viernes, 29 de octubre de 2010

Ojalá...


"No te quedes aguardando
a que pinte la ocasión
que la vida son dos trazos y un borrón".

Rosana ("Llegaremos a tiempo")

Un chico

Vi a un chico, recién, en la televisión. Estaba junto a sus padres, bajo la lluvia, tal vez en la plaza, tal vez en alguna calle cercana. La madre sostenía un paraguas, el padre miraba a su alrededor, pero ninguno de ellos observaba a su hijo. El chico estaba concentrado, él solito, en su bandera, y en cómo hacerla flamear en medio del viento.

(Día después de la muerte de Néstor Kirchner)

martes, 26 de octubre de 2010

El pozo

"Su centro de dolor se debatía inútilmente. No encontraba en su alma una sola hendidura por donde escapar. Erdosain encerraba todo el sufrimiento del mundo, el dolor de la negación del mundo. ¿En qué parte de la tierra podía encontrarse un hombre que tuviera la piel erizada de más pliegues de amargura? Sentía que no era ya un hombre, sino una llaga cubierta de piel, que se pasmaba y gritaba a cada latido de sus venas. Y sin embargo, vivía. Vivía simultáneamente en el alejamiento y en la espantosa proximidad de su cuerpo. El ya no era ya un organismo envasando sufrimientos, sino algo más inhumano... quizá eso... un monstruo enroscado en sí mismo en el negro vientre de la pieza. Cada capa de oscuridad que descendía de sus párpados era un tejido placentario que lo aislaba más y más del universo de los hombres. Los muros crecían, se elevaban sus hiladas de ladrillos, y nuevas cataratas de tinieblas caían a ese cubo donde él yacía enroscado y palpitante como un caracol en una profundidad oceánica. No podía reconocerse... dudaba que él fuera Augusto Remo Erdosain. Se apretaba la frente entre la yema de los dedos, y la carne de su mano le parecía extraña y no reconocía la carne de su frente, como si estuviera fabricado su cuerpo de dos substancias distintas. ¿Quién sabe lo que ya había muerto en él? Sólo perduraba para su sensibilidad una conciencia forastera a lo que le había ocurrido, un alma que no tendría el largo de la hoja de una espada y que vibraba como una lamprea en el agua de su vida enturbiada. Hasta la conciencia de ser, en él no ocupaba más de un centímetro cuadrado de sensibilidad. Sí, todo su cuerpo sólo vivía, estaba en contacto con la tierra, por un centímetro cuadrado de sensibilidad. El resto se desvanecía en la oscuridad. Sí, él era un centímetro cuadrado de hombre, un centímetro cuadrado de existencia prolongando con su superficie sensible, la incoherente vida de un fantasma. Lo demás había muerto en él, se había confundido con la placenta de tinieblas que blindaba su realidad atroz."

Roberto Arlt - "Los siete locos"

La pintura pertenece a Giorgia O'Keeffe.

lunes, 25 de octubre de 2010

Bajos encantos

"Cómo envidiaba a Chuck. Su habilidad para creer en las palabras que pronunciaba, sus tontos flirteos, su inclinación -propia de un soldado raso- por esos juegos de palabras ágiles y sin sentido. Sin embargo, lo que más envidiaba era la naturalidad de su encanto.

 A Teddy siempre le había costado ser una persona encantadora. Tras la guerra, aún había resultado más difícil. Y después de Dolores, simplemente se había quedado sin encanto. Ser una persona encantadora era el lujo de aquellos que todavía creían en la justicia esencial de las cosas, en la pureza."

Dennis Lehane - "Shutter Island"

domingo, 24 de octubre de 2010

Gadgets


"Antes la gente hacía fila para comprar discos de grandes artistas. Hoy hacen fila para comprar iPhones. El autor ya no es el centro ni la esencia de la creación. Hoy sólo tienes gadgets, aparatitos."


Emir Kusturica


(Revista "ADN" del diario La Nación - 15/10/10)

jueves, 21 de octubre de 2010

El país espeso


Este es un país espeso,
orinado por la lluvia.
Sobre caballos de metal
o auténticas bestias, los pobres
ni cuentan los días.
La tierra de los cañadones ásperos
los acostumbra a callar
con labios cosidos por la intemperie.
Es el viento quien lleva y trae
las almas al purgatorio
pero eso no importa
porque los hombres aquí van derecho al infierno.
Tierra en los oídos, tierra en la boca,
flores contra el piso
aplastadas por los caballos 
que sus dueños tripulan
para correr a las ovejas
con la muerte como perro ladero.


Cristian Aliaga

miércoles, 13 de octubre de 2010

Gigante, de Adrián Biniez


"En algún punto, todas las relaciones 
son un enigma a resolver".

Adrián Biniez

Jara trabaja en un supermercado. Vigila. Dicen que los supermercados son no-lugares, espacios de tránsito, valles impersonales. Para muchos el supermercado es el único lugar, y lo aceptan, aunque no sea el paisaje soñado. Es el lugar de trabajo, uno como cualquier otro, y muchos no tienen otra opción. Pero hay una ley universal: en todo trabajo alguna vez fantaseamos. Todos dependemos de ese remolque cotidiano. Inventamos algo que nos hace volver ahí al día siguiente, porque de eso se trata un poco todo este asunto del estar acá en la Tierra. Descubrir un deseo, primero espiarlo y luego asumirlo, hasta empezar a seguirlo. Hay películas que existen para reubicarnos en ese mecanismo esencial. Películas que dan oxígeno y nos dejan un poquito más livianos. Gigante es una película aireada y celeste, como los ojos de Jara.  

martes, 12 de octubre de 2010

Sobreinterpretar

"Últimamente, me preocupa mucho la sobreinterpretación, que es algo muy ligado a la cultura de masas actual. Es algo que noté en Estados Unidos con las emisiones de Lost y de The Wire . Después de cada capítulo, al día siguiente ya había infinitas interpretaciones. Cada interpretación preparaba lo que se iba a ver en el capítulo posterior. La tarea de la crítica tal vez sea defender los espacios en los que no todo está sobreinterpretado."

Ricardo Piglia

En una entrevista publicada en la revista ADN del diario La Nación (08/10/10). Ir al texto completo.

La pintura pertenece a Willem de Kooning

domingo, 10 de octubre de 2010

Pobrezas

Pobres, lo que se dice pobres,
son los que no tienen tiempo
para perder el tiempo.

Pobres, lo que se dice pobres,
son los que no tienen silencio,
ni pueden comprarlo.

Pobres, lo que se dice pobres,
son los que tienen piernas
que se han olvidado de caminar,
como las alas de las gallinas
se han olvidado de volar.

Pobres, lo que se dice pobres,
son los que comen basura
y pagan por ella como si fuese comida.

Pobres, lo que se dice pobres,
son los que tienen el derecho de respirar mierda,
como si fuera aire, sin pagar nada por ella.

Pobres, lo que se dice pobres,
 son los que no tienen más libertad
que tienen la libertad de elegir
entre uno y otro canal de televisión.

Pobres, lo que se dice pobres,
son los que viven dramas pasionales con las máquinas.

Pobres, lo que se dice pobres,
son los que son siempre muchos
y están siempre solos.

Pobres, lo que se dice pobres,
son los que no saben que son pobres.

Eduardo Galeano

La imagen pertenece al film El séptimo continente, de Michael Haneke.

viernes, 8 de octubre de 2010

Che



“Los nuevos hombres del imperio son quienes creen en los comienzos frescos, los capítulos nuevos, las nuevas páginas; yo continúo luchando con el viejo cuento, en la esperanza de que antes de que termine me revele por qué pensé que valía la pena”

J.M. Coetzee

martes, 5 de octubre de 2010

De otro modo


Si en vez de ser así,
si las cosas de espaldas (fijas desde los siglos)
se volviesen de frente
y las cosas de frente (inmutables)
volviesen las espaldas,
y lo diestro viniese a ser siniestro
y lo izquierdo derecho...
¡No sé cómo decirlo!


Suéñalo
con un sueño que está detrás del sueño,
un sueño no soñado todavía,
al que habría que ir,
al que hay que ir
(¡No sé cómo decirlo!)
como arrancando mil velos de niebla
y al fin el mismo sueño fuese niebla.


De todos modos, suéñalo
en ese mundo, o en éste que nos cerca y nos apaga
donde las cosas son como son, o como dicen que son
o como dicen que debieran ser...
Vendríamos cantando por una misma senda
y yo abriría los brazos
y tú abrirías los brazos
y nos alcanzaríamos.
Nuestras voces unidad rodarían
hechas un mismo eco.


Para vernos felices
se asomarían todas las estrellas.
Querría conocernos el arcoiris
palpándonos con todos sus colores
y se levantarían las rosas
para bañarse un poco en nuestra dicha...
(¡Si pudiera ser como es,
o como no es... En absoluto diferente!)


Pero jamás,
jamás
¿Sabes el tamaño de esta palabra:
Jamás?
¿Conoces el sordo gris de esta piedra:
Jamás?
¿Y el ruido que hace
al caer para siempre en el vacío:
Jamás?

No la pronuncies, déjamela.
(Cuando esté solo yo la diré en voz baja
suavizada de llanto, así:

Jamás...)

Emilio Ballagas

La imagen pertenece a una de las películas más bellas del año: Yuki & Nina, dirigida por Hippolyte Girardot y Nobuhiro Suwa.

viernes, 1 de octubre de 2010

No se lo digas a nadie / Sin retorno

Incriminaciones

No se lo digas a nadie (Ne le dis à personne), de Guillaume Canet (Francia, 2006)
Sin retorno, de Miguel Cohan (Argentina, 2010)

Al joven director de No se lo digas a nadie lo vimos actuar hace un par de años en la comedia dramática Juntos, nada más. Parece que Guillaume Canet tiene un buen respaldo en la industria, ya que si algo sorprende en su película es la cantidad de rostros conocidos que la pueblan (¿y a éste dónde lo vi hace poco? El film funciona mejor como mnemotec de estrellas francesas que como policial). Ganadora de cuatro premios César, muy taquillera en su país, la película llega a la cartelera local con varios años de demora, para quedar a la sombra de una opera primera argentina estrenada el mismo día. Ambas tienen en un centro un dilema similar: un hombre es acusado de homicidio, aunque los indicios suministrados por el relato señalarían que ese hombre no es el culpable.

Basado en la novela “Tell no one” del norteamericano Harlan Coben, Ne le dis à personne tiene algo de El fugitivo, solo que la huida del marido de la víctima no se produce luego del crimen, sino ocho años después, cuando se reflotan ciertas pruebas que lo involucran. Lo definiría como "thriller cool", una superproducción con toques suntuosos pero poca pasta, como esa persecución callejera que no tiene nada que envidiarle a la saga Bourne, pero que a la vez resulta intrascendente, puro alarde técnico. O el gesto très sofistiqué de insertar "With or whithout you" de U2 en el momento menos esperado, en medio de una psicosis que no cuaja con el recato de Bono, y todo porque se supone que deberíamos leer el conflicto del protagonista en clave romántica. Pero no, la veta romántica nunca cobra densidad, como tampoco se sostienen los hilos de la conspiración, y el problema no pasa tanto por el verosímil sino por la forma caprichosa en que se le ofrece la información al espectador. Al comienzo se habían ocultado las circunstancias del crimen, y ahora se trata de reconstruirlas acatando los datos sueltos como vienen, a la marchanta, con un punto de vista narrativo repartido en mil trozos, uno más volátil que el otro. En el tramo final, vueltitas de tuerca mediante, empiezan a caerse las caretas, aunque para esa altura ya no nos importa quiénes estaban detrás de ellas.  

Sin retorno toma el camino inverso. Muestra los hechos con nitidez para que, desde el inicio, uno sepa quién hizo qué cosa. El eje del film es un accidente en la vía pública que activa una trama de mentiras, irregularidades y suposiciones erradas.  Ya sabemos qué ocurrió: ahora hay que ver qué actitud adopta cada personaje ante la perspectiva de un castigo. Y cómo nos posicionamos nosotros. La película inquieta porque nos incrimina. Desde afuera, desde la serenidad del deber ser, es sencillo decir que ante el hecho existe una única reacción posible: la ética. Pero basta con dudar por una fracción de segundo para comprobar que en nuestro entorno ya no operan las reacciones “normales”, precisamente porque hoy la norma es la impunidad. El film anuda los recorridos individuales con la lógica de un sistema mayor, por eso la angustia que transmite se potencia con el recuerdo todavía humeante de Carancho y El Rati Horror Show.

La película tiene un punto débil en ciertos actores secundarios, como los que interpretan al amigo del adolescente y a la esposa del acusado, cuyas imprecisiones resaltan frente a los impecables trabajos de Martín Slipak, Leonardo Sbaraglia, Luis Machín y Ana Celentano. Pero más allá de esto y algún otro detalle menor, estamos ante un film riguroso que sabe aprovechar los recursos más llanos de la narración clásica. En principio, organiza el punto de vista múltiple con transparencia y economía. Por ejemplo, en la primera parte, mientras el relato se concentra en la familia de Slipak, no necesita acudir a Sbaraglia para forzar la tensión venidera. En el cine de hoy abundan las historias corales que abusan del montaje paralelo y apuestan al impacto de las casualidades. Con la excepción de la secuencia del accidente, Sin retorno evita el ir y venir entre un personaje y otro, y se limita a dar informaciones precisas sin crear falsas expectativas.

Otro aspecto logrado es la ausencia de psicologismo. No le interesa al realizador fabricar la subjetividad de sus personajes para mostrarlos sensibles, como sí lo hace el director francés apelando a la estilización. La cámara de Cohan expone, enuncia, sin duda elige desde dónde mirar, pero hace todo lo posible por no imponer moldes ni adjetivaciones a sus criaturas. Su relato es sobrio, seco, lineal. La decisiones tienen consecuencias, los hechos se precipitan. Queremos frenarlos y no podemos. Será por eso que nos perturban tanto las elipsis en esta película. Creíamos que la historia no llegaría a ciertas instancias, y sin embargo llega y las rebalsa. Pensábamos que íbamos a comprender ciertas cosas que, finalmente, no tienen explicación. Es nuestra responsabilidad inferir los procesos más íntimos de los personajes. Quisiéramos creer que la culpa siempre perseguirá a los impunes, pero es evidente que son muchas las personas capaces de limpiar su conciencia con un simple fundido a negro.