jueves, 24 de enero de 2008

"I wish I knew how to quit you".

Brokeback Mountain



Heath Ledger
(1979-2008)

lunes, 21 de enero de 2008

Pequeñas patrias

"Cada uno aprende a sufrir, se va perfeccionando, sueña maneras de desembarazarse de sí mismo, aunque sabe que solo es posible correr hacia adelante, como posesos, hasta que no haya más camino. De eso hay, caminos. A su vera, los desesperados, los felices y los hambrientos manoteando a quienes 
pasan ofreciendo desaliento, la belleza oculta tras los andrajos, posadas en que paró el amor cuando el mundo no había sido creado. Allí, como un mito o una esperanza basada en la ignorancia, se levantan pequeñas patrias que nunca verán quienes bajan rectamente, sin mirar las señales que marcan aquellas sendas destinadas a perderse para siempre".

Cristian Aliaga


La pintura es de Edward Munch ("Melancolía")

domingo, 20 de enero de 2008

Chopper, de Andrew Dominik

Chopper es un película feroz, contundente, cínica, de esas que impactan por sus impredecibles golpes a la cabeza -y al estómago- del espectador. El director, el neocelandés Andrew Dominik, toma elementos de géneros y subgéneros como el policial, el formato “carcelario”, el documental, el gore y la comedia negra para bosquejar el urticante retrato de este legendario personaje.

Envuelto en atmósferas oscuras, con una excelente fotografía tapizada de rojos, azules y verdes saturados, el film provoca verdadero estupor en las escenas de violencia más cruda. El realizador trabaja en el límite, desafiando el buen gusto, borrando las coordenadas de lo verosímil, como queda evidenciado durante la escena en que un prisionero apuñala en el estómago al protagonista. Varias puñaladas, sucesivas y profundas, penetran el cuerpo de Chopper. Pero éste, lejos de morir, parece no reaccionar. Observa a su enemigo, sigue hablando, bien firme sobre sus pies, y recién luego de largos y agónicos minutos, comienza a tambalear. La sensación de incomodidad es terrorífica. Entre la sangre y las risas nerviosas, Chopper combina imágenes de una aspereza à la Abel Ferrara, con algunos firuletes visuales al peor estilo Guy Ritchie-Danny Boyle, caprichos que sólo delatan a un Dominik demasiado convencido de su genialidad.

La ficción está construida desde la paranoia del protagonista, un recurso similar al que utilizó Mary Harron en Psicópata americano. El punto de vista de Chopper dicta las leyes de la historia, como si fuera un juego de escenas aleatorio donde resulta imposible distinguir los sucesos reales de los imaginados. Por eso el relato tiene una estructura episódica, que alterna viñetas narrativas interesantes con otras menos logradas. En definitiva, Chopper es una película de pinceladas impresionistas sobre un hombre tan violento como contradictorio. Un criminal que tiene un único y abominable objetivo: mantener su reputación de asesino.

sábado, 19 de enero de 2008

A primera vista

Cuando no tenía nada, deseé
Cuando todo era ausencia, esperé
Cuando tuve frío, temblé
Cuando tuve coraje, llamé

Cuando llegó carta, la abrí
Cuando escuché a Prince, bailé
Cuando el ojo brilló, entendí
Cuando me crecieron alas, volé

Cuando me llamó, allá fui
Cuando me di cuenta, estaba ahí
Cuando te encontré, me perdí
En cuanto te vi, me enamoré

Pedro Aznar
(Letra: Chico César)

lunes, 14 de enero de 2008

El amor en los tiempos del cólera

Sobre la novela y la película

Gabriel García Márquez publicó esta novela en 1985. En ella, el escritor colombiano narra la historia de una obsesión: el amor que Florentino Ariza sintió por Fermina Daza. Amor que duró toda una vida, más allá del rechazo, del tiempo transcurrido y del encuentro con otros cuerpos y otras pasiones. Un amor no correspondido, el más doloroso de todos los amores.

Quizás sea la mejor obra del autor, mejor incluso que "Cien años de soledad", porque es más compacta, más sabia y más tangible que la novela ambientada en Macondo. "Cien años..." es un prodigio de la literatura, de eso no caben dudas, pero son sus giros mágicos los que hacen que el recuerdo de la historia se torne flotante, afable, como si la irrupción de lo fabuloso en ese universo acabara por atemperar la deriva trágica de sus criaturas. "El amor en los tiempos del cólera", en cambio, jamás elude lo terrenal. Es una épica en donde ocurren muchos hechos increíbles, pero se las ingenia para sostenerse siempre dentro de los márgenes de lo posible. Por eso es más penetrante, más certera. Es la novela definitiva de la madurez.

“Aprovecha ahora que eres joven para sufrir todo lo que puedas, que estas cosas no duran toda la vida”, le dice Tránsito Ariza a su hijo Florentino, en uno de los tantos brotes de ansiedad y tristeza que el muchacho padece por efectos de la enfermedad del cólera. O del amor. No queda claro. Florentino es el paradigma del héroe paciente, el eterno enamorado que puede conservar intacto el objeto de su afecto porque nunca llega a fraguarlo en una relación concreta.

Toda la acción transcurre entre finales del siglo xix y las primeras décadas del xx, en algún sitio caluroso y efervescente de Centroamérica, pero nunca se especifica dónde. Florentino queda flechado por la mirada de Fermina en su adolescencia y decide ser leal a ese amor durante toda su existencia, aunque ella no pueda acompañarlo en el sentimiento. Pasan los años y ella se casa con el arrogante Juvenal Urbino. Mientras tanto, Florentino busca precarios consuelos en otras mujeres, muchas otras, sin dejar de pensar, jamás, en la única mujer. Es leal, aunque no fiel. Siguen pasando los años y, claro, todo se hace más complejo, porque el corazón se va astillando, las certezas se van derrumbando y el mundo alrededor se empecina en ser cambiante, paradisíaco y cruel al mismo tiempo. De fondo, a lo largo de toda la saga, se escuchan estruendos de una guerra anónima que no se comprende.


Decíamos antes que se trata de la historia de una obsesión, una pasión tan abrumadora, insoportable y unívoca como la que Werther sentía por Carlota. Se sabe, el personaje de Goethe elige morir porque no puede tolerar la angustia de un amor no correspondido. Florentino, por el contrario, elige vivir y consagrarse denodadamente a la melancolía. Amar así, de un modo tan enfermo, es una decisión, una elección quizás no del todo consciente, pero elección al fin, y esta es la idea que propone García Márquez a través de su texto. Con inteligencia, el narrador implanta en el relato a otras mujeres que podrían haber hecho feliz al protagonista, dejando intuir que es el personaje, en su cómoda terquedad, quien no está dispuesto a entregarse completamente, porque prefiere mantener el ideal en un altar inalcanzable antes de enlodarse en las miserias del amor mundano, el que se cuece a base de deslumbramientos primarios, errores y oscuridades. “Como una compensación del destino, también fue en el tranvía de mulas donde Florentino Ariza conoció a Leona Cassiani, que fue la verdadera mujer de su vida, aunque ni él ni ella lo supieran nunca, ni nunca hicieran el amor”. Leona es sólo una de las infinitas damas que pueblan el camino de Florentino para probar que él no tenía razones para aferrarse a un destino absurdamente altruista.

Por eso es tan maravillosa esta novela: porque toma como pretexto un inveterado ideal romántico para volverlo carnal, prosaico, mentiroso. García Márquez se pregunta qué es el amor y confirma que es imposible hallar una respuesta única, porque existen tantas clases de amor como seres en el planeta, y porque incluso un mismo amor puede mutar y cobrar mil formas diferentes a lo largo del tiempo. “Hasta entonces lo había sostenido la ficción de que el mundo era el que pasaba, pasaban las costumbres, la moda: todo menos ella. Pero aquella noche vio por primera vez cómo se le estaba pasando la vida a Fermina Daza, y cómo se pasaba la suya propia, mientras él no hacía más que esperar”.


La precisa representación del paso del tiempo es fundamental en esta historia. Este era el gran problema que enfrentaba la versión cinematográfica.

Después de mucho perseverar, el productor Scott Steindorff convenció al escritor para que vendiera los derechos de la novela (según se informa, el trato implicó tres millones de dólares). Luego convocó al británico Mike Newell (Cuatro bodas y un funeral) para la dirección, y al guionista Ronald Harwood (El pianista) para la transposición del libro a la pantalla. La financiación correspondió a Estados Unidos. En el elenco conviven actores de diversas nacionalidades, todos aunados en el film por el idioma inglés. En los papeles principales están el español Javier Bardem (Florentino), la italiana Giovanna Mezzogiorno (Fermina) y el norteamericano Benjamin Bratt (Juvenal). La película se rodó mayormente en Cartagena de Indias, Colombia, y cuenta con la exquisita fotografía del brasileño Affonso Beato. En un registro vocal particularmente sobrio, Shakira se encarga de las bonitas y desgarradoras canciones que se escuchan en ciertos pasajes del relato. Es síntesis: estamos ante un producto plenamente “globalizado”.

Sin embargo, la película no es un desastre. Si se deja de lado por un momento el aura mítica que impone el texto original, el film consigue entretener gracias al atractivo de varios personajes y a ciertas situaciones que desprenden un brío insólito y juguetón para lo que se espera de un melodrama. Algunos actores secundarios merecen destacarse, sobre todo aquellos que encarnan a personajes emblemáticos de la novela y salen airosos en el film, aportando color en sus breves intervenciones: Fernanda Montenegro en el rol de la mamá de Florentino, Liev Schreiber como Lotario Thugut, Catalina Sandino Moreno como la prima Hildebranda y Angie Cepeda como la fogosa viuda Nazaret.

Es más difícil calificar el trabajo de los tres protagonistas: ya sea por los kilos de maquillaje que van cubriendo sus rostros para mostrarlos más viejos mientras avanza el film, ya sea porque deben ajustarse a escenas en general breves que limitan su expansión, lo cierto es que los personajes centrales fueron los más afectados por la condensación dramática del argumento.

Y esto es lo que la película no logró, como era previsible: el film falla al plantear la evolución de los hechos, porque la avalancha de anécdotas narradas (algunas, muy bien narradas), no deja espacio suficiente para el desarrollo de la psicología íntima de los personajes. Falta emoción. Más allá de sus aciertos esporádicos en el tono y el ritmo del relato, la película no puede esperar como espera el atribulado Florentino. Por lo tanto, no le dedica el tiempo que merece al cultivo de su deseo: las cartas, los poemas, los anhelos, los llantos, las caminatas solitarias, el perpetuo ciclo de embelesamiento-frustración-nueva esperanza. Hollywood no posee la mansedumbre del héroe resignado a la contemplación.


En este caso, solo la pluma de García Márquez puede poner en escena el continuo vaivén de este amor, que como todo amor, está atado a los designios del tiempo, el tiempo de uno, el tiempo de todos, el que suele esfumarse rápidamente en la dicha y estirarse indefinidamente en la angustia, o al revés…

“Era como si se hubieran saltado el arduo calvario de la vida conyugal, y hubieran ido sin más vueltas al grano del amor. Transcurrían en silencio como dos viejos esposos escaldados por la vida, más allá de las trampas de la pasión, más allá de las burlas brutales de las ilusiones y los espejismos de los desengaños: más allá del amor. Pues habían vivido juntos lo bastante para darse cuenta de que el amor era el amor en cualquier tiempo y en cualquier parte, pero tanto más denso cuanto más cerca de la muerte”.

miércoles, 9 de enero de 2008

Hace 100 años...

...un 9 de enero de 1908, en París, nacía la extraordinaria Simone de Beauvoir. (La perdimos un 14 de abril de 1986).

Los que siguen son fragmentos de su libro autobiográfico Memorias de una joven formal.

* Cada vez necesitaba, si no sobrepasarme, al menos igualarme a mí misma: la partida se jugaba siempre de nuevo; perder me hubiera consternado, la victoria me exaltaba. Mi año estaba equilibrado por esos momentos deslumbrantes: cada día conducía a algún lado. Compadecía a las personas mayores, cuyas semanas iguales estaban apenas coloreadas por los domingos insulsos. Vivir sin esperar nada me parecía atroz.

* Me decía a veces con orgullo que estaba loca: no es muy grande la distancia entre la soledad tenaz y la locura. Me sobraban razones para extraviarme.

* No descubrí la negra magia de las palabras hasta que me mordieron en el corazón.

* A mis padres, a mi hermana, los quería: esa palabra lo cubría todo. Los matices de mis sentimientos, sus fluctuaciones no tenían derecho a existir. Zaza era mi mejor amiga , no había nada más que decir. En un corazón bien ordenado, la amistad ocupa un lugar honorable, pero no tiene ni el brillo del misterioso amor ni la dignidad sagrada de las ternuras filiales. Yo no ponía en tela de juicio esa jerarquía. (…) Era tan radical mi ignorancia de las verdaderas aventuras del corazón que no había pensado en decirme: sufro por su ausencia. Necesitaba su presencia para comprender la necesidad que tenía de ella. Fue una evidencia fulgurante. Bruscamente convenciones, clisés, rutinas, volaron hechos añicos y me sentí sumergida en una emoción que no estaba prevista en ningún código. Me dejé levantar por esa alegría que me inundaba violenta y fresca como el agua de las vertientes, desnuda como un hermoso granito. Poco días más tarde llegué al colegio antes de hora y miré con una especie de estupor el asiento de Zaza: ¿si no se sentara nunca más en él, si muriese…qué sería de mí? (…) No pretendía que Zaza tuviera por mí un sentimiento tan definitivo, me bastaba ser su compañera preferida. La admiración que sentía por ella no me disminuía a mis propios ojos. El amor no es la envidia. No concebía nada mejor en el mundo que ser yo misma y querer a Zaza.

* La carrera, la causa, eran algo abstracto. Era absurdo y criminal preferirlas a la felicidad, a la vida. Sin duda, mi amistad con Zaza era lo que me hacía conferirle tanto precio a la unión de dos seres; descubriendo juntos el mundo y ofreciéndoselo el uno al otro, tomaban posesión de él, pensaba, en forma privilegiada; al mismo tiempo, cada uno encontraba la razón definitiva de su existencia en la necesidad que el otro tenía de él.

* Yo estaba tan cansada de llorar, que me autoricé a tejer sueños.

* De nuevo el porvenir era hoy. Y todas las promesas deberían cumplirse sin demora. Había que servir: ¿para qué?, ¿para quién? Yo había leído mucho, reflexionado, aprendido; estaba dispuesta, me había enriquecido, me decía a mí misma... y nadie reclamaba nada de mí. La vida me había parecido tan llena que para responder a sus llamadas infinitas había intentado, fanáticamente, utilizar toda mi persona: pero estaba vacía. Ninguna voz me solicitaba. Me sentía con fuerzas para levantar el mundo: no encontraba el menor guijarro. Mi desilusión fue brutal: "¡Soy mucho más de lo que puedo hacer!". No bastaba haber renunciado a la gloria, a la dicha; ya ni siquiera pedía que mi existencia fuera fecunda, ya no pedía más; aprendí con dolor la "esterilidad del ser".

* Entonces me sentía radicalmente separada de los demás; miraba en el espejo a aquella que sus ojos veían; ¿dónde encontrarme? Me perdía. "Vivir es mentir", me decía abrumada; en principio no tenía nada contra la mentira; pero en la práctica era extenuador fabricarse máscaras sin cesar. A veces pensé que iban a faltarme fuerzas y que me resignaría a ser como los demás.

* ¡Es necesario que mi vida sirva! ¡Es necesario que en mi vida todo sirva! Una evidencia me petrificaba; me esperaban tareas infinitas, era enteramente exigida; si me permitía el menor derroche traicionaba mi misión y perjudicaba a la humanidad.

* Pronto descubrí que si el mundo al que me invitaban mis nuevos amigos me parecía rudo, era porque no disfrazaban nada; después de todo sólo me pedían que me atreviera a lo que siempre había querido: mirar la realidad de frente. No necesité mucho tiempo para decidirme.

domingo, 6 de enero de 2008

Valores



"La educación es una cosa admirable, pero es bueno recordar de vez en cuando que nada que valga la pena puede ser enseñado".


Oscar Wilde