¿Moda retro? ¿Genuina nostalgia? ¿O carencia de ideas originales? Cada vez más producciones de Hollywood persiguen el espíritu del cine negro clásico. Estas dos nuevas películas se instalan en la década del ’40 para ahondar en el submundo de los crímenes sangrientos, las mujeres fatales y los callejones oscuros. Ambas se inspiran en hechos reales.

Brian De Palma es un director autoconsciente por naturaleza. Para él no existe compañera más voluptuosa que la cámara. El único tema que realmente lo apasiona es el cine mismo: su lenguaje, sus pliegues, sus alcances. Películas como El sonido de la muerte (1981), Doble de cuerpo (1984) y Femme Fatale (2002), por nombrar solo algunas, son magníficas reflexiones sobre el sentido del oído, la mirada y la narración. De él siempre puede esperarse una puesta en escena virtuosa, y para ello basta recordar el cimbreante plano-secuencia inicial de Ojos de septiembre (1999), o la famosa escena en la que Tom Cruise permanece suspendido de una soga en Misión: Imposible (1996). De Palma sabe filmar y eso queda claro cuando comienza La Dalia Negra (The Black Dahlia): en una única y larga toma presenta a los protagonistas masculinos (Josh Harnett y Aaron Eckhart) trenzados en una riña callejera con marineros en Los Angeles, luego de la Segunda Guerra Mundial.
Bucky Bleichert (Harnett) y Lee Blanchard (Eckhart) son grandes amigos, ex-boxeadores ambos, ahora devenidos policías, enamorados de la misma mujer (Scarlet Johansson). Los contratiempos surgen cuando los amigos deben investigar el crimen de Elizabeth Short, una joven aspirante a actriz cuyo cuerpo mutilado es hallado en un descampado. Escrito por Josh Friedman, el guión del film está basado en una novela de James Ellroy, el mismo autor de "L.A. Confidential" (libro que tuvo una estupenda transposición al cine en 1997, de la mano del director Curtis Hanson). Ellroy se inspiró en un hecho verídico que fue muy popular en el Hollywood de los ‘40.

¿Para qué visitar el policial negro si no hay intención de relectura? ¿Qué buscaba el director con esta adaptación literaria? Cunde un aroma a decepción, porque se nota que De Palma nunca supo a dónde iba con esta película. Lo único que tiene para ofrecer es un discreto trabajo de estilización.
Otra vuelta de tuerca sobre los “Asesinos de la Luna de Miel”
Al igual que La Dalia Negra, Amores Asesinos (Lonely Hearts) carga las tintas en el diseño visual: es pura exterioridad. Dirigido por Todd Robinson, el film también está basado en un hecho real: los protagonistas son Raymond Fernández y Martha Beck, una pareja de extraños amantes acusada de matar a veinte mujeres a finales de los años ’40. Esta historia ya había sido llevada al cine en dos ocasiones: el norteamericano Leonard Kastle rodó una adaptación en 1969 con el título The Honeymoon Killers, y el mexicano Arturo Ripstein hizo lo propio en 1996 con Profundo Carmesí. Ambas películas siguen al dúo en su brutal derrotero, centrándose en el vínculo enfermo que los unía y que los terminó condenando cuando los planes se les fueron de las manos. Ambos films son excelentes. Lo que hace la nueva versión es correr el eje de atención para contar quién fue el detective a cargo del caso.

El resultado es un producto tan prolijo como desabrido. Al alternar continuamente las apagadas escenas de los policías con los estallidos de los criminales, la tensión no llega a construirse por completo en ninguna de las tramas. Ceñido a un pulcro corset comercial, el realizador no consigue fomentar el interés en la historia de su abuelo, menos aún si quien lo interpreta es un Travolta en estado de extrema fatiga. Tampoco se destacan las actuaciones de Leto y Hayek, dos presencias tal vez demasiado “suaves” para personajes que reclamaban otro tipo de detonación patológica.
Lo que resulta llamativo tanto en Amores Asesinos como en el film de De Palma es su fascinación por los personajes obsesionados que investigan los crímenes, que convierten su tarea rutinaria en una especie de cruzada existencial que los devora, como si en ello se jugara alguna verdad oculta que los demás mortales no pueden comprender. Esta idea ya fue explorada en la atendible Hollywoodland, de Allan Coulter, y alcanzó el paroxismo en la abigarrada Zodíaco, de David Fincher (en donde los obsesos son periodistas). El problema aquí es que esta insistencia en la figura del detective parece no aportar nada ni a la estructura dramática de las películas ni a la revisión del género. Entonces, ¿por qué depositar sobre los atribulados policías todo el peso emocional del film? ¿Qué tienen ellos para decir sobre el film noir, o sobre el mundo que los rodea? Por ahora, poco y nada.
Si al menos todavía contáramos con las máscaras de un Humphrey Bogart o un Joseph Cotten para encarnar estos papeles… pero no: debemos conformarnos con Josh Harnett. Estamos en el horno.
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