martes, 10 de julio de 2018

Luz, cámara... frío y barro


Por Krzysztof Kieślowski*

Hacer cine no significa público, festivales, reseñas, entrevistas. Significa levantarte cada día a las seis de la mañana. Significa frío, barro y tener que cargar luces pesadas. Es algo que te destroza los nervios y llega un punto en donde tenés que dejar a un lado todo lo demás: familia, emociones, vida privada. De acuerdo, los maquinistas, los comerciantes y los banqueros podrían decir lo mismo, y tendrían razón, pero yo escribo aquí sobre mi trabajo. Tal vez ya no debería seguir haciendo esto. Estoy llegando al final de algo esencial para un director de cine: la paciencia. No tengo paciencia con los actores, ni con los iluminadores, ni con el clima, ni con los tiempos muertos. Y a la vez no puedo permitir que todo esto se note. Es un gran esfuerzo ocultar mi impaciencia frente al equipo técnico, si bien creo que los más sensibles saben que no me agrada este aspecto de mi personalidad.

Hacer cine es lo mismo en todo el mundo. Me dan un rincón en un pequeño estudio; hay un sofá, una mesa, una silla. En este interior de mentira, mis severas instrucciones suenan grotescas: ¡Luz! ¡Cámara! ¡Acción! Una vez más me tortura la idea de que lo que hago es insignificante. Hace unos años el diario francés Libération preguntó a un grupo de cineastas por qué hacíamos películas. Yo me destaqué porque di la respuesta más corta: Hago películas porque no sé hacer otra cosa.

* Fragmento del libro Kieslowski on Kieslowski, Danusia Stok (ed.) (Ed. Faber and Faber, Londres, 1993).

La imagen pertenece a El aficionado (Amator, 1979), genial film del realizador polaco.

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