viernes, 1 de mayo de 2015

Hay que ver El acto en cuestión

  
Barroca, melancólica, ingeniosa, arrebatadora, insólita y a la vez muy cercana y muy nuestra, esta película dirigida por Alejandro Agresti data de 1993 pero tuvo que esperar 22 años para tener su estreno comercial en Argentina, a pesar de ser una de las creaciones más notables de toda la historia de la cinematografía nacional. Como sabemos que la cartelera local es impaciente y mezquina, les sugiero correr a ver El acto en cuestión apenas tengan la oportunidad. 

A raíz del flamante estreno, que le debemos a una iniciativa conjunta de la distribuidora Zeta Films y la revista "Haciendo Cine", recordé una entrevista al realizador publicada en 1993 en la revista "El Amante". En aquel entonces Agresti tenía 32 años y vivía en Holanda, adonde había rodado varias películas que aún hoy resultan inaccesibles. Gracias a una retrospectiva de su obra organizada por la sala Lugones ese año, muchos críticos descubrieron a este joven director que sólo unos pocos conocían por una rareza de fines de los '80 llamada El amor es una mujer gorda. Todo estaba preparado para el lanzamiento comercial de El acto en cuestión, y de hecho ese número de la revista lo anunciaba, pero no se concretó. Lo que quedó de aquel momento es una extensa y divertida charla entre Agresti y algunos integrantes de "El Amante" (Flavia de la Fuente, Quintín, David Oubiña y Walter Rippel), a la que pertenecen los siguientes pasajes.

Por Alejandro Agresti*

- El acto en cuestión es una novela que escribí entre los 19 y los 21. Yo laburaba, era técnico electrónico. Desde los 16 años me autoabastecía. Así que todo eso de tener que sobrevivir me mostraba ciertas cosas. Y aparte, en esa época, a mí me gustaba mucho la literatura rusa. Ni siquiera había descubierto a Arlt. Mucha gente me dice que El acto en cuestión tiene mucho de Arlt, pero en esa época yo no leía a Arlt.

- Hoy en día, cuando yo veo El acto en cuestión, para mí se asemeja más a Bioy Casares que a Arlt. Por la cuestión de la trama y lo ilógico de un personaje enredado con un libro que no se encuentra en ningún lado.

- Estoy en un período en que quiero hacer biografías sobre personajes argentinos famosos inexistentes. Me gustaría reescribir la historia argentina. Me gustaría mucho lograr una colección de diez películas, diez largometrajes, donde uno entienda mucho mejor la historia argentina desde el lado que no existe. Empezando por El acto en cuestión y siguiendo con otra película que empezaría: “Esta es la historia de...”. Tengo una película que voy a hacer después y que se llama El guitarrista malo de Gardel

- Yo sabía mucho de electrónica. Me interesaban los efectos físicos. Yo nunca desprecio la parte técnica en las películas. Por momentos tiendo a despreciarla, pero entonces me acuerdo que Rubinstein no es nada sin un piano y un piano con cuerdas de tal medida, con tantas teclas, etcétera. O sea, nunca nos podemos desprender de la técnica. Es muy fácil llegar a un momento y decir: “No, la técnica no es nada”, pero hay muchos cálculos matemáticos para llegar al violín y gracias a eso, el violín suena así y sale la música. 

- Si hay una constante en mis personajes, es que todos sufren un gran problema cuya solución está ahí, a diez centímetros, pero ellos se niegan a acceder a esa solución tan simple. Y se van enroscando cada vez más en el problema, pero a partir de eso van viviendo. 

- Creo que todas mis películas tienen humor, salvo Modern Crimes. Un humor ácido. No le tengo miedo al estereotipo, ni a la caricatura. Me gustan las caricaturas y los dibujitos animados. 

- [Sobre Fassbinder] Hay películas como Sólo quiero que me amen, o las primeras, que son impresionantes. Se asemeja a mí en que es un tipo que tantea, tantea, y hasta hace películas de sus preocupaciones momentáneas. No es uno de esos tipos que quieren hacer “la película”, la gran cosa y termina construyendo una patraña. Fassbinder ve una mesa y va y te hace una película sobre una mesa. Es decir, a todo lo exprime.

- Todo el mundo quiere hacer creer que el comunismo, el marxismo, murieron. Hablan del comunista Ceacescu, pero nadie habla del capitalista Videla o el capitalista Galtieri. Nadie le pone el “capitalista” antes, pero el “comunista” siempre lo pusieron. El comunismo es casi una utopía. Es una buena idea que debería considerarse más que nunca hoy en día para sobrevivir en la sociedad de consumo. El marxismo no son los hijos de puta que se transformaron en dictadores sino que es una utopía. Y una utopía nunca puede morir. Lo que no funciona es el capitalismo con 30.000 pibes asesinados en San Pablo por robar un pedazo de pan. No me vendan capitalismo: eso, que es lo que fue llevado a la práctica, es lo que está muerto. Esa es mi filosofía. Creo que el mundo necesita utopías para regenerarse y salir de ésta. 

- A veces pienso que, en vez de construir más metros cuadrados, como cuando vas a hacer una casa, es mejor construir hacia arriba. Mis películas son verticales. Y las construyo en diferentes capas de información. El cine es como un trencito: quiero que siempre marche. Me cuido mucho de las transiciones, quiero que todo se envuelva, no quiero que sean pedazos de película que van pasando. El cine debe tener algo tridimensional y hay cuestiones técnicas que te ayudan. Por ejemplo, las repeticiones. 

- Más que entretenimiento y todo lo demás, al cine le pido emoción.

*Fragmentos de una entrevista publicada en la revista El Amante Nº18 (Agosto de 1993).

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