domingo, 28 de septiembre de 2008

El nido vacío, de Daniel Burman

 
Actor mayúsculo, Oscar Martínez no había sido realmente aprovechado por el cine hasta que Daniel Burman lo convocó para El nido vacío. Lo habíamos visto en otras películas, sí (está en La tregua, La cruz invertida, Cómplices), pero nunca antes en su trayectoria la química entre persona y physique du role había funcionado con tan preciosa naturalidad.

Desde el comienzo Burman blanquea que este film está inspirado en el universo de Woody Allen. El jazz viste el ambiente con un ritmo especial, a la vez cálido y distraído, mientras Leonardo (Martínez) y su mujer, Martha (Cecilia Roth), cenan en un restaurant con un grupo de amigos y alguna conversación recuerda el inicio de Melinda y Melinda.
Leonardo está ahí sin querer estar ahí. Incómodo, elegiría salir volando si le dieran la oportunidad. Preferiría desaparecer en el escote de una joven morocha sentada en otra mesa de ese mismo restaurant. Ha llegado a un punto en su vida en donde todo le indica que se está quedando al margen, y que si no quiere empantanarse para siempre en la perplejidad, deberá torcer el timón hacia algún nuevo sentido. La cuestión es decidir qué sentido, y cómo estar seguro de que será el correcto.

Una cámara flotante acompaña el derrotero de Leonardo, que no sabe hacia dónde camina y se debate continuamente entre lo establecido y la necesidad de la sorpresa. Leo es un escritor en crisis, bloqueado, que al no lograr poner en palabras lo que siente, termina empujando la fantasía hasta confundirla con el orden de lo real. Los tres hijos de Leo y Martha crecieron y ahora viven lejos del hogar; Martha quiere “renovarse” y retomar sus estudios universitarios; Leo intenta ajustarse al entorno cambiante, pero está fuera de foco, como aquel memorable personaje de Los secretos de Harry. El perfume alleniano impregna todo el film: está en las cimbreantes melodías de Nico Cota, en la neurosis y la cobardía madura del protagonista, en los diálogos vivaces con timing perfecto. Burman es franco en su veneración al maestro neoyorquino y El nido vacío bien podría pensarse como un agradecimiento a Woody por tantos momentos de felicidad cinéfila. 


Pero ojo, a no escaparse: la experiencia de Leo la conoce cualquiera. No hace falta ser un escritor ni tener más de cincuenta años ni extrañar a los hijos para sentir ese perturbador complot contra uno, cada vez más frecuente en esta realidad amarga y salvaje que impone una carrera de postas virtuales hacia un éxito mentiroso. Es esa sensación de haber perdido el tren, la certeza de que finalmente acabaremos por estrellar el avión que con tanto esfuerzo construimos, esa bronca por no saber fingir la felicidad con la misma máscara que los otros, hasta despertar un día para comprobar que muchos de esos mundos son solo fantasmas fabricados porque no toleramos el abismo de la página en blanco, que no es más que el desafío solitario de reescribir nuestra propia y única Historia, todos los días.

viernes, 26 de septiembre de 2008

Si muriera esta noche


Si muriera esta noche
si pudiera morir
si me muriera
si este coito feroz
interminable
peleado y sin clemencia
alcanzara su colmo
y se aflojara
si ahora mismo
si ahora
entornando los ojos me muriera
sintiera que ya está
que ya el afán cesó
y la luz ya no fuera un haz de espadas
y el aire ya no fuera un haz de espadas
y el dolor de los otros y el amor y vivir
y todo ya no fuera un haz de espadas
y acabara conmigo
para mí
para siempre
y que ya no doliera
y que ya no doliera.

Idea Vilariño

miércoles, 24 de septiembre de 2008

Orfandad

"Toda vida es un pozo de soledad que va ahondándose con los años. Y yo, que vengo más que otros de la nada, a causa de mi orfandad, ya estaba advertido desde el principio contra esa apariencia de compañía que es una familia. Pero esa noche, mi soledad, ya grande, se volvió de golpe desmesurada, como si en ese pozo que se ahonda poco a poco, el fondo, brusco, hubiese cedido, dejándome caer en la negrura. Me acosté, desconsolado, en el suelo, y me puse a llorar. Ahora que estoy escribiendo, que el rasguido de mi pluma y los crujidos de mi silla son los únicos ruidos que suenan, nítidos, en la noche, que mi respiración inaudible y tranquila sostiene mi vida, que puedo ver mi mano, la mano ajada de un viejo, deslizándose de izquierda a derecha y dejando un reguero negro a la luz de la lámpara, me doy cuenta de que, recuerdo de un acontecimiento verdadero o imagen instantánea, sin pasado ni porvenir, forjada frescamente por un delirio apacible, esa criatura que llora en un mundo desconocido asiste, sin saberlo, a su propio nacimiento".

Juan José Saer - El Entenado

martes, 23 de septiembre de 2008

Por sus propios ojos, de Liliana Paolinelli


"No filmar para ilustrar una tesis o para mostrar a hombres o mujeres limitados a su aspecto externo, sino para descubrir la materia de la que están hechos. Alcanzar ese "corazón" que no se deja atrapar ni por la poesía, ni por la filosofía, ni por la dramaturgia".

Robert Bresson 

Objeto extraño este film. Difícil de asir. Diletante al principio, curiosamente lúcido al final. Liliana Paolinelli conduce el relato a partir de pequeñas bifurcaciones, y así secuestra la orientación del espectador: en cada nueva esquina del guión, el film cambia el tono y gira hacia el lado contrario al que uno espera. La originalidad de Por sus propios ojos reside precisamente en rodear la motivación más íntima del drama, evitándola todo el tiempo. No marea, pero desconcierta. No engaña, aunque pone en riesgo la empatía.

La historia transcurre en Córdoba. Dos estudiantes de cine filman un documental sobre “las mujeres de los presos”, trabajo que representa su tesis de graduación. Alicia (Ana Carabajal, un hallazgo) y su amiga Virginia (Mara Santucho) registran los rostros resignados en la puerta de una prisión, pero no es sencillo encontrar personas que quieran testimoniar frente a la cámara. Hasta que un día alguien se acerca y advierte: “Acá pasan muchas cosas. Yo te voy a contar”. Ella es Elsa (Luisa Núñez) y tiene a su hijo en la cárcel.

Lo que al comienzo parece ser una reflexión sobre el género documental, Paolinelli lo convierte en una ficción esquiva. Las texturas se cruzan y derivan hacia otra cosa. Elsa y Alicia inician una relación en donde los intereses de cada una no están claros. O mejor: no necesitan ser explicados. La directora pinta este mundo desde la exterioridad, aferrada a las miradas y a la superficie de los actos, sin juzgar a sus criaturas, sin desplegar diálogos que ambicionen materializar lo que se siente. Porque lo que se siente es aquello que no tiene imagen posible. Lo que se siente late en los huecos, en las palabras que faltan, en el cuerpo expectante de la joven protagonista.


Porque Alicia pone el cuerpo. Alentada por la madre del interno, Alicia entra en la cárcel para conocerlo. Luis (Maximiliano Gallo) asusta y enternece al mismo tiempo. No le importa a la película contar la causa que lo llevó tras las rejas. Luis susurra alguna excusa, pero en el fondo no interesa. En el aire compiten las pulsiones básicas. En la celda Luis y Alicia comparten uno de esos momentos que parecen durar años. Tan verdaderos que deberían durar toda la vida.

Una película despojada, atípica, refrescante. Es mucho más que una historia sobre mujeres de presos. ¿Es que acaso puede probarse una tesis sobre los sentimientos, cuando ellos por definición son tan ambiguos? Por sus propios ojos es tan solo un borrador -inquietante- sobre los afectos y sus formas impredecibles.

domingo, 21 de septiembre de 2008

Treinta primaveras

Solamente

ya comprendo la verdad

estalla en mis deseos

y mis desdichas
en mis desencuentros
en mis desequilibrios
en mis delirios

ya comprendo la verdad

ahora
a buscar la vida

Alejandra Pizarnik

sábado, 20 de septiembre de 2008

Palabras de Jean-Paul...

La palabra genio siempre me había parecido sospechosa; llegué a tenerle realmente asco. Si yo tuviera el don, ¿dónde estaría la angustia, la prueba, la tentación frustrada o el mérito? Soportaba mal tener un cuerpo y la misma cabeza siempre, no me dejaría encerrar todo el tiempo con el mismo paquete. Aceptaba el nombramiento a condición de que no se apoyase en nada, que brillase gratuitamente en el vacío absoluto. Sostenía conciliábulos con el Espíritu Santo. "Escribirás", me decía. Y yo me retorcía las manos: "Señor, ¿qué tengo yo para que me hayas elegido?". "Nada en particular". "Entonces, ¿por qué yo?". "Sin ninguna razón". "¿Tengo al menos alguna facilidad para la pluma?". "Ninguna. ¿Crees acaso que las grandes obras nacen de las plumas fáciles?". "Señor, si soy tan nulo, ¿cómo podría hacer un libro?". "Aplicándote". "Entonces, ¿cualquiera puede escribir?" "Cualquiera, pero te he elegido a ti".

Jean-Paul Sartre - Las Palabras

lunes, 15 de septiembre de 2008

"Y en medio de las lluvias del invierno
no hay tiempo ni lugar,
yo sé que entenderás
que amor
para quien busca una respuesta
es un poquito más que hacerte bien".

("Tu Amor" - Charly García / Pedro Aznar)

jueves, 11 de septiembre de 2008

Emil Cioran decía que...

"Hay que aferrarse a una tarea y sumirse en ella; es la única forma de suprimir ese intervalo que nos separa de las cosas y del que está hecha la conciencia".

Hoy nos dejó Salvador Sammaritano, el más grande -y entrañable- cinecublista que tuvo y tendrá la Argentina. Estoy triste, pero me consuelo un poquito pensando que partió satisfecho, sabiendo que el Cine le estará eternamente agradecido. Y que lo recibirá con honores, en el tragaluz del infinito.

Encargo


Id, canciones mías, al solitario y al insatisfecho,
id también al desquiciado, al esclavo de las convenciones,
llevadles mi desprecio hacia sus opresores.
Id como una ola gigante de agua fría,
llevad mi desprecio por los opresores.

Hablad contra la opresión inconsciente,
hablad contra la tiranía de los que no tienen imaginación,
hablad contra las ataduras,
id a la burguesa que se está muriendo de tedio,
id a las mujeres de los barrios residenciales,
id a las repugnantemente casadas,
id a aquellas cuyo fracaso está oculto,
id a las emparejadas sin fortuna,
id a la esposa comprada,
id a la mujer comprometida.

Id a los que tienen una lujuria exquisita,
id a aquellos cuyos deseos exquisitos son frustrados,
id como una plaga contra el aburrimiento del mundo;
id con vuestro filo contra esto,
reforzad los sutiles cordones,
traed confianza a las algas y tentáculos del alma.

Id de manera amistosa,
id con palabras sinceras.
Ansiad el hallazgo de males nuevos y de un nuevo bien,
oponeos a todas las formas de opresión.

Id a quienes la mediana edad ha engordado,
a los que han perdido el interés.
Id a los adolescentes a quienes les asfixia la familia...
¡Oh, qué asqueroso resulta
ver tres generaciones reunidas bajo un mismo techo!

Es como un árbol viejo con retoños
y con algunas ramas podridas y cayéndose.

Salid y desafiad la opinión,
id contra este cautiverio vegetal de la sangre.
Id contra todas las clases de manos muertas.

Ezra Pound

(Versión de Javier Calvo)

miércoles, 10 de septiembre de 2008

"A veces, uno vive durante años sin vivir lo más mínimo, y de pronto toda la vida se agolpa en una sola hora".


Oscar Wilde

martes, 9 de septiembre de 2008

Los extraños, de Bryan Bertino / [Rec], de Jaume Balagueró y Paco Plaza


Mostrar o no mostrar. Explicar o sugerir. Terror fantástico o terror realista. No existen fórmulas predeterminadas para resolver estas disyuntivas. Lo único que vale es la eficacia a la hora de cincelar el escalofrío. En una época en donde el horror se trafica con obscena frecuencia en la telaraña audiovisual -basta encender el televisor-, en el cine de hoy es toda una proeza generar un susto consistente. Salvando algunas honrosas excepciones (George Romero, por ejemplo), en los últimos años el terror ha sido descaradamente bastardeado por una avalancha de películas que reducen el delicado dramatismo del género a la más crasa truculencia, como bien lo grafica la saga El juego del miedo (Saw), verdadero paradigma de la abyección. Estos productos recurren a la vejación del cuerpo como fin en sí mismo, con argumentos que ignoran todo suspenso o planteo narrativo coherente, pues solo se apoyan en una escalada de destrucción visceral.

Dentro de este marco, esta semana se estrenan dos títulos que intentan alejarse de esta tendencia dominante en el género: Los extraños (The strangers), film norteamericano del debutante Bryan Bertino, y [Rec], dirigida por los españoles Paco Plaza y Jaume Balagueró, ambos con experiencia en la materia.


En el primer caso la propuesta parece aspirar a una suerte de "terror minimalista", a partir de un relato sencillo fundado en la clásica tensión entre víctima y victimario. Basada en un hecho verídico, Los extraños cuenta cómo una pareja (Scott Speedman y Liv Tyler) es acechada durante una noche por unos asesinos. De los protagonistas apenas sabemos que pasaron una velada triste. Están solos en una casa (en un pueblo escondido o algo así) cuando de repente alguien llama a la puerta. Todo se complica: resulta que hay tres locos sueltos con ganas de matar. Uno de ellos luce una coqueta máscara de porcelana; otro se cubre la cabeza con una bolsa de arpillera; del tercero no me acuerdo, pero lo que me pregunto es: ¿cuál sería la lógica de este vestuario?

Ninguna. No hay que buscar explicaciones porque precisamente son psicópatas, y tal como se informa en el inicio del film, todos los días en Estados Unidos se cometen crímenes sin razón. El problema es que un mero dato estadístico no sirve como cimiento de una ficción, aun cuando se nota en Los extraños la voluntad de construir una película naturalista, despojada de cualquier efluvio sobrehumano o espectacular, como para que no olvidemos que el Horror puede hallarse a la vuelta de la esquina. Luego de un comienzo cargado de amenazas, el film acude pronto a los golpes de efecto y a reiteradas persecuciones montadas en un círculo vicioso y casi masoquista. Es que realmente no se entiende por qué los protagonistas no se deciden a huir apenas perciben el peligro, delatando una imbecilidad muy poco propicia para la empatía del espectador. Todo se termina curvando hacia la indiferencia.

Con la producción española sucede todo lo contrario, ya que consigue estremecer como pocas películas en el último tiempo. La historia arranca cuando una movilera llamada Ángela (la intensa Manuela Velazco) y un camarógrafo están grabando un informe en un cuartel de bomberos para un ciclo televisivo llamado “Mientras usted duerme”. Todas las escenas de [Rec] están registradas desde el punto de vista de quien tiene la cámara al hombro. La elección de una cámara en mano omnipresente no es lo que hace original a este film (la misma técnica fue explotada hace poco en Cloverfield, por ejemplo), sino la forma sorprendente y aceleradísima, a puro nervio, en que se va desplegando la trama.


Al principio la periodista sólo desea que suene la sirena para que los bomberos salgan en una misión de riesgo. Eso es lo que importa para la televisión: captar el shock de lo extraordinario, y si viene con un envoltorio morboso, mejor. El deseo se cumple enseguida. La acción se traslada entonces a un edificio en problemas: algo muy raro está ocurriendo en ese lugar.

No tiene sentido hacer referencia a otras obras del género, porque eso revelaría los senderos que toma la intriga; y aunque a lo largo de relato se escuchan nítidos los ecos de otras películas recientes, [Rec] a la vez propone una experiencia única, ya que en su intemperancia elige no clausurar ningún enigma. El miedo es genuino. Los directores apelan a muchas imágenes crueles, es cierto, pero ellas son parte integral y justificada del escenario; por otro lado, lo interesante de [Rec] es la lupa que impone sobre un grupo de personas comunes que por azar deben afrontar una situación inmanejable (algo similar ensayó Frank Darabont en su film La niebla, con resultados mucho más débiles).

Como lo explica Anuelo Moscariello: "Desde la Poética de Aristóteles en adelante, es bien sabido, el objeto del arte no debe ser lo verdadero sino lo verosímil. No debe ser objeto de representación artística lo que ha acontecido, sino lo que podría acontecer”. Por eso de nada sirve conocer que el drama de Los extraños ocurrió en la vida real cuando su factura fílmica es tan poco inspirada, mientras que el delirio de [Rec] se torna mucho más eléctrico y tangible simplemente porque sabe tomarse en serio lo que en apariencia es tachado de increíble.

sábado, 6 de septiembre de 2008

"Yo era feliz...
sólo que no sabía que lo era".

Woody Allen (Hannah y sus hermanas)

viernes, 5 de septiembre de 2008

"Aquello que emerge de la disuelta norma social es un ego desnudo, atemorizado y agresivo en busca de amor y ayuda. En su búsqueda de sí mismo y del afecto social, se pierde con facilidad en la jungla del yo (...) Alguien que anda hurgueteando en la niebla del propio yo se vuelve incapaz de advertir que ese aislamiento, ese 'solitario confinamiento del ego', es una condena masiva".


Ulrich Beck ("On the mortality of the industrial society")

jueves, 4 de septiembre de 2008

Pirilo (Pizza)
este cacho de pizza
que como con la mano
se parece tanto a mi alma
un triángulo irregular
chorreando por todos lados
Rodolfo Edwards

La próxima estación: historia y reconstrucción de los ferrocarriles, de Fernando "Pino" Solanas

"Los trenes llevaban el progreso de un lugar a otro".


No sé realmente cuántas son las cosas que se aprenden en la escuela y que quedan grabadas en la memoria de una vez y para siempre. Probablemente son muchas, aunque no seamos concientes de todas ellas. Pero hay cosas que se incorporan y que por su impacto logran fulgurar a modo de revelación: tengo dos recuerdos muy precisos vinculados a la geografía.

Primero: recuerdo exactamente el momento en que caí en la cuenta de que la Argentina era el octavo país más grande del planeta en términos de superficie territorial. Yo era muy chica, pero por alguna razón el dato no me entraba en la cabeza: si éramos tan inmensos, si teníamos ese privilegio, ¿por qué éramos tan pobres? ¿Por qué no estábamos a la altura de tantos otros países que eran mucho más pequeños pero poderosos?

Segundo: retorna muy vívida una clase de geografía económica en la universidad, cuando el profesor explicó que Estados Unidos había podido desarrollarse en toda su extensión, permitiendo el surgimiento de diversas ciudades importantes, gracias a una amplia y equitativa distribución de la red de ferrocarriles, mientras que en la Argentina todas las líneas se habían centralizado en el puerto de Buenos Aires. Esta vez el interrogante fue un poco más radical: ¿es que los argentinos siempre fuimos idiotas?

No sé por qué estoy aplicando la primera persona del plural (“nosotros”) para escribir este texto; quizás quiero creer que existe eso que algunos llaman identidad nacional, tal como lo cree Pino Solanas. Su cine tiene un objetivo muy concreto: resucitar la posibilidad de construir una nación. La próxima estación es la cuarta entrega de una larga y minuciosa crónica sobre la devastación del país que comenzó con Memoria del saqueo y continuó con La dignidad de los nadies y Argentina latente. En este caso se detalla cómo se fue desarticulando la industria de los trenes, desde el gobierno de Arturo Frondizi hasta la actualidad. No voy a entrar en detalles ya que vale la pena ver el film para conocer todo el proceso; prefiero esbozar algunas sensaciones.


Pino hace lo que mejor le sale: narrar con honestidad ideológica, incluyendo sus habituales estrategias discursivas. Nuevamente el documental se arma desde su voz, su impronta, su proclama cada vez más desazonada. En La hora de los hornos, el realizador podía arengar con vehemencia: había un público enardecido dispuesto a reaccionar. Cuarenta años después, Pino sabe que se dirige a un espectador que apenas saldrá con la cabeza gacha de la sala de cine, mientras se pregunta por qué estamos como estamos. Un espectador ofuscado y tal vez avasallado por la magnitud de un robo prolongado y flagrante. Y nada más.

Lo sé: me refiero a Pino sin la suficiente distancia crítica. Es que desde hace años compruebo que su obra me habla desde el más llano sentido común, con ese tono que emplea un amigo que solo quiere vernos bien. Es la advertencia preocupada de alguien que -aunque la soñó- hoy está muy lejos de presenciar la revolución, ni tiene noción alguna sobre qué formas cobrará el cambio. Pero su película tiene información, pruebas, estadísticas, testimonios e imágenes difíciles de refutar. No soy peronista y sería petulante esgrimir aquí alguna teoría sobre nuestra "nación". Porque no sé qué es eso. Cómo saberlo cuando ya ni siquiera comprendemos qué es lo social. O qué es el respeto. Sólo intuyo que en este trabajo cinematográfico se está jugando algún tipo de verdad. La percibo en ese ferroviario que rompe en llanto mientras cuenta su historia en el film.

La próxima estación registra el desamparo, la corrupción, la carencia de rumbo. La película denuncia a los responsables de los negocios que hundieron al ferrocarril, pero sobre todo -y esto es lo interesante- apunta a cachetear la inercia del ciudadano, ese pasajero en tránsito cada día más embotado que por desidia y por ignorancia se empecina en elegir el mal menor.

Argentina es grande y lo tenía todo. ¿Fueron los otros o fuimos nosotros? Solanas parece estar más allá del berrinche patriotero frente a las injusticias del pasado: su cine se planta certero en el presente y consigue interpelar la conciencia colectiva con la urgencia del futuro.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

"Si vives quejándote de tu aburrimiento y de tu miserable vida porque escuchaste a tu madre, a tu padre, a tu maestro, a tu cura o a algún tipo de televisión diciéndote cómo debes hacer tu vida, entonces te lo mereces".


Frank Zappa

lunes, 1 de septiembre de 2008

Un año entre góndolas, anhelos y palabras

En septiembre este blog cumple un año de vida.


Miles y miles de blogs nacen cada día. Al mismo tiempo, otros tantos miles de blogs se cierran, cuando no son directamente abandonados. Cualquiera puede tener un blog. No tiene nada de especial. "Soy apenas una huella dactilar en la ventana de un rascacielos", decía Paul Giamatti en la inigualable Entre Copas. Apenas eso... un espacio más.

Hace un año decidí abrir Morir en Venecia, en honor a la película que más amo (dirigida por Luchino Visconti y basada, por supuesto, en la novela de Thomas Mann). No sabía en aquel momento hacia dónde iría este humilde barco, y tampoco creo saberlo ahora. Voy a la deriva, a oscuras, intentando acoplarme al extraño ritmo de este planeta. Cada tanto me seduce algún faro. Cada tanto me canso y temo no poder continuar. Y sólo sé una cosa: de un año a esta parte, sí hay una diferencia. Este canal que me comunica con ustedes hace que me sienta menos sola.

Por eso quiero agradecer a todos: a los entusiastas que suelen dejar comentarios, a los que leen en silencio, a los que llegaron de casualidad, a los que pasaron alguna vez y no volvieron más, a los que se olvidaron, a los que vendrán. Gracias a Tomás, quien insistió para que me hiciera un lugarcito en el océano virtual. Gracias al cine, que me sigue haciendo feliz. Y gracias al arte todo, en definitiva, pues es lo que nos convoca y nos permite resistir.



Los dejo ahora con la pluma de Thomas Mann:

"Nada hay mas extraño ni más delicado que la relación entre personas que sólo se conocen de vista, que se encuentran y se observan cada día, a todas horas, y, no obstante, se ven obligadas, ya sea por convencionalismo social o por capricho propio, a fingir una indiferente extrañeza y a no intercambiar saludo ni palabra alguna. Entre ellas va surgiendo una curiosidad sobreexcitada e inquieta, la histeria resultante de una necesidad de conocimiento y comunicación insatisfecha y anormalmente reprimida, y, sobre todo, una especie de tenso respeto. Pues el hombre ama y respeta al hombre mientras no se halle en condiciones de juzgarlo, y el deseo vehemente es el resultado de un conocimiento imperfecto”. (Der Tod in Venedig)