Grand
Central (Francia/Austria, 2013)
Dirección:
Rebecca Zlotowski Sección: Competencia internacional
“Es un combate. Contra la dosis: inodora, incolora, invisible. Está en todas partes. No se la puede vencer”. Con esta frase un personaje define el concepto clave de Grand Central: la dosis. Se trata del riesgo al que se somete todo empleado de una planta nuclear. El cuerpo sólo puede tolerar una cierta cantidad de radiaciones, por eso aquel que supere esa dosis o porcentaje en su organismo debe dejar el trabajo si no quiere exponerse a perder la vida. Así de terminal es la cotidianidad para los protagonistas de esta historia, todos ellos miembros de una comunidad improvisada en torno de una central atómica ubicada en el sur de Francia (país que ocupa el primer lugar mundial en producción de energía nuclear por densidad de población).
Lo más interesante de Grand Central es la forma en que
explora el funcionamiento de esta industria y sus daños
colaterales, un territorio de extrema precariedad laboral
que la directora Rebecca Zlotowski describe con seguridad y
una certera síntesis de contingencias reveladoras. El relato
nos hace ingresar en ese ámbito luego de presentar al joven
Gary (Tahar Rahim), que desespera por un trabajo pero que a
la vez no quiere limitarse solamente a sobrevivir. Quiere
disfrutar, beber del sol y la luna y dormir en los bosques
como si estuviera en otra frecuencia, en otro siglo, o
incluso en otra película. Parece habitar una pintura de
Corot que se niega a ser arrasada por las cenizas, como si
todavía fuera posible robarle un pedacito de paraíso a ese
paisaje de vapores homicidas y sirenas alarmantes que
golpean hasta la náusea. El muchacho se enamora con todo el
arrojo de un adolescente, un hechizo plenamente justificado
si la chica en cuestión no es otra que la sublime Léa
Seydoux. Y acá es cuando empiezan los problemas, para los
personajes, pero sobre todo para la película. Ya desde su primera y tramposa aparición, el personaje de Karole (Seydoux) se presenta algo desdibujado ante la mirada del espectador. A esto se suma una decisión estructural del guión que considero esencialmente fallida: resulta que la "dosis" de la que hablábamos antes también se impone en la historia como una metáfora de la pasión. De hecho, el paralelismo se hace explícito en boca de la protagonista femenina cuando sugiere que la radioactividad genera emociones similares al éxtasis sexual. Este juego poético atraviesa todo el relato y tiene efectos paradójicos sobre la trama romántica, ya que el potencial provocador de la metáfora queda anulado sencillamente porque subrayar esa comparación en este contexto tan específico es una maniobra muy poco feliz.

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