viernes, 30 de enero de 2015

Escondidos en Brujas, de Martin McDonagh

 
Publicado en octubre de 2008

Brujas es un sueño. Una bellísima ciudad medieval belga con castillos, canales, cisnes, tersas callejuelas, delicias arquitectónicas y algún que otro enano. Es el lugar en donde elegiríamos pasar nuestros últimos días, para morir con la fantasía de haber habitado un mundo de príncipes, aunque nunca nos hayamos cruzado con ellos.

Lamentablemente, el nuestro es un mundo de sapos miserables. No hay cuentos de hadas que sirvan de refugio frente a la culpa o la frustración. Ken (Brendan Gleeson) y Ray (Colin Farrell) lo saben bien.

Ellos están en Bélgica por órdenes de su jefe (Ralph Fiennes), porque resulta que algo salió mal en Londres, lugar en donde trabajan como asesinos a sueldo, y es mejor que por unos días se protejan lejos del centro de operaciones. Ken es un señor sobrio, culto y ya cansado de estos trajines, mientras que Ray es un joven desaforado, inseguro y tremendamente bruto. Este panorama parece anticipar una sencilla buddy movie rociada con moderada acción y perlado humor inglés. Por suerte, Escondidos en Brujas (In Bruges) abre el juego y regala mucho más.

En principio, el film representa un esfuerzo por trascender la ironía como principal atajo para el género (policial, gángsters, thriller), quizás porque la ironía ya no prende como antes: Tarantino, Guy Ritchie, los Coen, incluso Kitano, la estrujaron hasta agotar sus virtudes dramáticas. La violencia sigue siendo violencia aunque la estilización posmoderna pretenda reducirla a un apunte jocoso. La violencia sigue siendo trágica. Eso es lo que nos recuerda el film de Martin McDonagh, dramaturgo irlandés (autor de "The Pillowman") que hace aquí su debut como cineasta.

Los dos protagonistas no solo están en una especie de impasse laboral, sino que atraviesan sendas crisis existenciales. Si pudiera, Ken largaría todo ya mismo y se dedicaría a pasear tranquilo por los museos de Europa. Si pudiera, Ray borraría de su mente esas imágenes que lo persiguen y que muestran a un niño que él mató por error. Absorbido por la culpa, Ray se debate entre el reviente y el suicidio, mientras Ken hace un último intento por salvarlo y alejarlo del oficio. Quizás no todo esté perdido todavía.

Lástima que Harry -el jefe- llega muy pronto a Brujas. Él sí que es decidido y despiadado. Seguramente, cuando era chico nadie le contó historias de magos y duendes antes de ir a dormir.

Hay de todo un poco en la película y todo es entretenido: éxtasis ante un cuadro de El Bosco, humores híbridos, hermosos escenarios, personajes curiosos, golpes, algo de romance, incorrección política y pequeñas reflexiones sobre el ser, su acción y sus consecuencias. A la cálida presencia de Brendan Gleeson se suma un Colin Farrell particularmente inspirado para encarnar al ciclotímico Ray. Él es quien desliza los comentarios mordaces en el film, pero lo hace por simple ignorancia, no por malicia ni para relativizar el dolor.

Y aunque Ray sea un grandulón inmaduro, al menos sabe lo que es el remordimiento. Como a todos, a él le deben haber narrado muchas veces el sabio consejo: el bosque es peligroso y hay caminos que conviene no tomar. Pero, al igual que Caperucita, él no hizo caso. Nunca lo hacemos la primera vez.

lunes, 26 de enero de 2015

Ricky, de François Ozon

 

Publicado en abril de 2010

Dichosos aquellos que se acerquen a esta película sin saber absolutamente nada sobre su argumento. Yo lo ignoraba todo y la disfruté mucho. Los medios han revelado demasiado, así que les sugiero leer lo que sigue sólo después de haber visto el film.

La historia que narra Ricky podría ser un sueño. Ese hueco que necesitamos cavar en la realidad para no morir aplastados. Un delirio, un desesperado mentís a lo rutinario de la vida. Katie (Alexandra Lamy) ya no soporta el día a día, por eso en la primera escena la vemos pedir auxilio con su rostro cansado, los ojos suplicantes. Katie llora como nunca, porque ya no puede pagar el alquiler ni seguir cuidando a sus hijos. Recién después comienza el relato lineal, concreto, sin remisiones a esa escena inicial. ¿Por qué arrancar con ese prólogo, entonces? Probablemente para que lo olvidemos a los pocos segundos. Para que nos desconcertemos aún más con lo que está por venir. Así es François Ozon. Juguetón. Astuto. Goza al vernos encerrados en la disyuntiva: o lo creemos un farsante, o nos convence para que indaguemos un poco más allá.



En varias de sus películas, las imágenes se construyen desde un punto de vista angustiado. Los protagonistas de Tiempo de vivir, La piscina y Bajo la arena, por ejemplo, son seres perturbados que necesitan habitar sus propios espacios mentales, ya sea acurrucándose en los recuerdos, en los deseos sexuales o en la llana fantasía. Nadie podría tolerar lo real sin emprender estas fugas, túneles alternativos que son imprescindibles aunque nos pierdan, aunque nos avergüence un poco ser sus gestores (como pasa con las pesadillas más íntimas y extrañas). Pero el director no da pistas. Mejor aún: da pistas falsas. En Ricky, Ozon jamás descuida el barniz realista. No impone marcaciones formales (lingüísticas, como podría ser un fundido entre planos) que anuncien el pasaje a lo puramente imaginado. Tampoco ofrece una almohada delatora de lo onírico, como la que inserta David Lynch al inicio de Mulholland Dr. La madre de Ricky no parece vacilar demasiado frente el hecho extraordinario: se preocupa pero sigue adelante, alienada y feliz con su hijo prodigio. Ahora tiene una distracción que la evade de la soledad, la fábrica, el descascarado monoblock.

Me permito especular: Katie un día cae desmayada de cansancio, consciente de que Paco (Sergi López) acaba de dejarla, como su primer marido. El eterno retorno. Otra vez sola con su hija, más un bebé inesperado. Katie empieza a soñar para escapar (¡si hasta se gana la lotería!). Suele decirse que los hijos se van de casa cuando ya pueden "volar solos". Ozon toma esta idea en su literalidad y la precipita desde el absurdo, inspirándose libremente en el cuento "Moth", de Rose Tremain. Algunos se engancharán con las simbologías religiosas de la anécdota, pero creo que esa es sólo otra posibilidad que el director aprovecha para desviarnos.

Porque, en el fondo, no importa mucho si se trata de un sueño, una fábula fantástica o una simple rareza que se le antojó al joven realizador francés. Lo que prevalece es la mirada sobre la familia, los gestos cotidianos, los socorros mutuos, esa red que cada tanto se rearma, aunque en cualquier momento puede volver a quebrarse, porque alguien se aleja o porque llega un bebé que todo lo convulsiona. Los adultos ya no aspiran a entender el mundo; sólo sobreviven. Pero en este mundo también están los otros, los niños relegados, obligados a constituirse como personas sin la atención que merecerían, como la pequeña Lisa (Mélusine Mayance, espléndida). Detrás de los revoloteos de Ricky, es Lisa la que intenta tejer sentidos en la oblicua realidad. Pronto descubrirá que en los vínculos humanos no existen fórmulas mágicas, que cada mañana hay que despertar en medio de la incertidumbre. Además de despertar a mamá, que se quedó dormida y tiene que ir a trabajar.

sábado, 24 de enero de 2015

Arranca el 2015 en Cine Club Núcleo

Este martes 27 de enero el Cine Club Núcleo inicia su temporada número 62 en el Cine Gaumont (Espacio INCAA - KM 0).

En los horarios de las 18.15 y las 20.30 se proyectará el film St. Vincent, dirigido por Theodore Melfie y protagonizado por el gran Bill Murray junto a Melissa McCarthy y Naomi Watts.

Fundado por Salvador Sammaritano en 1952, Núcleo ha realizado más de 7900 funciones a lo largo de su historia. Actualmente ofrece diversas actividades. Los martes en el Cine Gaumont (Av. Rivadavia 1635), a las 18.15 y 20.30, se hacen las funciones de pre-estrenos (es decir, títulos que luego se verán en la cartelera comercial). El segundo y cuarto domingo de cada mes, en el horario de las 11 en el Gaumont, también se exhiben pre-estrenos o películas de estreno reciente -y quizás no muy difundidas- que vale la pena rescatar. Por otro lado, a partir de marzo, los jueves a las 19 funcionará el tradicional “Ciclo de Revisión” en la sala del Malba (Figueroa Alcorta 3415), una sección dedicada a joyas del cine de todos los tiempos.

El Cine Club Núcleo representa una excelente oportunidad para acceder a una numerosa oferta de proyecciones abonando un arancel muy accesible. Otras películas programadas para las próximas semanas son Birdman (de Alejandro González Iñárritu), La teoría del todo (de James Marsh), Alma salvaje (de Jean-Marc Vallée) y Big eyes (de Tim Burton).

Para informes, inscripciones de nuevos socios (cupos limitados) y renovaciones anticipadas se estará atendiendo al público los días viernes 24, sábado 25 y lunes 27 de enero, entre las 18 y las 20, en el Cine Gaumont (Congreso). Para más información, visite la página web.

miércoles, 21 de enero de 2015

Curso: WERNER HERZOG - Febrero 2015

Universo Herzog
Taller de análisis cinematográfico

A cargo de Carolina Giudici

Desde el miércoles 4 de febrero
Cuatro encuentros, en el barrio de Almagro

Las películas no cambian el pensamiento de la gente, no originan revoluciones, aunque pueden cambiar nuestra perspectiva de las cosas, y en última instancia pueden ser valiosas. Pero también tienen mucho de absurdo. Me convierten en un clown, y eso le pasa a todo el mundo. Mira a Orson Welles o incluso a Truffaut: se han convertido en clowns. Debe ser que lo que hacemos como cineastas es inmaterial, es sólo preservar la luz, y hacer eso toda tu vida te convierte en un clown, y es casi un proceso inevitable.” Cuando Werner Herzog dijo esto, a fines de los '70, ya sabía que su obra no iba a poder despegarse nunca de su excentricidad como artista, y eso que ni siquiera se había embarcado aún en el intricadísimo y hoy célebre rodaje de Fitzcarraldo. Y es así nomás: Herzog es un poeta y a la vez un soldado del cine, y no debe existir otro realizador en la historia que ponga el cuerpo como lo pone él. El suyo es un cine atlético, expansivo, imprevisible, frondoso, complejo, hermoso.

Herzog realizó más de 60 películas en diferentes formatos, inmensidad ante la cual solo podemos responder con humildad. Este taller aspira a recorrer algunas zonas temáticas de su filmografía a través del análisis de seis películas que nos permitan aproximarnos a su mundo de la forma más completa posible. Éstas son algunas de las cuestiones a comentar: El Nuevo Cine Alemán - Imperialismo, colonización y encuentro con el otro - Los extraños tentáculos de la naturaleza - Subjetividad, mito y lenguaje - La influencia del romanticismo - Los cruces entre ficción, documental y ensayo fílmico. La necesidad de alcanzar una "verdad extática".*

Además de recorrer su obra y comentar sus títulos emblemáticos, nos concentraremos en los siguientes ejes y películas:

Clase 1 - Herzog y la búsqueda de las "imágenes puras". Análisis de El enigma de Kaspar Hauser (1974)

Clase 2 - Herzog se lanza a realizar su gran "obra de arte total". Análisis de Fitzcarraldo (1982)

Clase 3 - Herzog piensa la guerra y sus efectos. Análisis de Lecciones de oscuridad (1992) y El pequeño Dieter necesita volar (1997)

Clase 4 - Herzog y su peculiar construcción de lo "irónico-sublime". Análisis de La Soufrière (1977) y Grizzly Man (2005)
 

 
Inicio del taller:
Miércoles 4 de febrero de 2015 (hasta el miércoles 25)

Horario: 19 a 21 hs.

Lugar: Barrio de Almagro

Las vacantes son limitadas y se reservan con inscripción previa. 

*Es importante asistir a los encuentros con las películas vistas, por eso como parte del taller
también ofrezco copias de las películas (que pueden retirar en el momento de la inscripción). 


Para más detalles llamar al teléfono 4865 - 3317 (dejar nombre y número de contacto), o escribir a: datosparacaro@yahoo.com.ar

viernes, 16 de enero de 2015

La vida nueva, de Santiago Palavecino


Publicado en octubre de 2011

Lo dicen todos y yo no tengo más remedio que confirmarlo: la actuación de Alan Pauls es efectivamente extraña. Al encarar La vida nueva no sabía absolutamente nada sobre el film, aunque sí me había llegado este “rumor” que advertía sobre el fallido desempeño del escritor argentino en su primer protagónico en el cine. En la ficción Pauls habla como si estuviera en otro lado, en otra frecuencia, lejos de ahí. Su dicción suena impostada, su timbre quiebra los climas y su expresión roza lo anémico, pero todos estos rasgos son demasiado notorios como para no intuir que fueron deliberadamente enfatizados por el realizador del film. En una entrevista escuché a Santiago Palavecino sugerir que el perfil bressoniano de Pauls tenía una motivación, pero no explicó cuál (y está muy bien, porque el artista no tiene que explicarlo todo, no necesita justificar sus búsquedas por más inauditas que sean, pues en definitiva es el espectador quien evaluará si funcionan o no). Dado que los demás actores responden a una marcación naturalista, el rostro de Pauls se nos torna todavía más pétreo y su voz se vuelve esquiva y por momentos exasperante. Habría que ver si en este hombre-iceberg no se esconde la punta que permite pensar toda la película.
Juan (Pauls) y Laura (Martina Gusmán) viven en algún pueblo de la provincia de Buenos Aires. Él es veterinario de animales de campo y ella es profesora de piano. Su vínculo está en crisis. Una noche Juan es testigo de una riña callejera que termina con un adolescente en estado de coma. Como el culpable del caso es el hijo del hombre más poderoso del lugar, a Juan lo obligan a callar. Mientras tanto, alguien regresa al pueblo para acompañar a la familia del muchacho internado: es el tío del chico, Benetti (Germán Palacios), quien hace años se marchó para dedicarse a la música. El relato replica triángulos: los jóvenes se pelean por una mujer; los adultos alguna vez padecieron lo mismo pero parecen no haber aprendido nada. La única respuesta es la violencia. Pero existe otro triángulo cuyas líneas son más difíciles de fotografiar, porque no son visibles, porque hoy se hicieron cuerpo, biología: la red trazada entre el sujeto, el otro y el sistema.

La narración es dispersa, elíptica, tejida con ramalazos de géneros canónicos (melodrama, policial, western) y abierta a un devenir incierto que despierta un genuino interés para dejarnos finalmente desazonados, hundidos en un paisaje reconocible del cual nos gustaría huir. Porque más allá de todas las sutilezas estilísticas que juegan con el desvío hacia la abstracción, Palavecino logra enraizar su fábula en un mundo concreto, brutal y corrupto en donde ya nadie se inmuta cuando los crímenes se ocultan, los inocentes son condenados y las felicitaciones se compran. La película, sin embargo, no impone un tono de denuncia ni pretende juzgar a sus personajes. Al contrario, una lectura apresurada indicaría que el film apaña la conducta de Juan en el conflicto judicial (es decir, la hace comprensible al mostrarlo presionado por el contexto). Pero el asunto es mucho más complejo. La mentira es una rueda natural de la dinámica social. Fingir es un modo de ser. ¿La clave será salir del pueblo, entonces? ¿Para qué? ¿Para acabar como Benetti, soberbio y desesperado? En esta historia nadie está demasiado convencido de las palabras enunciadas, por eso es mejor atender el mensaje de los cuerpos, los gestos inevitables, los reflejos intempestivos, como la inquietante escena de los animales liberados en la estancia, en la cual el hábil montaje permite que lo simbólico se deslice tenue, lúcidamente, sin caer en la evidencia.
Volviendo al personaje de Juan, es escasa la información que tenemos sobre él. Ahora no recuerdo si en algún momento del film lo vemos curar a un animal, pero sí queda claro que puede sacrificar una yegua con un disparo si el jefe se lo pide. Por otro lado, Juan reside con Laura en una casa que vamos descubriendo de a poco; primero a través de planos cortos del interior para luego constatar, con planos generales, que están en una bella casa con pileta, seguramente una dependencia más dentro de la estancia de su empleador. Ahí empezamos a entender que, en el fondo, Juan desea otra cosa, algo que sea suyo, algo real. Siempre fue consciente de que respiramos en una maqueta, y tal vez por eso su extraña voz se haya entrenado para interpretar una apariencia, para encubrir un sentir. Juan no tiene nada. Cuando le dice a Laura que la quiere y que quiere formar una familia, ella se ríe. “Una vida juntos”, afirma él, y como espectadores nos preguntamos qué es lo que tuvieron hasta ahora. ¿Una vida solitaria, prestada, ajena, en suspenso? Y sí. La vida determinada por el poder, por la clase, por el miedo. Combatir todo eso sería comenzar a delinear algo distinto, la nueva vida, la vida auténtica. Si la película nos deja sumidos en la amargura es porque no ofrece suficientes guiños para pensar que esa otra vida sea posible. De todas maneras, el final evita la clausura. Quizás Juan no se quede tan solo. Pero eso no importa ya. Terminó la ficción y nos queda el mundo. La tristeza crece, como el desierto.

miércoles, 14 de enero de 2015

Joshua, de George Ratliff


Publicado en julio de 2008

Tanto el título del film como el afiche de promoción parecen anticipar que Joshua es otra película de terror sobre un niño extraordinario, ya sea porque está poseído por el demonio, o porque es psíquico y dialoga con criaturas del más allá, o porque es un nuevo fantasma vengativo que quiere hacer justicia. Pues no: Joshua no es nada de eso. Es una historia de terror, sí, pero la película se mantiene siempre dentro de márgenes realistas, sin necesidad de apelar a gastadas explicaciones sobrenaturales para establecer su verdad: este niño es lisa y llanamente malo.

Los padres notan que su hijo de nueve años es raro, pero no le prestan demasiada atención, menos ahora que acaban de tener una beba. Todo es algarabía hasta que la recién nacida se convierte en una insoportable máquina de llorar, y mientras mamá Abby (Vera Farmiga, excelente) despista progresivamente hacia la histeria, papá Brad (Sam Rockwell) comienza a dispersarse en su trabajo en la financiera. El infierno se instala de a poco en su aséptico departamento de Manhattan. “No tenés que quererme. No es una regla”, le dice Joshua (Jacob Kogan) a su padre. Es que uno no elige a la familia.


Lo más interesante del film es el retrato de esta familia gratuita. Un matrimonio alelado que tiene hijos sin saber muy bien por qué. Él es un joven inmaduro que vive atorado en su mp3 y ella es una tilinga que nunca asumió su maternidad, pero aun así ellos siguen adelante, respetuosos del mecánico mandato reproductivo. El que paga el pato por la estulticia pequeñoburguesa es el robótico hijo, que deberá cargar para siempre con el recuerdo de una madre que lo aborreció durante la depresión post-parto.

El director George Ratliff puebla su puesta en escena con íconos reconocibles del terror psicológico (Joshua se asemeja al Damien de La profecía, Farmiga tiene el look de Mia Farrow en El bebé de Rosemary) porque lo que busca es desenfundar desde adentro el género mismo, sugiriendo que ya no hace falta recurrir a giros satánicos o surrealistas para narrar la angustia primordial de un niño inteligente: ¿alguien le pidió permiso para traerlo a este mundo siniestro?


Joshua (Estados Unidos, 2007)
Dirección: John Rattcliff
Estreno directo a DVD

Editado por Gativideo.

viernes, 9 de enero de 2015

Cinco minutos de gloria, de Oliver Hirschbiegel


Publicado en agosto de 2010

Dos hombres se columpian entre el hoy y los 70, van y vienen en su cabeza mientras viajan en sendas limusinas hacia el mismo lugar. Ambos fueron contratados por un programa de televisión para ser protagonistas de una “reconciliación”. Antes del show, lo que la cámara encuadra una y otra vez es el espejo retrovisor: quiénes fueron y quiénes son.

Estamos en Irlanda. Uno de los hombres (Liam Neeson) parece un empresario en camino a algún negocio. Sereno, piel tirante, piernas cruzadas. En su adolescencia adoraba calzarse una chaquetita negra que apenas ocultaba su arma, revólver que guardaba junto a viejos juguetes. Apenas un muchachito preocupado por su acné. Pero para ser aceptado en el grupo, tuvo que matar.


El otro hombre (James Nesbitt) es un manojo de nervios. Mira para todos lados con el semblante molido. Increpa a Dios y todavía tiene fuerzas para preguntarle por qué. A su hermano lo masacraron hace 30 años. Él estaba a pocos metros en el momento fatal, jugando a la pelota en la calle, muy concentrado en batir su propio récord. Pateaba contra la pared y la devolvía, una, dos, tres, cuatro… cien. Jamás imaginó que seguiría contando hasta hoy, aguantando la furia, noventa y ocho, noventa y nueve… y vuelta a empezar. Una condena de por vida para no explotar.

Los espejos, otra vez. O su imposibilidad de reflejar. Cinco minutos de gloria (Five minutes in heaven) es una película sobre esas imágenes que nunca se podrán capturar. Si le damos poco crédito al alemán Oliver Hirschbiegel (director de despareja trayectoria), es probable que el film nos resulte por lo menos estrambótico. Pero, justamente, ésa es la idea: sacudir las formas y las formalidades, sabiendo que la culpa no se puede curar. Por eso el relato descoloca, pega volantazos, lleva y trae histrionismos típicos para luego lanzarlos por la ventana. (En lo que sigue, voy a revelar detalles).

A ver: ya pasó casi una hora de película y todo indica que asistiremos a un reality show con suspenso, una performance vistosa entre un hombre que pide perdón y otro que quiere venganza. Pero no, ese lugar común queda abortado por un arrebato, un portazo que desnuda la grotesca simplificación mediática de la memoria política.


Luego el relato se entusiasma con una batalla cuerpo a cuerpo, algo más “cinematográfico” que la propuesta televisiva anterior, para lo cual monta una inesperada coreografía de acción (o de western, como sugirió el crítico Horacio Bernades), una escena tan animosamente inverosímil que nos deja un poco frustrados.

Y hay más reversos de la trama: el ex guerrillero a quien creíamos un ejecutivo aburguesado, hoy no es más que un pobre tipo sumido en el vacío, mientras que el otro personaje, con todo los tics de un border salido del hospicio, en realidad tiene una linda familia que se convertirá en su última y necesaria palanca.

¿A dónde llegamos con todos estos giros? Quizás a la poco espectacular conclusión de que en tragedias como ésta la redención no existe, como tampoco la catarsis definitiva, aunque la televisión y el cine insistan en narrarlas. El dolor es pesado, pedestre, demasiado inabarcable como para dejarse estrujar por la ficción. Aunque tal vez, algún día, se pueda empezar a poner en palabras, de allí que John (Nesbitt) se anime por fin a probar la terapia de grupo. “Compré unas sandalias para venir, porque lo vi en una película. Vi que todos se sentaban en círculo y usaban sandalias”, bromea John con sus compañeros, otro guiño autoconsciente sobre el propósito del film: hay que descreer de las imágenes prefabricadas y salir a pisar lo real.

No se trata de conciliar, porque queda claro que la sutura es imposible. La Historia deberá seguir supurando su malestar.

martes, 6 de enero de 2015

Moon, de Duncan Jones


Publicado en enero de 2010

Sam parece un náufrago, con su barba espesa, el pelo desprolijo, los ojos ajados. Un Robinson Crusoe melancólico en el lado oscuro de la luna. Lo único que quiere es volver a casa, donde lo esperan su esposa y su hija. Él cree que aún lo esperan. Pasaron casi tres años en esa estación espacial dedicada a producir energía para enviar a la Tierra. Astronauta y minero a la vez, Sam está a punto de cumplir su ciclo de trabajo para Lunar Industries, pero perdió la comunicación con el exterior por culpa de un satélite averiado. El aislamiento es absoluto. Estamos en el futuro. Lejano o no, no importa mucho. O sí.

Hay una voz ubicua, la de Gerty, una computadora encargada de controlar el laberinto blanco por el que deambula un Sam cada día más distraído. Autoridad y compañía, Gerty se expresa a través de una carita cambiante, como los emoticones, esa paleta limitada de gestos que tan bien aprendimos a traficar en la era digital. Una película tiene que ser muy buena para hacernos temblar ante algo tan simple como una carita sonriente. Porque sabemos que esa máquina no es solo una máquina: es la síntesis de una modernidad tecnocientífica que acabó asesinando la individualidad del sujeto para convertirlo en una pieza más, indistinta y descartable, del aparato económico. Lo sabemos y aún así volvemos a estremecernos frente a una pantalla que la juega de amiga en un supuesto proyecto común. De allí que Moon remita con elegante reverencia a 2001, Solaris, Blade Runner y tantas otras, resucitando en pequeños detalles los miedos atávicos del género, esas advertencias que conocemos y que nunca nos detuvimos realmente a escuchar.

Aplausos entonces para Duncan Jones, gestor de esta ópera prima de notable austeridad narrativa y madurez filosófica, que además ofrece una extraordinaria actuación de Sam Rockwell. Moon (aquí rebautizada con el título En la luna) apunta a la sorpresa y por eso no conviene revelar mucho más sobre ella: les sugiero que se suban a la nave para dejarse interpelar por lo ambiguo de la historia, incluso cuando la película parezca atascarse en un callejón sin salida. Ese es precisamente el punto de no retorno en donde deberá imponerse la pregunta por lo humano. ¿Qué nos hace seres únicos e irrepetibles? ¿Nuestros deseos? ¿Los recuerdos? ¿O será la capacidad de decir que no? Moon ensaya algunas respuestas con este cuento futurista de dolorosa belleza.


En la luna
Moon (Reino Unido, 2009)
 

Dirección: Duncan Jones
Estreno directo a DVD
Editado por Sony Pictures

domingo, 4 de enero de 2015

Amorosa soledad, de Victoria Galardi y Martín Carranza


“Y volverás a esperanzarte
y luego a desesperar
y cuando menos lo esperes
tu corazón va a sanar”.

Jorge Drexler


Publicado en agosto de 2009

El estreno de Amorosa soledad, allá por marzo de este año, quedó opacado por la mucho más publicitada y taquillera Música de espera, de Hernán Goldfrid. El film con Diego Peretti y Natalia Oreiro es efectivo, por momentos muy gracioso y placentero, pero en el recuerdo su factura de fórmula no desprende el mismo encanto que sí tiene esta película dirigida por Victoria Galardi y Martín Carranza. Amorosa soledad es una pequeña comedia de situaciones, con diálogos inteligentes y una delicadísima ambientación basada en tonos blancos, grises y celestes, como si todos los decorados estuvieran contagiados por la mirada turquesa y expansiva de la protagonista.

Desde que vi y disfruté esta película quiero recomendarla aunque tan solo sea para reivindicar a esa gran intérprete que es Inés Efrón, que venía demasiado encasillada en roles de chica “freak” (Cara de queso, XXY, La mujer sin cabeza), para ser aún más castigada en la fallida El niño pez, de Lucía Puenzo (estrenada pocas semanas después). Luego de Valeria Bertuccelli, no encuentro en el cine argentino otra actriz joven tan versátil y luminosa como Efrón.

Nadie en este planeta está libre de convivir con rollos, taras y torpezas de toda especie. La diferencia reside en que algunos logran disimularlo mejor que otros. Sole (Efrón) es una hipocondríaca desatada. Colecciona termómetros como si fueran perfumes y la clínica de su barrio parece ser su segundo hogar. Es una obsesión que encubre otras cosas, claro, como por ejemplo, el miedo a la soledad (¿les suena?). De eso va un poco esta película: de aprender a aceptar que -en lo más profundo, en los cruciales puntos de giro, al llegar y al partir- estamos solos. Comprenderlo es crecer. Todo lo demás es una cuestión de fe.



Amorosa Soledad puede verse en YouTube.

viernes, 2 de enero de 2015

Las vidas posibles, de Sandra Gugliotta


Publicado en enero de 2008

De un día para el otro, de un minuto al otro, en un abrir y cerrar de ojos, el otro ya no está. Así, sin más. Esa pieza que resulta fundamental para que la máquina de la propia vida funcione, un día decide desprenderse y perderse, sin aviso ni tiempo suficiente para la reacción. Primero surge la negación, luego la desesperación, más tarde la obsesión y, en algún momento, mucho después, llega la aceptación de los hechos como son. O no. Porque en el amor el cuerpo del otro es parte de uno, y si ese cuerpo no está, entonces uno ya no es más uno. La realidad comienza a agrietarse y por una fina rasgadura uno ingresa, para siempre, en otra dimensión.

Eso es lo que le sucede a Carla (una sobria Ana Celentano) cuando su marido desaparece. Luciano (Germán Palacios) parte una mañana en un viaje de trabajo hacia el sur argentino y en pocas horas Carla deja de recibir noticias de él. Todo marchaba bien entre ellos. La noche anterior al viaje, a juzgar por una delicada escena romántica, parecían estar muy enamorados. Pero se sabe que no conviene confiar demasiado en las apariencias, menos aún en las del cine y mucho menos en las de esta película, que precisamente se propone construir un espacio de ficción etéreo, un mapa de lo imposible que la protagonista traza en su búsqueda dolorosa.

No hay rastros de Luciano. Carla viaja al sur y en un pequeño pueblo encuentra a un hombre idéntico a su marido, solo que este hombre dice no conocerla y se presenta como Luis (también, Germán Palacios). Luis tiene su propia vida: está instalado desde hace años en la Patagonia, atiende una inmobiliaria y tiene otra mujer (Natalia Oreiro). El conflicto se oscurece aún más y es inútil a esta altura pretender detectar un verosímil, porque en cada nueva secuencia los hechos se enrarecen y los personajes actúan de manera imprevisible. Especialmente Palacios, a quien le toca encarnar a un ser parco y metálico: él es el gran enigma del film.


Tal vez todo esté ocurriendo en la mente de Carla. La necesidad de recuperar el cuerpo perdido. Creer ver al otro en todos lados, en cualquier nuca, en cualquier bar, en cualquier auto. Percepciones que se arremolinan en torno de un fantasma. Todo fluye en una frecuencia paralela a la rutina de siempre, esa que supuestamente garantiza nuestra normalidad. Es la dimensión del duelo, tan difícil de capturar en imágenes.

Es llamativo el salto estético dado por la realizadora Sandra Gugliotta entre Un día de suerte, su ópera prima, y este segundo largometraje. La película de 2002 protagonizada por Valentina Bassi estaba muy apegada a la actualidad social, a la materialidad de un momento histórico concreto, mientras que Las vidas posibles se interna abiertamente en el paraje psicológico, el relato pulsional, rozando por momentos lo fantástico. La manera en que está fotografiado el amargo desierto nevado contribuye al misterio del film, y también debe elogiarse el desarrollo de un guión que evade las típicas coordenadas realistas en búsqueda de nuevos sentidos.

El problema es que la directora no consigue ocultar las dudas que ese mismo riesgo le genera. En una trama de este tipo, el trabajo sobre el punto de vista narrativo es fundamental, porque como espectadores deberíamos poder compenetrarnos con la lógica que impone el personaje central. Sin embargo, existen decisiones de montaje que entorpecen la tarea, y no sólo no aportan suspenso al film, sino que parecen delatar cierta cobardía a la hora de plantear una resolución efectiva de la historia. Da la impresión de que el artista no está a la altura de la ambigüedad que en un principio pretendió plasmar.

Pero prefiero evitar los detalles, porque quiero recomendar Las vidas posibles. Es realmente interesante. Y particularmente femenina.

jueves, 1 de enero de 2015

Año Nuevo (y un paréntesis)


Llegó el 2015 con cambio de piel y color en el blog. Y llegó también con la necesidad de hacer un breve paréntesis para poder focalizar en otras tareas que me ocuparán este verano (no son vacaciones, en este caso). Pero ya saben que aquí van a encontrar muchísimos textos, propios y de otros, reunidos en los más de siete años de existencia que tiene este espacio. 

La idea durante las próximas semanas es recordar algunas películas reseñadas aquí que circularon en los últimos años y que quizás hayan pasado inadvertidas. Son las películas del "lado B", esas que rara vez logran integrar el Top Ten del año, esas que suelen disiparse en el remolino de lanzamientos sin que uno llegue a registrarlas: justamente por eso merecen ser rescatadas. 

Les deseo a todos un excelente comienzo de 2015. Mil gracias, en serio, por seguir ahí.