miércoles, 25 de febrero de 2009

Siete almas, de Gabriele Muccino

¿Por qué, Willy?

No lo entiendo. Si me dijeras que el público se olvidó de vos, que cumpliste un ciclo en las grandes ligas, que tu carrera anda para atrás y por eso cedés ante la primera oferta que te tiran, lo aceptaría. Pero los balances afirman que seguís siendo una de las estrellas más taquilleras de Hollywood, a pesar de que ya pasó más de una década desde Hombres de negro. En menos de un año hiciste Soy leyenda y Hancock, poniéndole el cuerpo a dos héroes muy raros pero originales y decididamente queribles (como sólo a vos te salen). Tu magnífico Muhammad Ali nos dejó en claro a todos -a la Academia y a los espectadores- que te alcanza y sobra el cuero para los papeles dramáticos de peso. Entonces, ¿por qué?

Bueno, de acuerdo, querés un Oscar. No vamos a regañarte por ese deseo. Fuiste candidato por segunda vez con En busca de la felicidad y no tuviste suerte. No es que no te lo merezcas, pero mostrarte tan desesperado tampoco es lo ideal. Ahora reincidís en el melodrama manipulador para ver si te premian antes de que se te pase el cuarto de hora. Tal vez sentiste que en el film junto a tu hijo te excediste en histrionismo y ahora intentás contenerte un poco, casi ensayando la técnica Morgan Freeman, a quien le bastan sus ojos, su sonrisa y sus pequitas para movernos toda la estantería. Lamento decirlo, Will, pero esta vez se nota demasiado el esfuerzo. No funcionan tus pucheros ni podemos darle más crédito al supuesto oficio del tano Muccino, que en su momento nos enamoró con El último beso y hoy está cómodamente entregado a la industria sin rastros de decoro o pudor.

Siete almas (Seven pounds) debe ser la película con más enfermos por metro cuadrado de toda la historia del cine. ¿De qué va? Ben Thomas (Smith) está muy triste porque hace unos años provocó un accidente automovilístico en donde murieron siete personas, entre ellas su esposa. Ahora el tipo es una especie de zombie melancólico que rastrilla hospitales encariñándose con los que están más cerca del arpa que de la guitarra, porque los quiere ayudar. No voy a contar el final, pero digamos que la cosa viene por el lado del sacrificio: si él se muere, otras siete almas podrían salvarse. Algo así como un mega canje de órganos, inmuebles y otros asuntos funcionales a la disparatada trama.

No es necesario bordear extremos tan mórbidos, Willy. No seas tan impaciente que tu estatuilla va a llegar. Sos joven, sos lindo, sos talentoso. Imaginate que el Oscar es como el amor: “aparece cuando menos lo esperás” (si antes no se te va toda la vida, claro). Así que no pienses en el tema y actuá con naturalidad. ¿Quién hubiera dicho que un día la Academia reconocería a Bill Murray? ¿O a Mickey Rourke? Vos confiá y hacé lo tuyo como sabés hacerlo, que todo llega. Si encima rezás un poco como para que Dios te bendiga, quizás ocurra el milagro de que cuando te vuelvan a nominar, Sean Penn no figure entre los candidatos de ese año. Entonces sí, yo diría que vayas descorchando porque ahí ganás seguro.

2 comentarios:

Cecilia Díaz dijo...

Me encanto esta reseña, me reí mucho.
Muchas gracias por tu saludo por el primer año del blog.

Un abrazo,

Luciano dijo...

Buenisimo!
Todavía no vi la peli, pero era más o menos esperable lo que uno podía esperar...

Me reí leyendo y coincido con vos en todo. Es un gran actor que hace los papeles en películas de acción le salen barbaros (Hancock no me había gustado pero no era culpa de él, a lo sumo del guión). Pero esta onda de películas "muy serias"... no lo entiendo.. si fuese Cuba Gooding Jr. quien luego de Mejor imposible no tuvo casi ningún acierto lo comprendería. Pero de Will no.
Recuerdo haber leído al crítico J.R. Jones quien escribía "Will Smith tiene fama, fortuna y una bella familia, sin embargo quiere que sepamos que es una persona bondadosa".

Te mando un beso!
Saludos!