lluvia obliga a guarecerse, si es que uno tiene la desdicha de estar a la intemperie. La lluvia es parte de lo cotidiano, de lo normal, de lo dado. Una visita frecuente a la que uno está acostumbrado. Y sin embargo, la lluvia siempre complica la rutina, no importa cuán preparados estemos. Surcamos trayectos que desconocíamos por el solo hecho de evitar los charcos. O nos rendimos frente al agua y nos empapamos, resignados, cuando lo único que importa es llegar a casa.

El problema es que Alma (Valeria Bertucelli) no quiere volver a casa. Desde hace tres días su hogar es su auto. La película comienza con un embotellamiento decorado por una lluvia torrencial. Un embotellamiento muy cinematográfico, hay que decirlo. Muy bien filmado, en algún lugar de Buenos Aires. La mujer se delata ansiosa y confundida. Misteriosa. De repente, en medio del caos de tránsito, Roberto (Ernesto Alterio) se mete en el auto de Alma. Él también se muestra misterioso. Parece estar escapando de algo.


Ella es generosa. Él es educado. Son pocos los datos. Lo que importa es la lluvia, que todo lo hace acuoso.

Bertucelli y Alterio -intérpretes excluyentes de esta fábula- tienen la virtud de plantarse como personas comunes y corrientes, con una fragilidad inocultable que los convierte en gente como uno, en amigos cercanos. Los diálogos resultan naturales y las dudas lucen sinceras. En la primera hora del film, Paula Hernández logra que el espectador se conecte con los queribles y desorientados personajes, que buscan lo que buscamos todos: creer que aún es posible la felicidad. Alma da vueltas y vueltas con su coche, en círculos, sin sentido. Roberto llegó desde España para reconstruir su identidad. Pero ninguno sabe qué hacer ni logran asumir lo que les pasa.

Luego de su cálida ópera prima, Herencia (2001), y del documental Familia Lugones (2007), la joven realizadora vuelve a narrar una historia intimista, afincada en el respeto por sus criaturas y una primorosa sencillez en la puesta en escena. Lluvia es una película rodada con calidad, que cuenta con la sofisticadísima mano de Mercedes Alfonsín (El aura) en la dirección de arte, y el inmejorable trabajo de Bill Nieto (Nacido y criado) en la fotografía. Lluvia es un film que se disfruta, que convoca decorosamente a completar sus silencios, que celebra la potencia escondida en lo casual.

Pero también es una película demasiado "calculada", y esta impresión se pronuncia en la última parte, como si el relato no se animara a exhibir todos los desórdenes que implican sentirse mojado y expuesto como ser humano. No todo en la ficción tiene por qué tener una explicación certera, menos aún en la enrevesada madeja afectiva, pero así y todo Lluvia pugna por definir las motivaciones de sus personajes, cuando tal vez no era necesario.

Tal vez sólo era cuestión de limitarse a honrar la sabiduría del azar. Un encuentro portentoso que llega cuando uno menos lo espera. Como el amor. Como la lluvia más linda.

jueves, 13 de marzo de 2008

Influencia

Puedo ver y decir,
puedo ver y decir y sentir:
algo ha cambiado.
Para mí no es extraño.
Yo no voy a correr,
yo no voy a correr ni a escapar
de mi destino,
yo no pienso en peligro.

Si fue hecho para mí
lo tengo que saber.
Pero es muy difícil ver,
si algo controla mi ser.

En el fondo de mí,
en el fondo de mí veo temor
y veo sospechas
Con mi fascinación nueva.
Yo no sé bien qué es,
yo no sé bien que es,
vos dirás: "son intuiciones"
verdaderas alertas.

Debo confiar en mí,
lo tengo que saber.
Pero es muy difícil ver,
si algo controla mi ser.
Puedo ver y decir y sentir
mi mente dormir
bajo tu influencia.

Una parte de mí,
Una parte de mí dice: Stop!
Fuiste muy lejos,
no puedo contenerlo.
Trato de resistir,
trato de resistir
y al final no es un problema.
qué placer esta pena.

Si yo fuera otro ser
no lo podría entender.
Pero es tan difícil ver,
si algo controla mi ser.
Puedo ver y sentir y decir:
mi vida dormir.
Será por tu influencia.
¡Esta extraña influencia!

Charly García

miércoles, 5 de marzo de 2008

La navidad de Ofelia y Galván, de Raúl Perrone

Lo que ves es lo que hay.

24 de diciembre. Aún es la mañana. Una casita humilde de puertas y ventanas abiertas. Galván se queja por el calor. Ofelia mira y masculla palabras incomprensibles. Una chica acorrala a un bebé inquieto... parece ser su madre. Todos toman mate. Comen pan dulce. Luego almuerzan fideos con aceite. Sin salsa.

Hay personas que entran y salen. Vienen y van. Las horas pasan y pesan. La luz juega a las escondidas con los colores. Ofelia y Galván transcurren. Quizás solo esperan el ritual de la noche, el brindis, los fuegos artificiales. O quizás no.

Pero algo esperan.

Ofelia y Galván no escuchan bien, ni registran bien lo que sucede. Ella no recuerda qué ocurrió la noche anterior. Él lee un diario fechado en mayo, aunque estamos en Navidad. Ellos no siguen el hilo natural de las cosas ni se acoplan al ritmo vital de la familia. Tienen su propia frecuencia, enajenada y sencilla. Están más allá. Y avanzan con la cadencia modesta que tiene su mascota: una tortuga. Ofelia y Galván son el tiempo.

El canto desprolijo y chillón de los pájaros invade todos los huecos, apagando las voces, como si la naturaleza quisiera ostentar que aún conserva un lugar en donde puede imponer su ley. Es como estar en el campo, pero no es el campo. Tampoco es la ciudad. Es un punto ínfimo en el mapa de lo intrascendente, un espacio más, casi insignificante, que sin embargo se hace bello porque hay una cámara que lo descubre y lo ennoblece. Conjunción de lo mínimo y lo maravilloso.

Es cierto: hay un ojo detrás de todo esto. Es el ojo tierno de Rául Perrone, que una vez más consigue “trazar con el cine la asíntota de la realidad”, como decía el soñador André Bazin, “para que en su límite, sea la vida misma la que se mude a espectáculo, para que al fin, en ese puro espejo, podamos verla como poesía".


Lo que ves es lo que hay.
Pero hay que ver y volver a ver.
Para encontrar.
Porque siempre hay más.

C.G.


La navidad de Ofelia y Galván, de Raúl Perrone, se proyecta los martes 4, 11, 18 y 25 de marzo, a las 20 hs, en el Centro Cultural Ricardo Rojas (Av. Corrientes 2038). Como plus, una exposición de fotografías del autor. Entrada gratuita.

domingo, 2 de marzo de 2008

“Quien ha empezado a vivir seriamente por dentro, empieza a vivir sencillamente por fuera”.

Ernest Hemingway

sábado, 1 de marzo de 2008

Encuentros de cine y crítica - Cine Inédito en abril

Ciclo de Abril: “Mujeres al borde…”

Los viernes a las 19:30 en Ciclo-P


Coordina: Carolina Giudici

Continuamos con los ciclos de proyecciones y análisis para enriquecer la mirada sobre el arte cinematográfico. En este caso, se trata de cuatro reconocidos directores contemporáneos que indagan de forma original en la subjetividad femenina. Cuatro películas imperdibles -nunca estrenadas en Argentina- que narran historias de mujeres al borde… del abismo, de la pérdida afectiva, de la crisis ideológica, de la locura, del enigma...

Las reuniones se realizarán los días viernes a partir de las 19.30, en la sala CICLO-P, que queda en Av. Rivadavia 1559 1º “B” (Congreso).


La primera película que proyectaremos -el viernes 11 de abril- es La chica de la fábrica de fósforos (1990), del genial realizador finlandés Aki Kaurismaki (el mismo de El hombre sin pasado y Luces al atardecer).

Los otros títulos del ciclo Mujeres al borde... son:

Viernes 18/04: La soledad, de Jaime Rosales (España, 2007)
Viernes 25/04: Buenos días, noche, de Marco Bellochio (Italia, 2003)
Viernes 02/05: Safe, de Todd Haynes (EE.UU., 1995)


Para consultas e inscripción, por favor escribir a datosparacaro@yahoo.com.ar, o llamar al 4924-3385 (dejar teléfono y número de contacto).

jueves, 28 de febrero de 2008

Y todo así (un texto de Luis Gruss)

Y todo empezó como si, quiero decir, sin fe, sin apostar a nada que no surgiera de la vaga idea de encontrarse en una orilla común, esto es, pocas o ninguna voz, ironías que permitieran, al menos, sobrevivir al verano, ilusiones al pasar, por qué no, algún placer que, sobre todo en estos tiempos, no se le niega a nadie; ella se reía con ganas, se burlaba de mis discursos más solemnes que efectivos, de la insufrible densidad del palabrerío alimentado en un sinfín de lecturas encorvadas, y todo se fue dando en esa línea de encontrarnos pero no, de hablarnos pero sí, de abrazarnos pero sin que se viera mucho por afuera, o sea, todo ese ritual de pasar de largo por la calle de las funerarias, dejar atrás la plaza, los puesteros madrugadores, la catedral iluminada, porque, debo aclarar, el contexto ayudaba en esa ciudad vestida de fiesta, la avenida del mar, la música encerrada en cada caracol hallado al puro azar, en la parte de la playa donde la arena se vuelve dura de tan mojada, su entrepierna, poniendo, decía, el caracol en la oreja como para comprobar que ahí sí hay tempestades, que adentro suena la sinfonía del océano y un montón de tonterías al uso que nos gustaba explorar entre risas como si fuera la primera vez porque, claro, todos los amantes creen o suponen que hacen lo que hacen por primera vez, a despecho del mundo y de los diarios, a favor del viento y contra la estúpida cerviz de los seres acabados, qué importa, nos dijimos, el futuro, la cuestión de la edad, los encantadores de serpientes, qué importancia tiene, creo que quisimos convencernos también, aún sin saber que el mundo por supuesto no era nuestro sino de los que nunca han dudado, de los que buscan y encuentran, de los que jamás pensaron en matarse con el gas de la estufa, como nosotros, cuando hablamos de la muerte y yo apenas había mirado tu escote y vos todavía no me habías mostrado la vela roja, esa en la que parecen enredarse dos amantes (como nosotros, dije), y ella se defendía diciendo que no fuera tan rápido, que había que ver, que después de todo y lo de más allá, hasta que sacó esa botella azul de la heladera y llenó los vasos mientras yo miraba, desde el balcón, la ciudad costera y, por fin, lo de bajar por el ascensor, me gustan tus brazos (creo que dijiste o dijo ella), lo del beso en la boca tan adentro, la bicicleta encadenada y el horror que me produce volver una y otra vez sobre la misma historia, especialmente ahora, pero supongo que las historias jamás contadas son las mejores porque de alguna manera hay que imaginarlas, y a veces pienso que lo nuestro, o lo de ellos, fue soñado por otros solamente para probar que no se puede, algún dios cruel, el mismo que nos empujó a la cama cuando todo era o parecía tan perfecto, sin decir palabras, sin canciones, sin siquiera una sola explicación y cuando ya se habían jugado todas las partidas y los banales sacrificios del final.

Luis Gruss
Texto publicado en La carne (Editorial Atril).

La pintura es de Edward Hopper ("Rooms by the sea")

viernes, 22 de febrero de 2008

Petróleo sangriento, de Paul Thomas Anderson


Kant escribió alguna vez que el genio es ese “talento (don natural) que le da la regla al arte”. Es decir, el genio crea reglas aún no concebidas. “Podríamos decir que lo propio del genio es crear nuevos paradigmas”, explica Elena Oliveras en su libro "Estética. La cuestión del arte"). Griffith, Welles, Ford fueron verdaderos genios. Dejaron una huella revolucionaria en la historia de la forma cinematográfica. Es impertinente decir que Paul Thomas Anderson está a la misma altura que los directores nombrados. La innegable calidad de la película y los lauros alzados por sus nominaciones al Oscar despertaron comparaciones que quizás sean apresuradas, porque lo cierto es que la película todavía necesita decantar en la percepción del público. Reclama un tiempo prudencial para forjarse un lugar en la historia que permita certificar su trascendencia.  

Petróleo sangriento es un film gigante y deliberadamente imperfecto. Anderson es conciente de su cometido: intenta algo diferente, extraño, alejado de toda pretensión de armonía y proporción. Porque ya hay mucho cine detrás de él y al fin de cuentas él es hijo de esta época, y como sucede con tantos otros directores catalogados de "posmodernos", a él solo le queda apropiarse de lo ya conocido para volverlo a contar con una mirada delirante. Aunque no por eso menos certera. Es como la mirada de Daniel Day Lewis, de eterno ceño fruncido, con ojos de un brillo vil que se cierran al punto de desaparecer, en un escrutinio permanente de todo lo que lo rodea. Day Lewis encarna a Daniel Plainview, un petrolero dispuesto a todo con tal de acrecentar sus ganancias. Levemente inspirado en la novela "Oil" de Upton Sinclair, el relato se expande desde 1898 hasta el fin de la década del ‘20. Muy poco se dice del pasado del personaje central, o de deseos suyos que vayan más allá del descubrimiento y la explotación de pozos de petróleo. El protagonista se construye por la pura acción, pero al mismo su ser más íntimo se torna enigma. El personaje, como la película toda, tiene vocación de mito. Es por eso que sacude y penetra y promueve infinitas lecturas. Petróleo sangriento tal vez no sea genial, pero exhibe con orgullo el talante de la obra abierta. 

Daniel Plainview detenta una ambición ciega, al punto de abandonar a su hijo cuando le resulta un estorbo, al punto de volverse directamente loco y asesino. El personaje puede simbolizar a George Bush, al capitalismo salvaje o, más literalmente, a cualquier empresario enfermo de poder. También está el descabellado personaje del predicador que personifica Paul Dano, que representa la hipocresía irredimible de la Iglesia. La historia que narra el film es transparente: inferir sus metáforas parece un ejercicio, en principio, sencillo. Anderson lo sabe. Él busca otra cosa. Quizás otra posibilidad de ruptura. Pero no se trata de una ruptura basada en postulados radicales, como los promulgados por las vanguardias del siglo XX, como el expresionismo, el surrealismo o la misma nouvelle vague. Anderson fabrica una coraza que desde lo exterior se impone como realista, pero que es permanentemente perforada por recursos del lenguaje cinematográfico que resultan atípicos, subversivos, desafiantes para el espectador. Puede notarse en la textura áspera, incómoda, que el realizador eligió para sus imágenes, o en la marcación actoral asentada en la exageración, elección que dispara los insólitos cambios de tono en las situaciones en donde interviene el personaje del sacerdote. (Este reto al realismo ya bullía en la obra anterior del realizador: recordar la lluvia de ranas en Magnolia, o los ritmos ansiosos y los conflictos desconcertantes de Embriago de amor). Pero lo más fácil de distinguir es el empleo disonante de la música, compuesta por Jonny Greenwood (miembro de la banda Radiohead), que se aplica como contrapunto dramático de lo visual y no como un previsible acompañamiento de la escena. Anderson interpela la mirada. O mejor dicho: subleva las estructuras perceptivas que por costumbre utilizamos a la hora de mirar el cine, y por en ende, el mundo. Tal como lo hace la estética de los hermanos Dardenne o de Michael Haneke, por nombrar otros directores de estilos diferentes pero con preocupaciones ideológicas comunes, Anderson nos acorrala en su ficción con ademanes oblicuos y absorbentes, para obligarnos a encarar de frente el sustrato de la violencia. 

El título original de Petróleo sangriento es There will be blood, que podría traducirse como “Correrá la sangre”. Sin dudas, todo es sangre en la lógica que domina hoy a la humanidad. Es la tesis de esta película, y es también lo que proponen los hermanos Coen en Sin lugar para los débiles y Tim Burton en Sweeney Todd, por citar solo dos ejemplos del cine más reciente. Los artistas del siglo XXI pueden trazar vehementes diagnósticos de situación, pero son incapaces de arrimar un atisbo de esperanza. La apelación inmediata a la inexorabilidad del odio, al carácter psicópata de los personajes, a la misantropía, es una actitud legítima y comprensible en una etapa histórica signada por la incertidumbre; pero más temprano que tarde llegará la necesidad de expresar algo más, algo que aspire a la construcción, aunque más no sea como aullido primitivo en pos de la supervivencia. El sentimiento dominante es la desesperación. Porque todavía en el horizonte no aparecen, ni siquiera se intuyen, alternativas políticas que puedan oponerse a esta lógica siniestra. El sabor consecuente es la amargura. 

Mientras tanto, seguimos pensando el arte. La película de Paul Thomas Anderson es una obra destinada a perdurar. El futuro determinará si se trata de un autor capaz de instaurar un nuevo paradigma estético. Por ahora, alcanza con reconocer que Petróleo sangriento (como seguramente también lo hará el film de los hermanos Coen) es uno de esos pocos oasis en donde la crítica de cine encuentra su razón de ser. Este estreno permite reivindicar un oficio muchas veces vapuleado desde el mismo gremio: la película estimuló algunos textos que, siguiendo el anhelo de Oscar Wilde, pueden leerse como piezas artísticas. Recomiendo los comentarios de Diego Lerer en Clarín, Jorge Belaunzarán en Subjetiva y Leonardo D’Espósito en El Amante (este último solo está disponible en la versión en papel de la revista). Cada uno de estos análisis, desde sus respectivos espacios de difusión (el primero en un diario popular, el segundo en un medio electrónico, el tercero en una revista especializada para cinéfilos), justifican y enaltecen la existencia de la crítica, que no es más que una honesta y necesaria prolongación del cine.

miércoles, 20 de febrero de 2008

La pura verdad

Si ustedes lo permiten,
prefiero seguir viviendo.

Después de todo y de pensarlo bien, no tengo
motivos para quejarme o protestar:

siempre he vivido en la gloria: nada
importante me ha faltado.

Es cierto que nunca quise imposibles; enamorado
de las cosas de este mundo con inconsciencia y dolor y miedo y apremio.

Muy de cerca he conocido la imperdonable alegría; tuve
sueños espantosos y buenos amores, ligeros y culpables.

Me averguenza verme cubierto de pretensiones; una gallina torpe,
melancólica, débil, poco interesante,
un abanico de plumas que el viento desprecia,
caminito que el tiempo ha borrado.

Los impulsos mordieron mi juventud y ahora, sin darme cuenta, voy iniciando
una madurez equilibrada, capaz de enloquecer a cualquiera o aburrir de golpe.

Mis errores han sido olvidados definitivamente; mi memoria ha muerto y se queja
con otros dioses varados en el sueño y los malos sentimientos.

El perecedero, el sucio, el futuro, supo acobardarme, pero lo he derrotado
para siempre; sé que futuro y memoria se vengarán algun día.

Pasaré desapercibido, con falsa humildad, como la Cenicienta, aunque algunos
me recuerden con cariño o descubran mi zapatito y también vayan muriendo.

No descarto la posibilidad
de la fama y del dinero; las bajas pasiones y la inclemencia.

La crueldad no me asusta y siempre viví deslumbrado
por el puro alcohol, el libro bien escrito, la carne perfecta.

Suelo confiar en mis fuerzas y en mi salud
y en mi destino y en la buena suerte:
sé que llegaré a ver la revolución, el salto temido
y acariciado, golpeando a la puerta de nuestra desidia.

Estoy seguro de llegar a vivir en el corazón de una palabra;
compartir este calor, esta fatalidad que quieta no sirve y se corrompe.

Puedo hablar y escuchar la luz
y el color de la piel amada y enemiga y cercana.

Tocar el sueño y la impureza,
nacer con cada temblor gastado en la huida.

Tropiezos heridos de muerte;
esperanza y dolor y cansancio y ganas.

Estar hablando, sostener
esta victoria, este puño; saludar, despedirme.

Sin jactancias puedo decir
que la vida es lo mejor que conozco.

Francisco "Paco" Urondo

lunes, 18 de febrero de 2008

"Prefiero los errores del entusiasmo a la indiferencia de la sabiduría".

Anatole France

viernes, 15 de febrero de 2008

La joven vida de Juno, de Jason Reitman

“Juno es la historia de una adolescente que queda embarazada de un chico nerd”. Así resumió Catalina Dugli el argumento de Juno cuando habló del estreno en el noticiero de canal 13. Otra prueba de que la televisión, atada a la brevedad y la superficie, no es espacio propicio para la crítica de cine, aunque solo se trate de fugaces comentarios o recomendaciones. Porque decir que el personaje de Paulie Bleeker es un “nerd” significa no haber comprendido que el objetivo central de esta película es precisamente demoler los estereotipos. Bleeker (Michael Cera) es inteligente, tranquilo y respetuoso. Toca la guitarra, sale a correr todas las mañanas y su vicio no es la cerveza, sino las pastillas Tic Tac de naranja. Es decir: es un personaje único, que no responde a modelos previsibles -el seductor, el tonto, el bromista pesado- ya codificados en las comedias juveniles. Es por eso que la protagonista se enamora de él.

Juno MacGuff (la bonita Ellen Page) también es una muchacha fuera de lo común. Bohemia y perspicaz, no sufre su embarazo como si fuera una tragedia, ni se hace demasiado rollo cuando la alternativa del aborto le resulta poco confiable. Simplemente, decide tener al bebé para darlo en adopción. Con total respaldo de sus comprensivos padres (interpretados por J. K. Simmons y Allison Janney), Juno se contacta con una joven pareja (Jason Bateman y Jennifer Garner) que no puede tener hijos y está dispuesta a hacerse cargo del recién nacido.

Estamos básicamente ante una comedia de diálogos y personajes. La selección de canciones para la banda sonora es estupenda y todos los actores están perfectos. Durante la primera hora del relato no hay grandes obstáculos para las intenciones de Juno. Las cosas fluyen con gracia y amabilidad, pintando un microcosmos de algodones capaz de mitigar la tristeza y los miedos que surgen hacia el final del film. No es que sea una película con exceso de azúcar -las observaciones y chistes de Juno disparan agudas ironías sobre el mundo que la rodea-, pero se nota que lo que buscan el director Jason Reitman (Gracias por fumar) y la guionista debutante Diablo Cody es desmarcarse del retrato de la típica “familia disfuncional”, ya muy transitada por el cine independiente norteamericano de los últimos años (Pequeña Miss Sunshine, Los excéntricos Tenembaum, La seguridad de los objetos).


Lo único que hace un poco de ruido en la película es la misma protagonista. La niña madura Juno –que suele pasearse con una pipa, aunque no fuma (?)- es muuuy canchera, demasido sagaz, y uno siente que nada realmente malo podría ocurrirle porque ella siempre está adelantada a todo. Esta sobreescritura del personaje hace que por momentos el trabajo de Ellen Page pierda naturalidad, más aún cuando se la compara con las otras criaturas de la historia, a quienes les basta la sencillez para encantar.

Más allá de sus nominaciones al Oscar, este pequeño film vale la pena. En medio de una temporada colmada de estrenos que cultivan el nihilismo y la violencia (Sweeney Todd, Promesas del Este, Petróleo sangriento), una película como Juno nos dice que todavía queda gente buena en el planeta, gente que cree en la solidaridad… La solidaridad, ese gesto… ¿se acuerdan?

domingo, 10 de febrero de 2008

Días de furia, de Paul Schrader

Basado en una novela del escritor norteamaricano Russell Banks, el film Días de furia (Affliction) narra la agonía existencial de Wide Whitehouse (Nick Nolte), un hombre divorciado de 50 años que corre el riesgo de apartar de su lado a su única hija (Brigid Tierney) y a su novia Maggie (Sissy Spacek). Vulnerable, impulsivo, por momentos esquizofrénico, Wade trabaja como policía en un pequeño pueblo en el nevado estado de New Hampshire. Un día un hombre es encontrado muerto luego de una cacería en el lugar y Wade intuye que el hecho es parte de una conspiración. La incógnita dispara un acelerado desmoronamiento de su vida.

Perseguido por difusos temores y culpas en lo psicológico, herido irreversiblemente en lo emocional, Wade no logra superar un trauma que lo acecha desde la niñez y que involucra a su agrio y alcohólico padre (James Coburn). Haciendo foco en esa tortuosa relación, la película se convierte en una áspera parábola moral sobre un hombre común en camino hacia las tinieblas.

El film fue estrenado en 1997 con la firma del notable Paul Schrader, responsable de películas como American Gigoló (1980), Mishima (1984) y Traficantes (1991). Este realizador es principalmente conocido por ser el guionista de esas dos gemas del cine contemporáneo que son Taxi Driver (1976) y El toro salvaje (1980), ambas del gran Martin Scorsese. Tanto estos títulos como Días de furia hablan de la soledad, la pérdida de la fe, la enajenación y la delgada línea entre la cordura y la locura, todos ellos temas predilectos en la obra de Schrader.

La película cuenta además con un elenco implacable. James Coburn fue galardonado con un Oscar al mejor actor de reparto por su perturbadora interpretación del padre de Nick Nolte, quien a su vez fue nominado al premio de la Academia por su trabajo en este film. También hay que destacar las fugaces pero efectivas apariciones de Mary Beth Hurt y Willem Dafoe, quienes encarnan respectivamente a la ex mujer y al hermano menor del protagonista. Todos estos atributos hacen de Días de furia una película imperdible.

sábado, 9 de febrero de 2008

A los hombres futuros





Verdaderamente, vivo en tiempos sombríos.
Es insensata la palabra ingenua.
Una frente lisa revela insensibilidad. El que ríe
es que no ha oído aún la noticia terrible,
aún no le ha llegado.

¡Qué tiempos éstos en que
hablar sobre árboles es casi un crimen
porque supone callar sobre tantas alevosías!
Ese hombre que va tranquilamente por la calle
¿lo encontrarán sus amigos cuando lo necesiten?

Es cierto que aún me gano la vida
Pero, creedme. Es pura casualidad.
Nada de lo que hago me da derecho a hartarme.
Por casualidad me he librado. (Si mi suerte acabara,
estaría perdido).
Me dicen: «¡Come y bebe! ¡Goza de lo que tienes!»
Pero ¿cómo puedo comer y beber
si al hambriento le quito lo que como
y mi vaso de agua le hace falta al sediento?
Y, sin embargo, como y bebo.

Me gustaría ser sabio también.
Los viejos libros explican la sabiduría:
apartarse de las luchas del mundo y transcurrir
sin inquietudes nuestro breve tiempo.
Librarse de la violencia. Dar bien por mal,
no satisfacer los deseos y hasta
olvidarlos: tal es la sabiduría.
Pero yo no puedo hacer nada de esto:
verdaderamente, vivo en tiempos sombríos.

II 

Llegué a las ciudades en tiempos del desorden,
cuando el hambre reinaba.
Me mezclé entre los hombres en tiempos de rebeldía
y me rebelé con ellos.
Así pasé el tiempo
que me fue concedido en la tierra.
Mi pan lo comí entre batalla y batalla.
Entre los asesinos dormí.
Hice el amor sin prestarle atención
y contemplé la naturaleza con impaciencia.
Así pasé el tiempo
que me fue concedido en la tierra.

En mis tiempos, las calles desembocaban en pantanos.
La palabra me traicionaba al verdugo.
Poco podía yo. Y los poderosos
se sentían más tranquilos, sin mí. Lo sabía.
Así pasé el tiempo
que me fue concedido en la tierra.

Escasas eran las fuerzas.
La meta estaba muy lejos aún.
Ya se podía ver claramente,
aunque para mí fuera casi inalcanzable.
Así pasé el tiempo
que me fue concedido en la tierra.

III 

Vosotros, que surgiréis del marasmo
en el que nosotros nos hemos hundido,
cuando habléis de nuestras debilidades,
pensad también en los tiempos sombríos
de los que os habéis escapado.

Cambiábamos de país como de zapatos
a través de las guerras de clases, y nos desesperábamos
donde sólo había injusticia y nadie se alzaba contra ella.
Y, sin embargo, sabíamos
que también el odio contra la bajeza
desfigura la cara.
También la ira contra la injusticia
pone ronca la voz. Desgraciadamente, nosotros,
que queríamos preparar el camino para la amabilidad
no pudimos ser amables.
Pero vosotros, cuando lleguen los tiempos
en que el hombre sea amigo del hombre,
pensad en nosotros con indulgencia. 


Bertold Brecht